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sábado, 4 de agosto de 2018

Florecillas. Víctor iba rezando.

Alipio el testigo de esta florecilla.

Recuerdo que cuando vinimos una vez de Saldaña para Villota, un hombre iba caminando con su cabeza mirando al suelo y me quedé sorprendido. Iba rezando. Cuando llegué a casa se lo dije a Pura. La dije que me parecía que era su primo Víctor y que iba rezando. Si iba rezando, me comentó Pura, de seguro que era él. Y claro que era. (Pura y Alipio)

Víctor se trasladó de Madrid a vivir en Velillas del Duque en busca de tranquilidad cuando su salud ya estaba bastante deteriorada. Mientras pudo, caminó casi a diario unos tres kilómetros de ida y otros tres de vuelta para asistir a la misa en Quintanilla de Onsoña, pero rara vez lo hizo a Saldaña, distante ocho kilómetros. Si alguna vez lo hacía, era aprovechando las oportunidades que le brindaba su párroco, D. José cuando se acercaba a la Villa para hacer alguna gestión o de compras. Víctor le ayudaba y visitaba a algunos familiares o amigos.


Pura y Alipio de espaldas.

Fue en una de esas visitas en las que sucedió la anécdota que nos recuerdan sus primos Pura y Alipio. Es natural que a Alipio, -hace un año que falleció- que era un cristiano verdaderamente ejemplar, le llamase la atención ver a un hombre ya anciano caminando solo y como abstraído de lo que le rodeaba, mirando al suelo y sumido en oración. ¡Qué alegría sintió al comprobar que ese cristiano ejemplar y valiente era su primo Víctor.

Si iba rezando, de seguro que era él, fue la exclamación de Pura, que le conocía muy bien. “Por las obras les conoceréis”, dice el Señor en el Evangelio, y en este caso se cumplieron al pie de la letra. Ni antes ni después han visto un caso semejante en Saldaña. Sí es frecuente ver personas acercarse al santuario de Nuestra Señora del Valle haciendo a pie el trecho que separa el santuario de la población, pero esas personas no llaman la atención, porque lo hacen de forma rutinaria. Lo de Víctor era diferente. Su sencillez, su actitud recogida y humilde, su ensimismamiento centrado en el Señor al caminar, le convertían en un ejemplo viviente. Veían en él a un hombre de Dios.

Alipio y Pura con familiares y amigos.


Esto nos trae a la memoria lo que dice Santa Teresa acerca de lo difícil que es saber si alguien ama de verdad a Dios, pues podemos dejarnos llevar por las apariencias y equivocarnos en nuestras apreciaciones, pero reconoce que, cuando es auténtica, sí podemos vislumbrar que “hay indicios grandes para entender que le amamos” (6 M. 3, 7). ¿Qué mejores indicios que su humildad, su sencillez, su caminar centrado su pensamiento en Dios sin miedo al que dirán, el aceptar de antemano los desprecios que pudieran hacerle, con tal de servir al Señor?