miércoles, 30 de agosto de 2017

En Velillas del Duque



Víctor con su nieta Rebeca en brazos a la puerta de la iglesia de Velillas

Liberado del trabajo por su incapacidad, colocados ya sus hijos y teniendo que pagar alquiler en Madrid, el año 1990 decidió irse a vivir a Velillas del Duque (Palencia), donde su esposa Asunción había heredado la casa de sus padres, buscando a la vez una vida más tranquila y un ambiente menos contaminado que favoreciese la recuperación de su salud y muy propicio para su vida de oración.


En Velillas del Duque pasó los 12 años más tranquilos de su vida al poder dedicar todo el tiempo a la oración, al apostolado, e incluso a escribir acerca de sus experiencias espirituales.


Si cuando tenía que trabajar al menos ocho horas sacaba tiempo para la oración robándoselo al sueño, ya podemos imaginar lo que haría en Velillas, lejos del mundanal ruido y sin preocupaciones laborales. Efectivamente, intensificó sus horas de oración, e hizo de la Eucaristía el centro de su vida.

Víctor limpiando el patio de su casa en Velillas


Fue justamente su amor a la Eucaristía el aspecto que más llamó la atención de los vecinos al comprobar los esfuerzos que tenía que realizar para asistir a la Santa Misa todos los días, ya que en Velillas del Duque se celebraba pocas veces a la semana.


Durante años, para poder asistir a la Eucaristía y comulgar, tuvo que desplazarse a los pueblos vecinos, especialmente a Quintanilla de Osoña, pero también a Portillejo de Olma, Ventodrigo y Villarmienzo. Y los desplazamientos los hacía en ayunas, caminando y aguantando todas las inclemencias. Nunca dejó asistir, lloviera, granizara, nevara, hiciera calor insoportable o cayeran las temperaturas muchos grados bajo cero. Es el ejemplo que más ha impresionado y mejor recuerdan los vecinos de esos pueblos.


Cuando su salud se deterioró y su fatiga era tan notoria que casi le imposibilitaba sus desplazamientos a pie, tanto D. José, el párroco de esos pueblos, como D, Germán, vecino de Quintanilla, “se porfiaban por llevarle y traerle en coche, para que no se quedara sin misa y comunión, pues lo que él no podía, era vivir sin su misa y su comunión de cada día”.


Su apostolado, aparte del ejemplo de su vida, tuvo que reducirlo a la asistencia y acompañamiento a los enfermos. Acudía a escucharlos y animarlos a mantener la esperanza. Con estas visitas, tan llenas de cariño, en algún caso logró un cambio de su vida en el último momento.



Fue también en Velillas del Duque donde disfrutó de tiempo para recapacitar en el camino espiritual recorrido y para plasmar en unos breves escritos autobiográficos las experiencias espirituales de su vida. A través de esas experiencias hemos descubierto su valentía y heroísmo para seguir a Cristo, guiado siempre por la doctrina de San Juan de la Cruz, su verdadero maestro.


En Velillas permaneció hasta que, la enfermedad del alzheimer fue destruyendo poco a poco su memoria y la familia tuvo regresar a Medina del Campo en busca de una atención médica que en un pueblo tan pequeño no podía recibir.




viernes, 25 de agosto de 2017

Víctor enfermo



Víctor internado en el Hospital 1º de Octubre asistido por sus nietos Raquel y Carlos.


Durante años, el Jefe del servicio médico de la empresa emitió un certificado que decía: “Productor don Víctor Rodríguez Martínez. Tenemos el gusto de comunicarle que el resultado del reconocimiento médico efectuado es SATISFACTORIO”. Así, con mayúsculas.


Pero recordemos que Víctor hizo durante varios años doble jornada (16 horas), primero para sacar adelante a la familia y después para ayudar a los pobres. Tanto esfuerzo por fuerza le tenía que pasar factura y así sucedió.


Comenzó a sufrir fuertes taquicardias que trató de disimular para no alarmar ni a su esposa ni a sus hijos, y llevaba en su bolsillo un papel con el teléfono de su hermano José Francisco para que, en caso de emergencia, se pusieran primero en contacto con él.

Hospital 1º de Octubre, hoy Gregorio Marañón en que fue internado Víctor.


Por fin tuvo que acudir al cardiólogo que después de reconocerle le dijo que tenía que operarse, pues todos lo que estaba como él, según las estadísticas, no solían vivir más de un año. Él dijo que no se operaba, que fuera lo que Dios quisiera. Por aquel entonces tenía 62 años y murió a los 87; es decir, que el médico le dio de vida un año y Dios se la dio 25 años más.


El 21 de diciembre de 1987, el servicio de cardiología del Hospital 1º de Octubre, redactó un informe clínico con el siguiente diagnóstico: “Paciente de 62 años de edad, diagnosticado previamente de taquicardia parosística supraventricular con episodios frecuentes de crisis y actualmente controlada. Cardiopatía isquémica tipo angor de esfuerzo con prueba de esfuerzo positiva eléctricamente y Talio positivo”.


Se le señaló un tratamiento con dieta y varias medicinas a la vez que se le aconsejaba: “Este enfermo debe evitar realizar esfuerzos mayores que moderados e igualmente evitar las situaciones de stress emocional o todas aquellas situaciones en que le produzcan dolor precordial. Dada la situación clínica sería aconsejable solicitar la incapacidad laboral”.

Sacerdote administrando el sacramento de la Unción de Enfermos.

Un nuevo dictamen médico de 14 de marzo de 1988 confirmaba su incapacidad para trabajar y así se lo comunicaron el 18 de abril de 1988 en estos términos: “Ponemos en su conocimiento que en esta Dirección Provincial del Instituto Nacional de la Seguridad Social ha tenido entrada Dictamen médico emitido por la Unidad de Valoración Médica de Incapacitados y como consecuencia del cual se han iniciado situaciones encaminadas a valorar la posible Invalidez Permanente que le afecta”.


Curiosamente, para esa fecha había quebrado la empresa Embotelladora y se había quedado sin trabajo. Y como aún estaba en edad de trabajar, jurídicamente podía coger trabajo en otra empresa, pero como el dictamen médico le inhabilitaba para ello, le concedieron la “inhabilidad total con derecho al sueldo completo”.




miércoles, 23 de agosto de 2017

A Madrid en busca de empleo


Víctor y Asunción en Madrid con sus siete hijos, 
la más pequeña nacida en Madrid


En 1966 tuvo que abandonar Medina del Campo y trasladarse a Madrid donde un hermano suyo le encontró trabajo en la fábrica Embotelladora de Pepsi Cola como ayudante. Desde su ingreso en la fábrica, hizo durante varios años dos turnos (16 horas) para sostener a su familia que ya tenía seis hijos.


Cómo sería su adaptación y comportamiento para que a los pocos meses le nombraran “delegado de personal”, nombramiento que aprovechó para defender los intereses laborales de sus compañeros, a los que, cada vez que obtenía algún beneficio para ellos, como aumento de sueldo, les animaba a comprometerse más.


Pronto se ganó la confianza de todos por su bondad y su disponibilidad. Si alguno le pedía cambiar el turno, al momento se lo aceptaba y le decía que a él le daba igual trabajar por la mañana, que por la tarde, que por la noche. La confianza llegó al extremo de que, algunos hasta le manifestaban cuestiones de conciencia. Víctor aprovechaba esta confianza para estimularles a vivir con alegría su fe e invitarles a los Cursillos de Cristiandad, invitación que muchos aceptaron.



También fueron muchos a los que ayudó a resolver problemas de todo tipo, especialmente familiares, para lo que el Señor le concedió un don especial. Y cuando los problemas requerían de solución jurídica, contaba con la ayuda del Sr. Izquierdo, abogado siempre dispuesto a echarle una mano de forma desinteresada. Tanto le estimaban, que como muestra de cariño, le llamaban “el padre Víctor”.


Pero como la condición humana es muy voluble, cuando llegó la democracia al país e irrumpieron con fuerza los “sindicatos obreros”, surgieron también las desavenencias y se alejaron de Víctor hasta el punto de que, al que llamaban “Padre Víctor”, comenzaron a denominarle despectivamente “el cura”, y después, con mayor desprecio aún, “el curote”.


No por eso dejó de ayudarles cuando le necesitaron, y cuando ya nada podía hacer por ellos humanamente, porque le rechazaban, los encomendaba continuamente al Señor: “Siempre rogando y rogando por todos mis compañeros que tanto me hacían sufrir”.



Cadena de una fábrica de Pepsi Cola

Muchas veces esas oraciones por sus detractores fueron escuchadas, pues, como testifica su hija Eva: “se dio el caso de que alguno de los que más le hicieron sufrir vino a nuestra casa más tarde, cuando se cerró la fábrica, a que le ayudase a arreglar su nueva situación laboral y mi padre le acogió con toda caridad y bondad”.


Los intensos trabajos en la fábrica para mantener a su familia y la dedicación a la defensa de sus compañeros, en ningún momento fueron obstáculo para continuar su intensa vida de oración, ni para la dedicación a las actividades de su parroquia, ni para las obras de caridad y atención a los enfermos, como tendremos la ocasión de resaltar.





sábado, 19 de agosto de 2017

Cambio radical


El retorno del hijo pródigo, Rembrandt

La experiencia de fracaso económico que pudo sumirle en una depresión insuperable, como sucede al común de los mortales, se convirtió para él en acicate de conversión.

Si alucinado por sus éxitos, se había convencido de que todo se debía a su esfuerzo e inteligencia y centraba su interés más en aumentar las riquezas que en seguir al Señor, creyente como era, aunque se había adaptado a una vida aburguesada y de confort,  pronto se convenció de su equivocación.

Al derrumbarse su negocio tan rápida e inesperadamente, cayó en la cuenta de que no se puede poner la confianza en los bienes perecederos, ya que, como dice San Juan de la Cruz “las cosas del mundo son vanas y engañosas, que todo se acaba y falta como agua que corre, el tiempo incierto, la cuenta estrecha, la perdición muy fácil y la salvación muy dificultosa” por lo que determinó poner su confianza únicamente en Dios Padre todopoderoso, y a Él se entregó totalmente. 

San Juan de la Cruz

Fiado en el Señor, embargó los bienes que le quedaban para satisfacer todas las deudas con sus acreedores y se trasladó con su familia a Madrid donde, por mediación de un hermano suyo consiguió un trabajo como peón en la fábrica Embotelladora de Pepsi Cola.

Lo que podía haberse convertido en el fracaso definitivo de su vida, se convirtió para él en la mayor gracia que Dios le concedió en su vida. Así lo proclamaba abiertamente cuantas veces se le presentaba ocasión.


Conversión

El P. Juan Jesús, que conoció a Víctor siendo joven seminarista en el colegio de los PP. Carmelitas Descalzos de Medina del Campo, e incluso le ayudó en varias ocasiones a vacunar las gallinas de la granja que el seminario tenía en las afueras de la población, testigo de la vida de confort y aburguesada que llevaba Víctor en esa época, tuvo la dicha de ser su confesor los últimos años de su vida y de comprobar el cambio radical en él realizado. Le agradecemos el siguiente testimonio:

“Era un poco extraño y al mismo tiempo asombroso oírle decir y proclamar, sin el menor rubor posible, pues lo soltaba abiertamente a los demás cuando se presentaba la ocasión, que la mayor gracia que le había hecho Dios en toda su vida, fue permitir que se arruinase económicamente, pues así le libró totalmente de la ceguera y de la esclavitud del dinero y de los bienes materiales, que habrían sido para él su perdición. Sirviéndole al mismo tiempo de iluminación interior y de transformación de la mente y del corazón para progresar espiritualmente y entregarse al cumplimiento de la voluntad de Dios en toda su vida”.


miércoles, 16 de agosto de 2017

En Medina del Campo



Granja Cock en sus inicios, título de su granja en Medina del Campo

 Al comprobar que las ganancias que la cría de gallinas ponedoras le proporcionaba eran muy superiores a lo que le podía brindar la agricultura, siguiendo el ejemplo del hombre de la parábola que encontró un tesoro en el campo y vendió todo lo que tenía para comprarlo, Víctor lo arriesgó todo. Vendió todo lo que tenía e incluso pidió un préstamo al Instituto Nacional de Colonización a bajos intereses, compró en Medina del Campo un terreno donde construyó unos buenos gallineros, y allí se trasladó con su familia el año 1953.

No le fallaron los cálculos. El negocio le iba de bien en mejor, lo que le permitió ampliar las naves y hasta le animó a poner una tienda para la venta de piensos para aves y venta de huevos de su granja. Como el éxito le seguía acompañando, decidió dar un paso más y abrió una tienda en Madrid, en la calle Marcelo Usera, para la venta directa de su producción. Más y mejor no le podía ir.

Con tan buenos resultados a la vista, no le costó mucho convencer a su padre y a dos de sus hermanas para que también vendieran sus propiedades, se trasladaran a Medina del Campo y pusieran sus respectivas granjas.

Víctor, Asunción y sus tres primeros hijos en la granja

Tanto éxito le ofuscó algo la mente y, sin dejar sus prácticas cristianas en ningún momento, sí podemos afirmar que su comportamiento se tornó un tanto mundano. El P. Juan Jesús que le conoció en esa etapa hace de él este retrato: “Es cierto que se le notaba también que llevaba un estilo de vida un tanto aburguesado y mundano, centrado, como era normal, en el mundo material. Pienso que le gustaba vivir bien y disfrutar de la vida sin demasiadas preocupaciones ni compromisos cristianos. Le recuerdo fumando siempre puros de marca. En fin, llevaba una vida mundana. Según parece, le gustaba ir a jugar a las cartas al bar el Pájaro Verde”.

Colegiata de San Antolín, Medina del Campo
En plena bonanza, el año 1966, surgió una crisis en la avicultura a nivel nacional, que le afectó de manera brutal y le llevó a la ruina total de sus negocios, pues no pudo hacer frente a los préstamos que había pedido, ya que las pérdidas diarias eran cuantiosas. Ante semejante ruina, tuvo que embargar todos sus bienes para satisfacer sus deudas. Pasó en pocos meses de persona acaudalada a simple peón de una fábrica en la que encontró empleo.


viernes, 11 de agosto de 2017

Matrimonio con Asunción Merino


Nuestra Señora la Virgen del Valle
Patrona de Saldaña y Comarca

Joven, buen mozo, apuesto y trabajador, no le faltaron pretendientes. Incluso tuvo que romper con algunas por no reunir las cualidades que él requería para fundar un nuevo hogar cristiano, como sucedió con una muchacha muy bien dotada y del agrado de la familia, pero que no quería tener más que dos hijos. Al fin encontró lo que buscaba en una joven, que sin ser del pueblo, pasaba grandes temporadas en casa de unos familiares.

Tras un noviazgo corto y ejemplar, contrajo matrimonio con Asunción Merino el 24 de julio de 1948, en el Santuario de Nuestra Señora del Valle de Saldaña, Reina y Patrona de la comarca. ¡Qué mejor lugar para celebrar el sacramento del matrimonio que a los pies de la Virgen que le había devuelto a la vida!

Los esposos Asunción Merino y Víctor Rodríguez

Con Asunción sí pudo realizar su proyecto. Así lo confiesa Víctor en sus escritos: “Cuando al matrimonio llegamos, unidos en Dios quedamos. Al aceptar cuantos hijos nos dabas, de gracias nos llenabas. A la Iglesia los llevamos para hacerlos cristianos”.  Asunción por su parte añade: “En los 65 años que hemos vivido juntos, hemos estado siempre muy unidos el uno al otro y los dos en el Señor. Ha sido un matrimonio maravilloso. Mejor imposible”.

Fruto de ese matrimonio fueron los diez hijos que el Señor les concedió. Tres de ellos murieron al poco de nacer: dos niños y una niña. Los nombres de los otros siete que siguen vivos son: José Francisco, Luis Fernando, Martín, Teresa Margarita, Miguel Ángel, María Begoña y Eva María.

A partir de su matrimonio dejó la casa paterna para formar su propio hogar. Según el testimonio de D. Gregorio de la Gala Campos, “una vez casado, vivía en casa de una tía de Asunción llamada Catalina. Esta señora tenía muy mal genio. La gente de Quintana que conocía el genio de la señora Catalina, en cuya casa vivía Víctor con su esposa, decía que con Víctor no iba a tener nunca ningún enfado, pues Víctor se llevaba siempre bien con todos, fueran como fueran. Era la bondad personificada”. Así se cumplió, hasta el punto de que, cuando el matrimonio se trasladó a Medina del Campo, con ellos se llevaron a la tía Catalina.


Santuario de Nuestra Señora la Virgen del Valle en Saldaña

Para sacar adelante su nuevo hogar, tuvo que seguir trabajando en las tareas agrícolas con su padre, pero, como joven inteligente y trabajador que era, para aumentar los ingresos de su nuevo hogar, se le ocurrió criar gallinas ponedoras en el amplio patio de la casa sin menoscabo de su dedicación a las tareas agrícolas. El resultado fue tan rentable, que pensó en dejar la agricultura para dedicarse exclusivamente a este negocio.



miércoles, 9 de agosto de 2017

Joven honesto y trabajador.

Portón de entrada al hogar familiar

Su juventud fue la propia de un joven responsable y trabajador. Las circunstancias familiares influyeron para que desde muy temprano tuviera que ayudar a su padre en las tareas agrícolas, ya que, de sus dos hermanos mayores que él, uno era militar y el otro había fallecido durante la guerra civil el año 1937. Por este motivo, desde los 14 años tuvo que realizar trabajos propios de personas de más edad, como segar a guadaña, para lo que se requiere mucha fuerza, sembrar, regar y recoger legumbres, en un pueblo en el que todo el término es de regadío, etc.




Si ya a los seis años tuvo que participar en tareas que hoy nos parecen increíbles, ya pueden suponer lo que haría en su juventud. El trabajo, especialmente en verano, era verdaderamente agotador. Se levantaba hacia las cinco de la mañana para segar o llevar la mies a la era, tareas que no se podían realizar cuando el sol calienta, pues las espigas se desgranarían. Al llegar la mies a la era, había que esparcirla para formar la trilla, trabajo que le ocupaba hasta la hora de la comida. Después de comer se echaba una siesta más o menos larga, según las circunstancias lo permitieran, no en una mullida cama, sino en el duro suelo a la sombra de un carro. Al atardecer proseguía la jornada regando tierras sembradas de fréjoles, alubias, patatas, remolacha, etc., hasta muy entrada la noche. Y esto día tras día durante más de un mes.



Pero en su juventud no todo fue trabajo, sino que también supo disfrutar, como los demás jóvenes, de momentos de esparcimiento y de diversión. Le encantaba especialmente participar en las fiestas patronales de los pueblos vecinos o en los que tenía familiares cercanos. Así lo confirma una anécdota, que conocemos gracias a su hermana Gloria que alude a cómo se las arregló al regresar de una de esas fiestas para librarse de un castigo por llegar a casa más tarde de lo establecido por sus padres:





“Un día que Víctor llegó a casa pasada la hora establecida de llegada, le dejaron en el lugar consabido la llave para abrir la puerta de entrada al patio de la vivienda, pero no la de la vivienda, con el fin de que durmiera en casa, pero no en su cama, sino en el pajar. ¿Y qué hizo? Nuestra casa tenía dos plantas: la baja y un primer piso. En el primer piso teníamos las habitaciones para dormir y el granero donde se almacenaba el grano. El muchacho sabía que la ventana que daba al granero tenía un cuarterón roto. Entonces cogió una escalera, la puso a la altura de la ventana que daba al granero, metió la mano por el agujero del cuarterón, corrió los cerrojos, abrió la ventana y por la ventana se coló en la casa y se fue a dormir tranquilamente en su cama sin que nadie se enterara. Luego fue él el que lo contó y todos celebraron la ocurrencia”.



sábado, 5 de agosto de 2017

Infancia feliz





“Seis años tenía y un carro sobre mí volcó e ileso me dejó”. Así describe en su autobiografía un acontecimiento de su infancia que considera milagroso.

Por lo demás, su infancia fue de lo más normal y sencilla. Así lo podemos comprobar por una simpática carta de felicitación a uno de sus nietos cuando ya él había cumplido sesenta y seis años. 


Texto de la carta.

Ignacio Rodríguez Afuera.

Querido nieto. Muchas felicidades en tu cumpleaños. Que lo pases muy bien junto a tus padres y amigos.

Te voy a contar las aventuras de un niño cuando tenía 6 años. Se levantaba temprano. Después de desayunar un buen plato de patatas, cogía un palo y se llevaba las vacas a pastar en los prados. Allí se juntaba con otros niños que ejercían el mismo trabajo. Pescábamos peces, cangrejos y ranas. Hacíamos una hoguera y los asábamos y nos los comíamos.

También cazábamos lagartos, culebras, ratas, topos, erizos y otros animales. Éstos no los comíamos. Buscábamos nidos de pájaros y mirábamos cuántos huevos tenían y cuando nacían las crías, las visitábamos todos los días, hasta que se hacían mayores y volaban.
También recogíamos patatas y las asábamos en la lumbre, éstas también las comíamos. Jugábamos a escondernos entre los matorrales. El que perdía le tocaba buscar a los otros. También nos bañábamos. Así aprendimos a nadar. Nos llevaban la comida al prado. De postre buscábamos moras y otros frutos silvestres.
Cuando llegaba el verano era peor, había que trillar con todo el calor. Esto sí que era pesado. Después de aparbar, que nos gustaba montar en el aparbadero, volvíamos a cuidar las vacas, esta vez sin compañeros, además de noche. ¡Menudo miedo que se pasaba, cuando las aves nocturnas como el búho, la lechuza, etcétera se lanzaban sobre ratas y ratones, además cerca de ti y cuando cantaban anunciando su presencia!



Cuando llegaba el invierno, todos los días a la escuela o colegio. Había que recuperar todo el tiempo anterior. En el recreo jugábamos a saltar por encima de los compañeros. También patinábamos por el hielo, pero sin patines, solamente dando carreras y resbalando. Muchas veces nos caíamos.

Las Navidades las pasábamos junto al fuego, porque hacía mucho frío. Cantábamos villancicos y jugábamos a las cartas. Los Reyes eran entonces muy pobres. No nos traían regalos.

Estas son las aventuras de un niño que hoy es un anciano y que a ti te quiere mucho y tiene muchas ganas de verte y ahora te envía besos y abrazos.

Víctor Rodríguez y Asunción Merino




miércoles, 2 de agosto de 2017

Nacimiento y primeros pasos




Nació el 12 de abril de 1925 en Quintanadiez de la Vega (Palencia), hijo de Daniel Rodríguez y de Margarita Martínez. A los cuatro días, el 16 de abril, fue bautizado en la parroquia del Salvador y allí mismo recibió la Confirmación el 5 de octubre de 1929.

Nació en un hogar muy cristiano en el que todos los días se rezaba el rosario en familia, nunca se faltaba a los actos religiosos, aunque para ello hubiera que interrumpir las urgentes tareas del verano, se trabajaba como agricultores para obtener el pan de cada día, se daba hospedaje a los pobres que pasaban por el pueblo, se mantenía la amistad con todos los vecinos, etc.



En un hogar así, no es extraño que ya desde su infancia tuviera algunas experiencias especiales que podríamos calificar de milagrosas, de las que se hace eco en unos escritos autobiográficos:
“Cuando la muerte llegó y me arrebató, al traspasar el umbral, allí me encontré con Jesús, María y José. La Virgen me protegió y me tomó de la mano. Dos años tenía y por muerto me daban. De pronto brotó en frente y cara una mancha colorada, Por ello, “pinto” me llamaban. A medida que crecía, la mancha aminoraba. Seis años tenía y un carro sobre mí volcó e ileso me dejó. A los catorce con una escopeta jugaba, que creía descargada, de pronto se disparó. La cara me rozó, sin clavarme un perdigón. En el techo de madera, un agujero quedó”.

¿Se trata de tres milagros con los que el Señor por tres veces le libró de la muerte en su niñez?

Es especialmente llamativo el primero, pues habla claramente de haber fallecido: “Cuando la muerte llegó y me arrebató”, de “traspasar el umbral” que separa esta vida de la otra, de “haberse encontrado con Jesús, María y José”, y de que “la Virgen le protegió y le tomó de la mano” y le devolvió la vida.



Iglesia del Salvador
Quintanadiez de la Vega, Palencia, España


Sus padres, que ya habían perdido a dos de sus hijos en tierna edad, le dieron por muerto. ¡Cuál sería su alegría al ver brotar en su frente una mancha colorada!

Al llegar al uso de razón, sus padres le pudieron hablar del dolor que pasaron al darle por muerto y de la gran alegría que experimentaron al ver como brotaba una mancha colorada en su frente. Es posible que también le dieran detalles de cómo sucedió y de que para ellos se trataba de un verdadero milagro, pero no de esa experiencia de la que Víctor nos habla de haber pasado el umbral de la muerte, de haberse encontrado con Jesús María y José y de su retorno a la vida de la mano de María. Y, ¿cómo podía Víctor recordar algo que le sucedió cuando solamente tenía dos años?