Embotelladora madrileña de Pepsi-Cola en la que trabajó Víctor
A Víctor siempre le vi muy recto en el cumplimiento de las
tareas del trabajo, sin participar en corrillos ni maniobras de pérdida de
tiempo. Cuando, por una avería, se detenía la cadena y todos aprovechábamos
para descansar un rato, él se ponía a colocar y ordenar cosas que andaban por
medio e incluso barría los montones de cristal y basura que se acumulaban bajo
la cadena.
En esa época en que le conocí, los peones de plantilla le respetaban
bastante, aunque le consideraban un poco raro y demasiado recto. Si estaba
cerca, bajaban la voz cuando, en algún descanso, contaban chistes procaces o
fanfarronadas machistas.
A Víctor no le gustaba que nos divirtiéramos con las “azañas”
de un hurdano rechoncho y bajito que acababa de incorporarse como peón y decía,
muy serio, que le habían engañado nada más llegar a Madrid, porque había
comprado un televisor y solo se veía a los hombres pequeñinos, pequeñinos… o
que batía repetidamente la puerta de su frigorífico para sacar el aire
caliente.
El hurdano se sentía protagonista haciendo reír a todos y sus
dichos corrían por la fábrica, incluso por los despachos de los jefes,
aumentados y corregidos por el ingenio de los más locuaces. Víctor no participaba
en estas chanzas que, en parte, distraían la monotonía y una vez le oí decir:
“Esas bromas no le hacen ningún bien a él, y a vosotros menos”.
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