Frutos del Don de Piedad. |
El Padre testifica que somos hijos suyos y nos inspira la paternidad divina sobre todos los seres humanos, sea cual fuere su situación, haciéndonos ver que Dios es Padre de todos y está sobre todos. Nos hace comprender este Don que nuestra hermandad espiritual es un lazo más fuerte que los de la sangre, siendo todos hermanos en Nuestro Señor Jesucristo; considerando a todos hermanos en Él, que lo somos, amaremos a todos por malos comportamientos que tengan. “Aprended de mí. Que soy manso y humilde de corazón y hallaréis reposo en lustras almas” (Mt 11, 29). No debemos molestarnos nunca, sea cual fuere lo que nos hagan. Este Don es implorado por tres veces al inicio de las misas.
Es sin duda el afecto filial que suscita en el alma el Don de
Piedad lo más importante de este Don, pero también es trascendental el sentimiento
de fraternidad. Las almas, dominadas por este Don de Piedad, aman a todos los
hombres, viendo en ellos hermanos en Cristo, a los que quieren colmar de toda
clase de bendiciones, como lo hacía San Pablo a los filipenses: “Hermanos míos
queridos y añorados, mi alegría, mi corona, manteneos así fieles al Señor”
(Fil. 4, 1).
Llevada de estos sentimientos, el alma se entrega a toda
clase de obras de misericordia con los pobres, considerándolos verdaderos hermanos,
y soporta cuantos sacrificios suponga el servicio del prójimo, aún el ingrato y
desagradecido, porque en cada uno de ellos ve a Cristo, y hace por él lo que
haría con Cristo.
Este Don llevó a San Pablo a afligirse con los afligidos,
llorar con los que lloraban, reír con los que reían, y soportar sin enfado las
flaquezas, enfermedades y miserias del prójimo, haciéndose todo a todos a fin
de salvarlos a todos
(1Co. 9, 19-22).
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