sábado, 30 de marzo de 2019

Testimonios. Gregorio de la Gala Campo.

Casa de la "tía Catalina" donde vivió Víctor unos años.


Conocí a Víctor en el pueblo de Víctor cuando yo era pequeño, pues aunque yo no era de Quintanadiez de la Vega, de donde era Víctor, fui allí de pequeño en casa de un tío mío llamado D. Federico Campo, que era párroco de dicho pueblo, para prepararme para ingresar en el seminario, como era el deseo de mis padres y de mi tío D. Federico, pero no el mío, por lo que no llegué a entrar en el seminario.

Recuerdo que cuando fui a vivir a Quintana a casa de mi tío D. Federico, Víctor estaba de novio con Asunción Merino, que luego fue su esposa. Era un novio ejemplar como lo era en todo. Una vez casado, vivía en casa de una tía de Asunción llamada Catalina. Esta tal señora tenía muy mal genio. La gente de Quintana que conocía el genio de la señora Catalina, en cuya casa vivía Víctor con su esposa, decía que con Víctor no iba a tener nunca ningún enfado, pues Víctor se llevaba siempre bien con todos, fueran como fueran. Era la bondad personificada.

Casa del Párroco donde vivió Gregorio de la Gala en su juventud.

Luego, cuando Víctor ya era mayor, volví a tratarme con él, pues se fue a vivir a Velillas del Duque que es un pueblo cercano al mío, e iba a mi pueblo cuando no había misa en Velillas, donde Víctor vivía y la había en mi pueblo, ya que el mismo párroco que lo era D. José María Inyesto, atendía a su pueblo y al mío y tres pueblos más y celebraba la misa cada día de la semana en un pueblo distinto.

Por lo general, la gente de dichos pueblos asistía a la misa el día que el párroco la celebraba en sus respectivos pueblos. Víctor, en cambio, no se perdía ni un día la misa y así es que iba cada día a oírla en el pueblo donde el párroco la celebraba cada día, y además iba andando hiciera el tiempo que hiciera. Pero él, jamás la perdía ni dejaba ningún día de comulgar. Cuando le veíamos venir a misa los que estábamos esperando a que llegara el párroco a celebrarla, al verle nos decíamos gozosos: Ahí viene ya el señor Víctor. Después de la misa, Víctor se quedaba siempre hablando cariñosamente con la gente y la gente con él.

Iglesia Parroquial de Quintanadiez de la Vega.

No sólo iba andando a misa, sino que iba siempre andando fuera donde fuera. Yo, a veces me encontraba con él en el camino y le invitaba a subir al coche, pero él agradecía mi ofrecimiento, pero siempre me decía que prefería ir andando.

Le gustaba hablar con todos sin excepción y no tenía problemas con nadie. A nadie dio nunca ningún mal ejemplo en nada y sí el mejor ejemplo a todos en todo. Este testimonio que yo doy sobre él, lo firmarían por igual todos los que le conocieron, por eso es que nos alegra tanto a todos el que esté para iniciarse su proceso de beatificación y quiera Dios que se inicie cuanto antes y que llegue cuanto antes a feliz término.



miércoles, 27 de marzo de 2019

Habla Víctor. Pecados capitales.

 Representación de los siete pecados capitales.



Tanto a mis enemigos busqué, que dentro de mí los encontré. Los apetitos allí estaban. La soberbia, madre y raíz de todos. La ira su predilecta, sus obras manifiesta. La avaricia límites no tenía. La gula, todos ellos alimentaba. La lujuria, todo desordenaba. La pereza me sujetaba. La envidia todo me transformaba.

Los enemigos que Víctor no encontraba fuera, los encontró dentro sí mismo. Cayó en la cuenta de que es dentro del propio corazón donde radican todos los males, como dice el Señor en el Evangelio: “De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre” (Mt 15, 19-20).

Estragos que producen los siete pecados capitales

A ese listado de las cosas que salen del corazón y hacen impuro al hombre, hay que añadir las que enumera San Pablo: “Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes” (Gal 5, 19-21).

Todas estas malas tendencias del corazón las encontró Víctor reflejadas en los “siete pecados capitales” que conocía muy bien por el catecismo que estudió en la escuela. Fue el papa San Gregorio Magno quien comenzó a hablar de pecados capitales y Santo Tomás de Aquino quien los concretó en siete y fijó sus nombres tal como hoy los conocemos. Se les llama capitales no tanto por la gravedad de cada uno en sí mismo, cuanto porque de ellos emanan todos los demás. Son muy difíciles de erradicar, porque a causa del pecado original, nuestra naturaleza está dañada e inclinada al mal.

María Inmaculada, única criatura libre de sus efectos.

Los siete pecados capitales contra los que Víctor dice que tuvo que luchar durante toda su vida, son los que él enumera: La soberbia que nos lleva a tener una apreciación descontrolada de nuestro valor e importancia. La lujuria, que nos induce a la búsqueda desordenada del placer sexual. La gula o consumo desmedido de comidas o bebidas tomadas de forma irracional. La avaricia o deseo excesivo de poseer bienes materiales y riquezas que lleva a conseguirlas incluso por medios ilícitos. La ira producida por un sentimiento descontrolado que genera rabia o enojo. La envidia o deseo de lo que otras personas tienen. La pereza o incapacidad de hacerse cargo de las obligaciones, incluidas las religiosas.

No nos extrañe que Víctor tuviera que luchar toda su vida, como aquí reconoce,  para controlar y rechazar los atractivos que ofrecen esos pecados, pues todos, incluidos los santos más importantes han sufrido sus consecuencias. Solamente de María se puede afirmar que fue inmune a estos pecados, porque fue concebida sin mancha de pecado original, causa de todos los pecados. Por eso San Juan de la Cruz pudo decir que María “es la única criatura que en todo momento obró movida por el Espíritu Santo”; es decir, la única que siempre hizo lo más perfecto. Todos los demás somos víctimas de esas tendencias y sólo a través de una constante lucha y purificación podremos liberarnos de sus consecuencias.




sábado, 23 de marzo de 2019

Florecillas. Víctor burgués.

Celebrando una reunión familiar en Velillas del Duque


Pienso que le gustaba vivir bien y disfrutar de la vida sin demasiadas preocupaciones ni compromisos cristianos. Le recuerdo siempre fumando puros de marca. En fin, llevaba una vida mundana; según parece le gustaba ir a jugar a las cartas al bar el Pájaro Verde, y otras cosas que muestran como Dios en su contacto íntimo con la oración le fue transformando y cambiando. Ya simplemente en plan de distraerse un poco era aficionado al fútbol y de vez en cuando iba a Valladolid a ver algún partido”.

Con estas palabras describe el P. Juan Jesús al Víctor acaudalado que él conoció siendo joven seminarista en Medina del Campo. Y es que como se dice: “el santo no nace sino que se hace”, y Víctor no fue excepción, aunque en su infancia fuera especialmente protegido por la Sagrada Familia que le salvó de la muerte.

Celebrando el cumpleaños de un nieto.

Precisamente porque pasó por las vicisitudes que todos pasamos y gozó de los goces normales no pecaminosos que todos disfrutamos, puede ser un buen ejemplo para cualquier laico. Ninguna alegría lícita es incompatible con la santidad, lo que es incompatible con la santidad es el egoísmo. ¿Qué tiene de extraño que fuera aficionado del Real Valladolid y acudiera a verle jugar? ¿No es un gran aficionado al fútbol el Papa Francisco?

“La Constitución Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo de hoy” del Concilio Vaticano II,  comienza con estas preciosas palabras: “El gozo y la esperanza, las lágrimas y angustias de los hombres de nuestros días, sobre todo de los pobres y cuantos sufren, son también gozo y esperanza, lágrimas y angustias de los discípulos de Cristo, y nada hay verdaderamente humano que no tenga resonancias en su corazón”.

Son los santos los que mejor se hacen eco y partícipes de las alegrías y esperanzas como de las lágrimas y angustias de los que sufren. Pocos como los santos gozan viendo alegres y felices a los que les rodean y pocos como ellos sufren ante los sufrimientos, enfermedades y angustias de los pobres. Son los santos los más comprometidos con los que sufren para librarles de sus angustias.

 Reunión familiar festiva en el bautizo de su nieta Laura

Víctor, en esa etapa que precedió a su total entrega al Señor, gustaba de compartir con las amistades invitándolas a merendar en su granja, jugando a las cartas en el bar, fumando buenos puros, asistiendo a partidos de fútbol, etc., pero también supo compartir y ayudar desinteresadamente a los demás, como vacunando a las gallinas de las Carmelitas Descalzas, dejando su casa para velar a un amigo fallecido e incluso cediéndose la durante meses a otro amigo a quien se le quemó la suya mientras se la reparaban.

Después de su conversión, todo lo verdaderamente humano tuvo resonancia en su corazón, especialmente las lágrimas y angustias de los pobres.




miércoles, 20 de marzo de 2019

Testimonios. Encarnación del Campo Herrero.

Dª. Encarnación del Campo Herrero.


Conocí a Víctor cuando pasaba temporadas en Velillas del Duque antes de que viniese a vivir en el pueblo siendo ya mayor. Cuando había misa en el pueblo la oía en el pueblo, y cuando no la había en el pueblo, iba a oírla en el pueblo más cercano donde la hubiera, pero nunca dejó de oír la misa y de recibir la comunión, lo mismo si la temperatura era de muchos grados bajo cero, que si era de muchos grados sobre cero.

Él iba siempre bien abrigado en invierno y ligero de ropa en el verano, pero él, la misa y la comunión no se las perdía nunca, cualquiera que fuera la inclemencia del tiempo, cualquiera que fuera el pueblo donde se celebrara y cualquiera que fuera la hora en la que se celebrara.

 Interior de la Iglesia de Velillas del Duque.

Iba siempre andando. Mi marido y yo, muchas veces le invitábamos a subir a nuestro coche y siempre nos decía que prefería ir andando, aunque sí que nos agradecía nuestro ofrecimiento, y muy mucho.

Cuando en el pueblo no había misa ni nadie que rezara el rosario, dirigía él el rosario. Era un hombre muy bueno. Muy cariñoso con todos los vecinos y todos los vecinos con él.

Retablo de la parroquia de Quintanilla de Onsoña.

Si tuviera buena memoria, serían muchas más las cosas que podía decir de él, pues tenía con él mucho trato y muy buena amistad, pero dados los años que tengo, he perdido bastante la memoria y así, aunque mi deseo sería decirles todo lo que recordara sobre él, esto es lo único que ahora me viene a la memoria. En todo caso, todo lo que pudiera decir de bueno sobre Víctor, sería todo poco, pues era todo bondad.




sábado, 16 de marzo de 2019

Habla Víctor. A mis enemigos busqué.

San Juan de la Cruz autor de las "Cautelas"
para vencer a los enemigos del alma.


Tanto a mis enemigos busqué que dentro de mí los encontré. Los apetitos allí estaban. La soberbia, madre y raíz de todos.

Tanto en el Catecismo del P. Astete como en el Catecismo del P. Ripalda, verdaderos resúmenes de teología que de niños aprendíamos de memoria en la escuela y en la catequesis, se nos enseñaba que los tres verdaderos enemigos del hombre son el demonio, el mundo y la carne. Pues estos son precisamente los únicos enemigos que sí encontró Víctor, tras hacer un recorrido de su vida.

Discípulo de San Juan de la Cruz, conocía perfectamente su breve escrito titulado “Cautelas”, que, aunque dirigidas a los religiosos deseosos de alcanzar la perfección, son perfectamente aplicables a todos los que quieren cumplir la voluntad de Dios, como es el caso de Víctor. En ellas se explica con claridad que, los verdaderos enemigos en nuestra vida espiritual, son el mundo, el demonio y la carne y para combatir a esos enemigos, da normas concretas contra cada uno en particular.

Expulsión de Adán y Eva del Paraíso por su pecado.

Pero antes de dar esos avisos concretos o cautelas, a modo de introducción pone estas aclaratorias palabras: “El mundo es el enemigo menos dificultoso; el demonio es más oscuro de entender, pero la carne es más tenaz que todos y duran sus acometimientos mientras dura el hombre viejo. Para vencer a uno de estos enemigos es menester vencerlos a todos tres; y enflaquecido uno, se enflaquecen los otros dos, y vencidos todos tres, no le queda al alma más guerra”.

De estos tres enemigos, aunque el más tenaz, en palabras de Juan de la Cruz, sea la carne, el más astuto es el demonio. De hecho, la caída del hombre en el Paraíso, se debió a la astucia del demonio que, tomando figura de serpiente se sirvió para engañar a Eva, ofreciéndole algo maravilloso: nada menos que poder ser como Dios. Por eso San Juan de la Cruz previene a todos los espirituales con estas palabras:

 Entre las muchas astucias de que el demonio usa para engañar a los espirituales, la más ordinaria es engañarlos debajo de especie de bien y no bajo de especie de mal; porque sabe que el mal conocido apenas lo tomarán. Y así siempre te has de recelar de lo que parece bueno, mayormente cuando no interviene obediencia”.

Cristo tentado por el diablo en el desierto.

¿Recuerdan las tentaciones de Cristo y cómo en todas ellas el demonio trata de convencerlo ofreciéndole cosas en sí muy halagüeñas, incluso avaladas con palabras de la Sagrada Escritura?

Por eso Víctor trató siempre de conocer la voluntad de Dios mediante la lectura de la Palabra de Dios y la meditación asidua de esa Palabra, pero confrontándola siempre con el parecer de sus confesores y siguiendo sus directrices. La obediencia, la humildad y la pobreza son básicas para vencer a estos enemigos. Así es como Víctor hizo frente y  venció a estos tres fuertes enemigos.





miércoles, 13 de marzo de 2019

Florecillas. Generosidad de Víctor.

Víctor en su granja de Medina del Campo


El P. Miguel Gutiérrez, que ha estado cerca de 50 años de misionero en el Congo, recuerda también algunas cosillas de cuando era seminarista. El P. José Francisco, hermano de Víctor, estaba  de profesor y ecónomo del colegio. Víctor venía con frecuencia al seminario. Al celebrar el santo de su hermano, vino a la fiesta y en la comida tuvimos una sorpresa. Nos dieron dos huevos cocidos a cada uno, enviados por el Sr. Víctor, al que mirábamos con respeto todos los muchachos” (Cfr. Vida P, 46).

¡Qué hambre no pasaría Miguel Gutiérrez en el seminario de Medina del Campo en años de escasez, y que hambre no habrá pasado en los 50 años de misionero siempre en  países africanos de los más pobres, para recordar especialmente después de tantos años esa anécdota del regalo de Víctor, que supuso para los seminaristas un verdadero banquete!

Fachada de la Iglesia de los Carmelitas de Medina

Por eso no resulta extraño que, cuando podía venir a España de vacaciones, en lugar de aprovechar esos días para descansar y reponer fuerzas, se dedicase a visitar distintas comunidades carmelitanas que le permitían hacer colectas en sus iglesias para conseguir recursos con los que ayudar a las distintas  misiones en que ejerció su ministerio, siempre necesitadas de recursos por estar emplazadas en las zonas más pobres de ciudades ya de por si muy pobres, excepto cuando los superiores le encomendaban tareas de formación en casas de espiritualidad dada su capacidad y preparación intelectual.

Ese detalle tan sincero nos pone en contacto con un Víctor generoso y siempre dispuesto a colaborar en las celebraciones de sus hijos, de familiares cercanos y de sus amigos, especialmente cuando su buena fortuna se lo permitía.

Colegio en que el P. Miguel Gutiérrez conoció a Víctor

Amigos que le conocieron y compartieron con él en su época boyante, recuerdan como les invitaba con cierta frecuencia a merendar en su granja de Medina del Campo y que la merienda era de calidad y abundante. Un hermano suyo, recuerda que estando en Salamanca, el día de su cumpleaños allí se presentó Víctor con su amigo Nozal viajando en la moto de Nozal para felicitarle, pero llevando varios pollos de su granja para que pudiera celebrar con sus compañeros un auténtico banquete.

A partir de su ruina, ya no pudo mostrarse tan espléndido, pero siempre invitaba a quienes les visitaban con alguna bebida y algunos dulces, y si quedaba en casa queso, jamón o chorizo, también se lo ofrecía. Siempre se mostró generoso y dispuesto a compartir de acuerdo con sus posibilidades.



sábado, 9 de marzo de 2019

Testimonios. Eutiquio de las Heras García

D. Eutiquio de las Heras


Conocí a Víctor cuando venía algunas temporadas en el pueblo por los veranos a casa de sus suegros. Luego, al morir estos, su esposa Asunción heredó la casa de sus suegros, y siendo ya mayores, pasaron a vivir en ella. A partir de entonces es cuando comencé a relacionarme con Víctor, ya que vivíamos los dos en el mismo pueblo.

Yo empecé el trato con él porque ambos íbamos a misa. Yo sólo los domingos y él todos los días que había misa en el pueblo, y al salir de misa, por lo regular echábamos una parlada, unas veces de religión y otras de cómo estaba la vida, de cómo se vivía cuando éramos pequeños y como se vivía por entonces.

Víctor era una persona muy buena y muy inteligente. Estaba de continuo leyendo. Yo le preguntaba que cómo es que sabía tanto. El me decía que: porque estudio, leo mucho y me gusta saber cómo se vive en todos los países. Lo mismo sabía de los países en los que se pasaba hambre que de los ricos.

Velillas del Duque donde convivió con Víctor.

Él me contaba que cuando trabajaba, que trabajaba mucho en muchos trabajos, los días de fiesta solía visitar a los enfermos, a los ancianos e impedidos y que les llevaba caramelos para dárselos y que le quedaban muy agradecidos. Les daba también consejos, que también le agradecían así como la visita que les hacía.

Cuando no había misa en el pueblo, se desplazaba al pueblo más cercano donde la hubiera para oírla y comulgar. Eso era para él lo primero en el día a día de cada día. Y de camino iba rezando, me figuro que el rosario, pues le llevaba siempre en la mano.

Él nunca se enfadaba por nada, sucediera lo que sucediera. Todo lo llevaba con santa conformidad. Había cosas que no le gustaban de cómo se vivía, pero nunca hablaba nada contra nadie, hiciera lo que hiciera. Nunca se metía en la vida de nadie.

 Parroquia de Velillas donde Víctor pasó muchas horas en oración.

Recuerdo haberle preguntado un día que cómo podíamos estar juntos todos los resucitados en un solo lugar por grande que sea, siendo tantos y tantos los resucitados de todos los tiempos. Según pensaba yo, no podía haber ningún lugar tan grande donde pudieran estar juntos todos los resucitados de todos los tiempos. Él me decía que después de resucitados, el cuerpo de los resucitados queda espiritualizado y que, por tanto, no ocupan lugar, así que, después de resucitados, pueden estar todos juntos por muchos que sean. No solamente estaremos siempre juntos, sino que estaremos siempre juntos viendo siempre a Dios y siendo felices para siempre.

En la Iglesia, cuando se pedían donativos, era siempre de los que más aportaba, a pesar de sus pocas posibilidades. Él, a pesar de sus pocas posibilidades, se consideraba rico y todo le sobraba, por eso daba incluso de lo que necesitaba, porque miraba más la riqueza que da el dar, que la riqueza que da el intentar acumular riquezas. A él, teniendo como tenía a Dios, todo lo demás le sobraba.

Ese era Víctor. Todo para Dios y todo para los hermanos. Un verdadero santo. Yo por tal le tengo y me gustaría mucho que sea beatificado y canonizado cuanto antes para bien de tantas personas que, sin duda, seguirán sus huellas arrastradas por tan santos ejemplos como él nos ha dado.





miércoles, 6 de marzo de 2019

Habla Víctor. A mis enemigos buscaba.

Por todos oré y en Dios los amé.


 A mis enemigos buscaba y no los encontraba. Tanto a mis enemigos busqué que dentro de mí los encontré. Los apetitos allí estaban.

Qué extraño, que haciendo un examen de toda su vida, no pudiera encontrar ningún enemigo, cuando el mismo Jesús los tuvo, y tan irreconciliables, que hasta le condenaron a muerte y le crucificaron. Es sin duda un modo de expresar que nunca consideró como enemigo a ninguno de los que le despreciaron y humillaron, pues a todos les perdonó de corazón.

Fortalecido por la oración y por el ejemplo de Jesús que murió perdonando a los que le crucificaron, ya nada le quitaba la paz, nada le perturbaba, ni siquiera los insultos o las humillaciones. Y si ni los insultos ni las humillaciones que le dirigían le perturbaban, no podía considerarles enemigos.

San Doroteo Abad.

No creo que Víctor conociera unas palabras del Abad San Doroteo para explicar que toda perturbación ante las adversidades proviene de nuestra propensión a echar siempre la culpa a los demás y no acusarnos a nosotros mismos, pero sí las puso en práctica. Dice San Doroteo:

La causa de toda perturbación consiste en que nadie se acusa a sí mismo. De ahí deriva toda molestia y aflicción. De ahí deriva el que nunca hallemos descanso; y ello no debe extrañarnos, ya que los santos nos enseñan que esta acusación de sí mismo es el único camino que nos puede llevar a la paz…Por más virtudes que posea un hombre, aunque sean innumerables, si se aparta de este camino, nunca hallará el reposo, sino que estará siempre afligido o afligirá a los demás, perdiendo así el mérito de todas sus fatigas…El que se acusa a sí mismo acepta con alegría toda clase de molestias, daños, ultrajes, ignominias y otra aflicción cualquiera que haya de soportar, pues se considera merecedor de todo ello, y en modo alguno pierde la paz”.

Dándose un abrazo de perdón.

Y para dar a entender que si reaccionamos con violencia ante cualquier provocación inesperada e inmerecida, es porque en el interior guardamos alguna pasión que no vemos, añade: “Viene el hermano, le dice alguna palabra molesta y, al momento, aquel echa fuera todo el pus y suciedad escondidos en su interior. Por lo cual, si quiere alcanzar misericordia, mire de enmendarse, purifíquese, procure perfeccionarse, y verá que, más que atribuirle una injuria, lo que tenía que haber hecho era dar gracias a aquel hermano, ya que le ha sido motivo de tan gran provecho”. (San Doroteo. Instrucción 7 sobre la acusación de sí mismo).

¿No es lo que hizo Víctor? Recuerden sus palabras: “El que me humilló, buenos bienes me pasó. Por su causa, la humildad en mí creció”.


sábado, 2 de marzo de 2019

Florecillas. Marido maravilloso.

Víctor y Asunción caminando cogidos de la mano.


En los 65 años que hemos vivido juntos, hemos estado siempre muy unidos el uno al otro y los dos en el Señor. Ha sido un marido maravilloso. Mejor imposible.

A medida que vamos conociendo a Víctor somos más conscientes de que su entrega al Señor fue incondicional desde el momento de su conversión. Ante una entrega tan singular, pudiera surgir la duda de que su dedicación familiar hubiera sufrido detrimento. ¿Es compatible una vida intensa de trabajo, haciendo incluso horas extraordinarias, una delicada atención a enfermos y tantas horas de oración diaria, con una vida familiar ejemplar?

Víctor y Asunción con sus nietas Rebeca y Sara.
Pues efectivamente es una de las preguntas que algunos se hacen por considerarlas incompatibles a primera vista, lo que se convertiría en un gran obstáculo para su  beatificación. Pero la opinión de su esposa, la de sus hijos, nietos  y familiares cercanos, es muy distinta. El testimonio de su esposa es contundente y no deja lugar a dudas: “Ha sido un marido maravilloso. Mejor imposible”.

Excepto el día que se pasaba la noche fuera de casa para asistir a su turno de adorador nocturno, ¿dónde se pasaba horas y horas de oración? En su propio hogar, eso sí, en detrimento del sueño, pero no de su vida familiar. Es más, al no salir a los bares ni a otro tipo de actividades tan comunes en muchos esposos, pocos maridos habrán pasado tantas horas en el hogar con su esposa y atendiendo y preocupándose de sus hijos como Víctor.

Víctor y Asunción con familiares en su casa de Velillas del Duque.

Si se pasaba algunos días de vacaciones en el desierto carmelitano de Batuecas, era con consentimiento pleno de su esposa y de las dos hijas pequeñas que quedaban en el hogar. Y no sólo se lo consentían, sino que hasta le animaban, porque a su regreso notaban que irradiaba una paz muy especial solamente explicable por su experiencia de Dios. En pocos casos pueden estar tan confiados la esposa y los hijos como en el de Víctor, como consta por las numerosas escenas que sus hijos y nietos recuerdan de las atenciones y detalles que con ellos tenía y por las que tanto le querían.