Alipio el testigo de esta florecilla. |
Recuerdo
que cuando vinimos una vez de Saldaña para Villota, un hombre iba caminando con
su cabeza mirando al suelo y me quedé sorprendido. Iba rezando. Cuando llegué a
casa se lo dije a Pura. La dije que me parecía que era su primo Víctor y que
iba rezando. Si iba rezando, me comentó Pura, de seguro que era él. Y claro que
era. (Pura y Alipio)
Víctor
se trasladó de Madrid a vivir en Velillas del Duque en busca de tranquilidad
cuando su salud ya estaba bastante deteriorada. Mientras pudo, caminó casi a
diario unos tres kilómetros de ida y otros tres de vuelta para asistir a la
misa en Quintanilla de Onsoña, pero rara vez lo hizo a Saldaña, distante ocho
kilómetros. Si alguna vez lo hacía, era aprovechando las oportunidades que le
brindaba su párroco, D. José cuando se acercaba a la Villa para hacer alguna
gestión o de compras. Víctor le ayudaba y visitaba a algunos familiares o
amigos.
Pura y Alipio de espaldas. |
Fue
en una de esas visitas en las que sucedió la anécdota que nos recuerdan sus
primos Pura y Alipio. Es natural que a Alipio, -hace un año que falleció- que
era un cristiano verdaderamente ejemplar, le llamase la atención ver a un
hombre ya anciano caminando solo y como abstraído de lo que le rodeaba, mirando
al suelo y sumido en oración. ¡Qué alegría sintió al comprobar que ese
cristiano ejemplar y valiente era su primo Víctor.
Si
iba rezando, de seguro que era él, fue la exclamación de Pura, que le
conocía muy bien. “Por las obras les conoceréis”, dice el Señor
en el Evangelio, y en este caso se cumplieron al pie de la letra. Ni antes ni
después han visto un caso semejante en Saldaña. Sí es frecuente ver personas
acercarse al santuario de Nuestra Señora del Valle haciendo a pie el trecho que
separa el santuario de la población, pero esas personas no llaman la atención,
porque lo hacen de forma rutinaria. Lo de Víctor era diferente. Su sencillez,
su actitud recogida y humilde, su ensimismamiento centrado en el Señor al
caminar, le convertían en un ejemplo viviente. Veían en él a un hombre de Dios.
Alipio y Pura con familiares y amigos. |
Esto
nos trae a la memoria lo que dice Santa Teresa acerca de lo difícil que es
saber si alguien ama de verdad a Dios, pues podemos dejarnos llevar por las
apariencias y equivocarnos en nuestras apreciaciones, pero reconoce que, cuando
es auténtica, sí podemos vislumbrar que “hay indicios grandes para
entender que le amamos” (6 M. 3, 7). ¿Qué mejores indicios que su
humildad, su sencillez, su caminar centrado su pensamiento en Dios sin miedo al
que dirán, el aceptar de antemano los desprecios que pudieran hacerle, con tal
de servir al Señor?