Con los anteriores dones el alma es gobernada con las
virtudes morales. Los de ciencia, entendimiento y sabiduría introducen al alma
en las virtudes teologales, estas penetran en el centro del alma y la gobiernan
y la disponen a la perfecta unión con Dios. Esta luz divina nos ilumina por
dentro dejando apartadas las atracciones de la criaturas que generalmente
impiden el progreso espiritual. Todas estas luces nos son dadas por el Don de la
ciencia. Pero hay que renunciar a todo querer y atracción humana para que este
Don actúe en nuestras almas, así las atraerá hacia la cruz.
Como indica muy acertadamente Víctor, a través de los cuatro
primeros dones (temor de Dios, piedad, fortaleza y consejo) el Espíritu
Santo guía nuestra vida moral perfeccionando a las cuatro virtudes cardinales:
prudencia, justicia, fortaleza y templanza. A través de los tres últimos (ciencia,
entendimiento y sabiduría) el Espíritu Santo conduce directamente nuestra vida
sobrenatural, completando la obra de las tres virtudes teologales: fe,
esperanza y caridad.
El Don de Ciencia es un hábito sobrenatural por el cual la
inteligencia del hombre, bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo, juzga
rectamente de las cosas creadas en sus relaciones para con Dios. Y como las
criaturas pueden relacionarse con el fin, ya sea impulsándonos a él, ya
tratando de apartarnos del mismo, el don de ciencia da al hombre justo el recto
juzgar en ambos sentidos.
En nuestro seguimiento de Cristo, estamos expuestos a la
tentación de dejarnos llevar por la atracción de las criaturas, cayendo en un
apego desordenado a ellas. Así les sucede en general a los no creyentes, pero
también a muchos creyentes nos resulta difícil librarnos de su fuerza de
atracción.
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