miércoles, 30 de noviembre de 2022

Testimonios Ángel Arrabal (X)

Publicidad antigua de Pepsi-Cola.


Víctor no era un predicador ni un moralista, contemplaba con una sonrisa franca y, a veces, escéptica, el transcurrir de la jornada y solo se confiaba con quien le ofrecía confianza.

 

Nunca se metía en discusiones políticas y alguna vez que le di mi opinión sobre la explotación a la que estábamos sometidos los peones por unas migajas económicas, cuando los jefes y, sobre todo, los accionistas y dueños de la empresa se llevaban casi todo el beneficio de nuestro trabajo, Víctor, apenas argumentaba que la responsabilidad de los jefes era cosa de ellos, y que nosotros teníamos que ganarnos el pan lo más honradamente posible.

 

En las oficinas de los distintos departamentos (Producción, Almacén, Ventas, Personal y Nóminas, Administración etc.) las diferencias de jerarquías se evidenciaban en la calidad de los trajes y en la marca de los coches, pero también se marcaban de forma violenta, dando órdenes a voces y subrayando con tacos la autoridad del que gritaba.

 

Entre los oficinistas predominaban las conversaciones ramplonas y, a veces, obscenas, y algunos jefes de traje caro alardeaban cada día de sus noches de cabaret. Había bastante alcoholismo y los camareros de los bares cercanos venían con frecuencia trayendo bandejas de café que, en realidad, eran carajillos bien cargados de coñac. En los turnos de noche, se sabía que había alguna prostituta ofreciendo sus servicios en la zona en que aparcaban los camiones.

 

El conjunto de la fábrica funcionaba con un sistema de rivalidad entre jefes, departamentos, empleados, conductores, peones y eventuales. Esa competencia de sueldos, primas y prestigio se hacía pública en cuadrantes mensuales que mantenían divididos y, a veces, enfrentados a los trabajadores, porque las primas que premiaban a algunos, se restaban de los posibles beneficios comunes.



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