No teníamos conocimiento de los sufrimientos que le
reportaban los compañeros de trabajo a los que él alude en sus escritos. Alguno
de los que más le hizo sufrir, vino a nuestra casa años más tarde, cuando se
cerró la fábrica, a que le ayudase a arreglar su nueva situación laboral y mi
padre le acogió con toda caridad y bondad (Eva).
Si Víctor trató de ocultar sus taquicardias, en cuanto le fue
posible, para que ni su esposa ni sus hijos sufrieran o se preocuparan, otro
tanto sucedió con los sufrimientos morales, que supo disimular de tal manera,
que de no ser por los escritos autobiográficos que se conocieron a partir de su
muerte, nadie lo hubiera sospechado.
Y nadie lo hubiera sospechado, porque de todos hablaba bien,
porque todos le ayudaban a ser humilde y a practicar la caridad cristiana, es
decir, todos le ayudaban a cumplir la voluntad de Dios.
Su perdón a los que le humillaban fue tan sincero, que bien
pudo escribir: “A mis enemigos buscaba y no los encontraba. Al que me
humilló, buenos bienes me pasó, por su causa la humildad en mí creció. A quien
me hizo sufrir, la paciencia me activó. El que mal me quería, de él bienes
recibía. De todos, agradecido estoy, siempre por ellos oré y en Dios les amé”.