miércoles, 30 de enero de 2019

Florecillas. El Pobre de Valle de las Casas

 Valle de las Casas (León)

–El rosario y novena del Carmen-, solía dirigirlo mi padre, pero cuando coincidía la visita del pobre del Valle las Casas por estos días, mi padre le invitaba a que fuera él el que dirigiera la novena. Otro de los hijos se pregunta: “¿No vería mi padre en el pobre del Valle las Casas un pobre vagabundo por Cristo como lo quería haber sido Víctor? Y ¿no se le despertarían a Víctor los deseos de ser vagabundo por Cristo viendo y pensando en el pobre de Valle las Casas? Este pobre que había estudiado para sacerdote, cuando estaba en Quintanadiez le cantaba al párroco los funerales.

Curiosa la vida del Pobre de Valle de las Casas. Ninguno de los hermanos de Víctor recuerda su nombre, pues siempre se hablaba de él como del “pobre de Valle las Casas”.
Todos le querían y le admiraban por su cultura, su delicadeza, su bondad y la visita que hacía cada año, la celebraban como la de un familiar cercano.

Figura de un pobre como el de Valle de las Casas.

Compartía con la familia las comidas y los rezos que el padre de la familia le encomendaba por la devoción con que lo hacía. Aunque era tratado como de la familia, nunca se consiguió que durmiera dentro de la casa y en una cama, sino que a la hora de acostarse tomaba su manta y se iba a dormir al pajar.

Hablaba siempre de cosas espirituales, tenía una memoria privilegiada y conocía el nombre del santo que la iglesia celebraba cada día del año y podía dar los datos fundamentales de su vida. Los más pequeños, llevados de la curiosidad le preguntaban, por ejemplo: ¿Qué santo se celebra el 13 de diciembre? E inmediatamente respondía: Santa Lucía y hacía un elogio de su vida. Daba paz estar a su lado.

Pajar donde dormía el pobre, hoy muy remodelado su exterior.

Los padres y los hermanos de Víctor le admiraron, pero posiblemente haya sido en Víctor en quien, además de la admiración, más se haya manifestado el deseo de imitarle. Es muy probable que de él aprendiera a valorar, ayudar y amar a todos los pobres, pues en ellos veía a Cristo.

Era admirable escuchar a Víctor, cuando ya el alzheimer estaba muy avanzado, hablar del amor de su padre a los pobres una y otra vez, insistiendo que todo se lo había dado a los pobres. Era como el subconsciente que le traicionaba y reflejaba fielmente lo que él había hecho en su vida. Hoy, a la vista del comportamiento de Víctor con los pobres, los hermanos de Víctor que aún viven se preguntan: ¿Quién era realmente el Pobre del Valle las Casas?



sábado, 26 de enero de 2019

Testimonios. Alipio Fuentes y Pura Rodríguez.

Panorámica de la Villa de Saldaña.

Hemos recibido tu carta (del P. José Francisco) que nos ha alegrado mucho al tener noticias tuyas, y al ver que lo de Víctor va por buen camino. Mucho nos alegran todas esas noticias que cada vez van recogiendo más testimonios de lo que Víctor fue en su paso por esta vida, que para él no fue nada fácil. Es normal que quien lea su vida se dará cuenta de que fue un hombre que en su vida laboral se dedicó a ayudar a personas necesitadas y a vivir con tanta fe en el Señor, que muy pocas personas podrán imitarle.

Pura y yo recordamos muchas cosas desde que le conocimos. Siempre esa sonrisa en los labios, esa manera de mirar…esa dulzura en sus labios que nos demostraba que en su corazón no había más que bondad.
Alipio en la iglesia parroquial de Villota del Páramo.


Yo recuerdo desde pequeño cuando iba en casa de mi tía María de ver a la abuela de Víctor, Ramona, sentada al pie de la lumbre, con unas gafas ovaladas muy pequeñitas y con un libro leyendo (rezando con él o leyendo lecturas espirituales). Siempre estaba ocupada en algo y nunca la vi enfadada, a pesar de lo trastos que éramos cuando nos juntábamos los primos.

Jugando los primos una vez en un carro, uno de ellos, llamado Ramiro, se “arregañó” y se hizo daño en la pierna. Y fue Víctor, que también estaba allí, el que le metió para dentro para curarle y allí nadie dijo una palabra. Y Víctor se reía.

Pura y Alipio de espaldas y Luis, hermano de Pura.

Yo particularmente siempre le admiré. También recuerdo cuando vinimos una vez de Saldaña para Villota, iba caminando con su cabeza mirando al suelo y me quedé sorprendido: Iba rezando. Cuando llegué a casa se lo dije a Pura. La dije que me parecía que era su primo Víctor y que iba rezando. Si iba rezando, comentó Pura, de seguro que era él. Y claro que era él.

Bueno José. Aquí nos tienes a tu prima Pura y a mí intentando parecernos un poquito a Víctor. Todos los días le pedimos algo, pues en esta vida que estamos viviendo, tan complicada, se necesitan muchas cosas…Y yo le digo a Pura: Víctor nos ayudará. Yo tengo esa esperanza, pues de momento la vamos llevando y si alguna cosa nos ha ocurrido, se ha solucionado.


miércoles, 23 de enero de 2019

Habla Víctor. ¡Oh muerte, que tardas en llegar!

San Pablo: "Deseo morir para estar con Cristo".


¡Oh muerte que te tardas en llegar y me haces esperar, paso a paso te voy persiguiendo hasta poderte alcanzar! Cuando esa hora llegue, tú me maltratarás hasta cuerpo y alma separar, la carne te rechazará, el alma ansiosa de tu llegada está. Cuando ese momento llegue, el infierno contra mí luchará, allí en mi defensa la Sagrada Familia estará y de su mano a la eternidad pasará.

Es curioso que los santos que en una etapa de su vida no fueron totalmente fieles al Señor y en un momento determinado tuvieron un encuentro especial con Cristo y  experimentaron su amor, casi inmediatamente sintieron el deseo de morir para encontrarse cuanto antes con Él, aunque terminasen poniendo sus vidas al servicio del Señor para que se hiciese su voluntad. Es el caso de San Pablo y de Santa Teresa y es, en cierto modo, el caso de Víctor.

Santa Teresa: "Ansiosa de verte, deseo morir"

San Pablo manifiesta este deseo claramente cuando dice: “Para mí vivir es Cristo y morir ganancia. Por otra parte, si vivir en este mundo me supone trabajar con fruto, ¿qué elegir? No lo sé. Las dos cosas tiran de mí: deseo morirme  y estar con Cristo -y esto es con mucho lo mejor-; sin embargo, quedarme en este mundo es más necesario por vosotros” (Fil 1, 21-23).

Algo semejante la sucedió a Teresa de Jesús. Tras su conversión y encuentro con Cristo no pudo menos de exclamar: “¡Cuán triste es, Dios mío,/ la vida sin Ti!/ Ansiosa de verte, / deseo morir”. ¿Y quien no conoce la poesía: Vivo sin vivir en mí,/ y tan alta vida espero,/ que muero porque no muero?”.

Algo semejante le sucedió a Víctor cuando después de su conversión y de muchas horas de oración, descubrió el amor misericordioso de Jesús. A partir de ese momento de gracia, la muerte se convirtió para él en la mejor noticia. Por eso no temió la muerte, sino que la deseó por ser el único medio que tenía para gozar plenamente del Amado. De ahí la expresión: ¡Oh muerte que te tardas en llegar y me haces esperar, paso a paso te voy persiguiendo hasta poderte alcanzar!

Víctor: "La Sagrada Familia de su mano a la eternidad me llevará".

Era consciente de que el momento de la muerte, no por ser esperado y deseado dejaría de ser difícil y doloroso por ser el momento de la lucha final en que el poder del infierno lucharía con todas sus fuerzas para hacerle flaqueza en la fe, pero confiando plenamente en que la Sagrada Familia le ayudaría y acompañaría en su paso a la eternidad.

Debido a que el alzheimer había acabado con su memoria, el momento de su muerte no fue difícil ni doloroso, pero seguro que allí estaba la Sagrada Familia para acompañarle y de su mano pasar a la eternidad.

sábado, 19 de enero de 2019

Florecillas. Vaquerillo descalzo (III) (Día 19 de enero de 2019)

Molino, río y prados en Quintanadiez de la Vega.


El vaquerillo tuvo una época en que le dio por andar siempre descalzo por el campo, por lo que su madre optó por no comprarle más calzado ya que lo perdía. Y como descalzo no iba a permitirle que fuera, lo que le puso, fue unos chanclos, que son unos zapatos de madera, y ya no se le vio más descalzo.

Conocemos este comportamiento del niño Víctor, que no deja de ser una travesura muy propia de niños, por el testimonio de su hija Eva María que se lo oyó contar. Este comportamiento no figura entre los que conocemos por la carta a su nieto Ignacio, pero si se lo contó a su hija Eva, seguro que sucedió.

¿Qué explicación puede tener este comportamiento?
La explicación más normal es que a la mayoría de los niños les encanta caminar descalzos, especialmente cuando hace calor y parece que en esto víctor no fue excepción. Si a eso añadimos lo agradable que resulta en primavera y verano meter los pies en el agua y caminar descalzo sobre la fresca hierba de los prados, tendríamos una buena explicación.

Alpargatas parecidas a las que usó Víctor.

Lo que no encaja tanto, es que lo hiciera con frecuencia, a pesar de las advertencias de sus padres, pues por lo que conocemos de su niñez, no dejaba de ser un niño travieso, pero obediente. En este caso tendríamos que buscar las causas, más que en las pérdidas deliberadas, en el olvido involuntario del calzado.

Otra explicación podría ser que, al estar asentado el pueblo en la vega del río Carrión y ser todo el término de regadío, antes de que con la Concentración Parcelaria se construyeran acequias para evitar pérdidas de agua y regular su uso, el riego se hacía mediante numerosos arroyos que tenían frecuentes pérdidas de agua por lo que se formaban pequeños charcos que a veces atravesaban los caminos.

Chanclos de madera para caminar sin mojarse.

Víctor, para llevar a pastar las vacas al menos a dos prados de la familia, uno en el pago de La Lera y otro en el de La Requejada, tenía que pasar por algunos charcos y quitarse las alpargatas que eran de tela con una suela muy delgada de goma. ¿Quitárselas una y otra vez para otras tantas veces volver a ponérselas? Mejor dejarlas en el prado. De ahí que la madre recurriera a ponerle unos chanclos de madera suficientemente altos para que pudiera pasar los charcos sin mojarse los pies, o al menos, al ser de mayor tamaño que las alpargatas, no los pudiera olvidar.








miércoles, 16 de enero de 2019

Testimonios. Carmen Arroyo del Burgo

Dª. Carmen Arroyo del Burgo testigo de este testimonio.

Yo conocí a Víctor de cuando rezábamos juntos las vísperas como miembros que éramos ambos del Carmelo Descalzo Seglar. Y así hasta que se arruinó en el negocio que llevaba en Medina del Campo y se fue a trabajar a Madrid.

Cuando regresó a Medina ya muy mayor y muy achacoso, empezó otra vez a asistir a vísperas con un recogimiento especial. Si nosotros sentimos un ruido, enseguida volvemos la cabeza a mirar qué pasa. Él no. Era tan grande el recogimiento que tenía, que sólo estaba para el Señor y no pensaba en lo que pasaba a su lado. Yo le veía como un hombre muy espiritual y de mucho recogimiento interior.

Iglesia de los Carmelitas Descalzos,
lugar de los rezos y reuniones.

Luego se puso peor y dejó de venir a vísperas. Muchas veces me encontraba con él y con su señora al ir o volver de misa a la que no faltaba nunca, mientras pudo. Solía ir a la misa del Asilo, que era muy de madrugada. Luego estuvo un tiempo sin poder salir de casa por razón de sus achaques y finalmente fue internado en una residencia en la que falleció en olor de santidad.

Me hubiera gustado que no hubiera salido nunca de Medina del Campo para poder relacionarme más con él y aprender de él tantas cosas buenas que sin intentar enseñar, enseñaba con su vida tan santa y tan ejemplar.

Iglesia del Asilo de Medina del Campo
a la que más iba Víctor en su ancianidad.

sábado, 12 de enero de 2019

Gracias y favores. Carmen Arroyo del Burgo.


Carmen Arroyo del Burgo


Tengo un hijo que anda en silla de ruedas. Pues bien. El día 1 de julio de 2015, se rompió la silla de ruedas de mi hijo. Dejé en casa al hijo que tiene 47 años y está totalmente imposibilitado, y yo cogí la silla para llevarla al taller mecánico.

Al salir de casa donde hay una rampa, tan pronto puse el pie en la rampa me resbalé. Me fui entonces a agarrar de la barandilla y la silla de ruedas cayó encima de mis pies y caí desplomada para atrás y me pilló las piernas, y como la silla de ruedas, que tiene dos baterías pesa muchísimo, yo creí que me había roto los pies y exclamé: ¡Ay mis pies! ¡Ay mis pies!

Jesús Conde, hijo de Carmen Arroyo

Pedí al Señor, por mediación de Víctor que no me pasara nada, como así fue. En ese momento acertó a pasar por allí un joven que se llamaba precisamente Víctor, quien me ayudó a levantar la silla y luego a levantarme a mí.

Para mí fue un milagro y muy grande el que cayendo de espaldas no me desnucara y que no me partiera la espalda a causa del golpe que fue tan tremendo, tan tremendo. Y mala y todo como estaba cuando el joven me levantó, me fui a arreglar la silla al taller. Tuve que parar por tres o cuatro veces, pues no podía por los dolores, hasta que al fin pude llegar al taller.

Iglesia de los Carmelitas Descalzos de Medina del Campo.

¡Cómo me vería el dueño del taller, que al joven que tenía de aprendiz le dijo: Toma las llaves del coche y vete a llevar a casa a esta señora. Yo le dije: Quiero que me arregle la silla para esta tarde porque quiero ir a rezar el rosario como todos los días y hacer el mes de julio a la Virgen del Carmen.

Y así fue, que a las cinco de la tarde me tenían la silla arreglada y así pude ir a la Iglesia de los padres carmelitas llevando a mi hijo en la silla de ruedas recién arreglada, a dar gracias al Señor y a Víctor por no haberme pasado nada.
(Carmen Arroyo es carmelita descalza seglar de Medina del Campo)

miércoles, 9 de enero de 2019

Habla Víctor ¡Señor mío y Dios mío!


San Pablo Apóstol


¡Señor mío y Dios mío! Tú me has iluminado para ver que yo mismo soy el aposento donde estás escondido. Alma mía, alégrate y considera que tu bien y esperanza está en ti, y no puedes estar sin Él. ¿Qué es lo que puedo buscar y desear fuera de mí si Tú te has dignado establecer tu morada dentro de mi alma? Aquí dentro del santuario de mi alma y corazón te quiero amar, desear, adorar y glorificar, y no saldré más a buscarte fuera de mí. 

Qué bien conocía Víctor y con que fidelidad vivió lo que dice San Pablo: “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en vosotros porque Dios os lo ha dado? No os pertenecéis a vosotros mismos pues habéis sido comprados pagando. Por tanto, glorificad a Dios con vuestro cuerpo” (1Cor 6, 19-20).
  
La Santísima Trininidad

San Pablo estaba plenamente convencido de que nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo. Y porque estaba tan convencido, lo vivió y experimentó hasta el punto de exclamar: Vivo yo, mas no yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Y mi vivir humano de ahora es un vivir de la fe en el Hijo de Dios, que me demostró su amor entregándose por mí” (Gal 2, 20).

Para San Pablo, la vida cristiana es “estar en Cristo” o mejor aún, “Cristo en nosotros”. La fórmula “en Cristo”, según recoge Stefano de Fiores al hablar de Jesucristo en el Nuevo Diccionario de Espiritualidad, la repite San Pablo ciento sesenta y cuatro veces, y con esa fórmula quiere expresar la comunión más íntima que se puede pensar con el Cristo glorioso. Estar en Cristo, es entrar en íntima comunión con él, participando en los misterios de su muerte y resurrección, es dejar que Cristo sea el protagonista en nuestra vida.

Orante experimentando la inhabitación de la Santísima Trinidad.

Víctor, como San Pablo, también experimentó la presencia de Cristo en él, que Cristo vivía en él. Y al sentir su presencia, entró en íntima comunión con Él y le permitió que fuera el protagonista de su vida. Ya no necesitó buscarle fuera de sí mismo.

De ahí su pregunta: ¿Qué es lo que puedo buscar y desear fuera de mí, si Tú te has dignado establecer tu morada dentro de mi alma? Convencido de esta presencia de Jesús en su alma, cuando su director espiritual le prohibió ir por las noches a orar a la Iglesia, obedeció humildemente, pero se pasaba muchas horas de la madrugada a solas con Jesús, por lo que pudo decir: “Aquí, dentro del santuario de mi alma y corazón te quiero amar, desear, adorar y glorificar y no saldré más a buscarte fuera de mí”.



sábado, 5 de enero de 2019

Florecillas. Víctor Vaquerillo (II)


Trillando la mies en la era con vacas.


Cuando llegaba el verano, era peor. Había que trillar con todo el calor. Esto sí que era pesado. Después de aparbar, que nos gustaba montar en el aparbadero, volvíamos a cuidar las vacas, esta vez sin compañeros, además de noche. ¡Menudo miedo que se pasaba cuando las aves nocturnas, como el búho, la lechuza, etc., se lanzaban sobre ratas y ratones, además cerca de ti, y cuando cantaban anunciando su presencia!

Cuando llegaba el invierno, todos los días a la escuela o colegio. Había que recuperar todo el tiempo anterior. En recreo jugábamos a saltar por encima de los compañeros. También patinábamos por el hielo, pero sin patines, solamente dando carreras y resbalando. Muchas veces nos caíamos.

Aparbando la mies ya trillada.

Las Navidades las pasábamos junto al fuego, porque hacía mucho frío. Cantábamos villancicos y jugábamos a las cartas. Los Reyes eran entonces muy pobres. No nos traían regalos.

Estas son las aventuras de un niño que hoy es un anciano y que a ti te quiere mucho y tiene muchas ganas de verte y ahora te envía besos y abrazos.
Víctor Rodríguez y Asunción.

Así concluye esta carta de felicitación a su nieto Ignacio, verdadero tesoro para conocer como fue la infancia de Víctor. No hay en ella exageraciones, sino el relato verídico de como se desarrollaba la vida de los niños en Quintanadiez de la Vega y en la mayoría de los pueblos de Castilla por esas fechas.
 
 Vacas pastando al iniciarse la noche.
En algún momento aclararemos aspectos de esta carta con detalle. De momento nos limitamos a explicar la frase: “También patinábamos por el hielo, pero sin patines, solamente dando carreras y resbalando. Muchas veces nos caíamos”.

Por medio del pueblo, incluso junto a la plaza mayor y a unos 20 metros de la escuela, pasa un arroyo con agua abundante, que divide la población en dos sectores. Para pasar de un lado a otro solamente había un puente de madera para personas. Los animales y vehículos tenían que vadear el arroyo, que en invierno se helaba. A veces los hielos eran tan gruesos, que las vacas, caballos, carros, etc, pasaban por encima del hielo sin romperse. Pues en ese arroyo es en el que los niños preparaban las pistas para patinar y competir sin temor a que el hielo se rompiese, ni siquiera cuando se caían patinando que era frecuente. Era la mejor diversión que tenían los niños en invierno.

miércoles, 2 de enero de 2019

Testimonios. Eusebia Arranz.

 Eusebia sentada con su hija Marta, su esposo y familia


Me presento como la esposa de Enrique Rodríguez, que era sobrino carnal de Víctor Rodríguez. Los padres de mi marido eran de Quintanadiez de la Vega (Palencia) y allí tenemos una casita que habíamos heredado.

Durante los años que vivió Víctor en Velillas del Duque (1990-2002), cuando íbamos a pasar el mes de vacaciones en Quintanadiez de la Vega, nos acercábamos a ver a Víctor, a su esposa y a sus hijos.

Quintanadiez de la Vega, pueblo donde nació Víctor

Me sorprendió la vida tan austera, tan sencilla y la sonrisa que él tenía. También la atención al cuidado de la Iglesia de aquel pequeño pueblo y lo que allí rezaba.


Sabía que, como padre de familia, no le había sido fácil la educación como un padre quiere de sus hijos y tampoco su situación económica le había sido nada fácil a causa, primero de haber quebrado su propia empresa avícola, y luego, por haber quebrado también la empresa en la que entró a trabajar.

Era una cosa bien extraña que una persona seglar y padre de familia tuviera esa vida tan intensa de oración y de sacrificio.

Cuando él vivía en Medina del Campo, yo pasé por un problema y desde mi domicilio de Valladolid, donde yo vivía, acudía a él por teléfono para que me ayudara a sobrellevarle. Él me infundió paz y esperanza y me aconsejaba hacer oración como la mejor ayuda para salir del problema.

Víctor y Asunción con hijos y nietos en su casa de Velillas del Duque.

Recuerdo que me mandó dos estampas con oraciones y que yo las rezaba todos los días al comenzar las clases con los niños del curso en que yo estaba de maestra.

Haciendo oración como Víctor me aconsejaba, llegué a sentir la paz y la tranquilidad que Víctor irradiaba, como reflejo de su santidad.

Este es mi sencillo testimonio sobre su santa vida.