En mi huerto el Señor sembró la fe. Yo la aboné y regué, Árbol frondoso creció. |
Todos los que se preocupan de llevar una vida de piedad, en
oración y humildad, cada vez comprueban más el crecimiento interior de su fe,
que además compromete y exige cada vez más el comportamiento y compromiso,
hasta que llega a enamorarse de Dios. Entonces todo ha cambiado. La fe te lleva
a esperar todo en Él y a desear solamente su amor.
En mi huerto, el Señor sembró la fe, semilla diminuta es, yo
la cavé y aboné y regué, árbol frondoso creció, a menudo le podé, el
crecimiento se lo dio Dios, pero a mí me aprovechó.
Tras esta voz torpe y gangosa que estás escuchando, se
encuentra un gran pecador, que cuando descubrió la fe, esta le comprometió,
toda mi vida cambió, mi deseo desde entonces fue el hacerla crecer.
¿Cuántos son los elementos que sin verlos los creemos, ya
sean naturales o científicos? ¿Quién ha visto el aire, el frío? Verás y
sentirás sus efectos, pero nada más. Cuántos elementos de nuestro cuerpo
desconocemos. Algunos los sabemos porque creemos en los científicos que los
descubrieron, son más los que se ignoran; sin microscopio, rayos X, etc., no se
pueden detectar. La atmósfera está llena de electricidad, lo creemos porque nos
lo dicen, pero no lo vemos. Podríamos enumerar y nunca terminaríamos. Investiga
dentro de ti, y descubrirás, que tienes algo que no conoces, y que es superior
a ti mismo y cuanto has visto u oído.
¡Cómo no recordar las palabras de San Pablo en la primera
carta a los Corintios (3, 6-7) al hablar
de Apolo y de sí mismo como instrumentos elegidos por Dios para llevar la fe a
los Corintios! “Yo planté, Apolo regó, pero era Dios quien hacía crecer; por
tanto, ni el que planta significa nada, ni el que riega tampoco; cuenta el que
hace crecer, o sea, Dios” (3, 6-7). Por eso concluye Víctor: “La fe te
lleva a esperar todo en Él y a desear solamente su amor”.