martes, 28 de noviembre de 2017

Testimonios. Asunción (I)

Los esposos Asunción Merino y Víctor Rodríguez

Comenzamos la sección “testimonios por el que consideramos el más importante de todos: el de su esposa Asunción Merino que en todo momento compartió y alentó a Víctor en su experiencia cristiana.

Al ser ya de edad avanzada, no ha escrito su testimonio, sino que lo ha hecho a través de una entrevista con el P. José Francisco Rodríguez y al final, después de leer sus respuestas y comprobar que eran correctas, las ha firmado. Al tratarse del testimonio más amplio y más cercano a Víctor, se lo iremos dando a conocer por partes. Para las preguntas usaremos el tipo de letra normal y para las respuestas la letra cursiva y en negrita. Muchas de las preguntas que hace el P. José Francisco, es porque ya conocía algunos testimonios de sus hijas.

 
Interior de la Iglesia de Velillas del Duque

Pregunta: ¿Da fe de que durante los años que vivieron en Velillas del Duque (Palencia), Víctor, su marido, se desplazaba andando a los pueblos vecinos para oír misa y comulgar cualquiera que fuera la inclemencia del tiempo?

Respuesta: Doy fe de ello. Y eso durante 12 años que vivimos allí, sin perder ni un solo día, lo mismo si llovía que si nevaba, que si la temperatura fuera de los grados que fuera bajo cero, y eso que allí las temperaturas en el invierno suelen ser muy bajas. La gente incluso se reía de él, pero él, sin hacer caso de ello, seguía yendo andando a misa al pueblo donde celebrara el párroco la misa sin importarle el frío que hiciera. Como anécdota diré que, cuando pasaba el invierno y se despojaba de las prendas de abrigo que usaba para defenderse del frío durante todo el invierno para ir a misa, las mujeres de uno de los pueblos (Quintanilla) a los que acostumbraba ir a misa, le decían con afecto: ¡Cómo ha adelgazado usted Sr. Víctor! Y él se sonreía.
 
Vista exterior de la Iglesia de Quintanilla de Onsoña

Sólo al final de estos 12 años que vivimos en Velillas del Duque, cuando se deterioró gravemente su salud y ya no podía hacer andando semejante tipo de desplazamientos, tanto el párroco, como un vecino de uno de aquellos pueblos, llamado Germán, se porfiaban por llevarle y traerle en coche, para que no se quedara sin su misa y su comunión de cada día. Pero mientras pudo, fue siempre andando cualquiera que fuera la inclemencia del tiempo. Tengo también que decir que a misa iba siempre sin desayunar, con lo que se pasaba toda la mañana sin tomar nada.


La misa y la comunión no las perdía nunca por nada. Cuando volvimos a Medina, los domingos oía la misa en las Carmelitas Descalzas y los días de semana en el Asilo, por razón de los horarios, pero él no perdía nunca la misa y la comunión. Incluso cuando tenía perdida la memoria, no hacía más que decir: ¿Vamos a misa? Y no hacía más que preguntar: ¿Hay misa? La misa y la comunión eran para él más que el alimento de cada día.

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