Don de Consejo con el que el Espíritu Santo nos habla al corazón. |
Si la Sagrada Escritura compara el Espíritu Santo como un
susurro, queda claro que sólo en silencio exterior e interior la puede escuchar
el alma. San Juan de la Cruz dice que habla en silencio divino y en silencio le
tiene que escuchar el alma. También nuestro juicio se pega a nosotros y nos
impide razonar en la verdad. El apego a la propia opinión nunca es bueno, no es
indicio de la acción de la gracia, el alma tiene que ser sensible a la
obediencia, raíz de la humildad. El alma pegada a su propio parecer no puede
gozar del Don de consejo. San Juan de la Cruz dice: “niega tus deseos y
hallarás cuanto deseas”.
El Don de Consejo actúa en nosotros especialmente cuando se
nos presenta de repente alguna dificultad a la que hay que dar respuesta
rápida, puesto que el pecado o el heroísmo es cuestión de segundos. Sólo el
Espíritu Santo nos dará la solución y el valor para hacer lo correcto.
Este Don suscita en los verdaderos espirituales el deseo de
pedir luces a los legítimos representantes de Dios en la tierra, pues su
voluntad es que el hombre se rija y gobierne por los hombres. El Espíritu Santo
suscita en los santos tal sumisión a sus legítimos representantes en la tierra,
que, en caso de que haya conflicto entre lo que Él les inspira y lo que les
manda el superior o el confesor, quiere que obedezcan al superior o al confesor.
Así se lo manifestó a Santa Teresa; “Siempre que el Señor
me mandaba una cosa en la oración, si el confesor me decía otra, me tornaba el
mismo Señor a decir que le obedeciese; después Su Majestad le volvía para que
me lo tornase a mandar”. (V. 26, 5) Y así lo cumplió Santa Teresa, llegando
al extremo de hacer burla al Señor cuando se le aparecía, pues así se lo pedía
el confesor por creer que se trataba del demonio.
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