miércoles, 30 de agosto de 2017

En Velillas del Duque



Víctor con su nieta Rebeca en brazos a la puerta de la iglesia de Velillas

Liberado del trabajo por su incapacidad, colocados ya sus hijos y teniendo que pagar alquiler en Madrid, el año 1990 decidió irse a vivir a Velillas del Duque (Palencia), donde su esposa Asunción había heredado la casa de sus padres, buscando a la vez una vida más tranquila y un ambiente menos contaminado que favoreciese la recuperación de su salud y muy propicio para su vida de oración.


En Velillas del Duque pasó los 12 años más tranquilos de su vida al poder dedicar todo el tiempo a la oración, al apostolado, e incluso a escribir acerca de sus experiencias espirituales.


Si cuando tenía que trabajar al menos ocho horas sacaba tiempo para la oración robándoselo al sueño, ya podemos imaginar lo que haría en Velillas, lejos del mundanal ruido y sin preocupaciones laborales. Efectivamente, intensificó sus horas de oración, e hizo de la Eucaristía el centro de su vida.

Víctor limpiando el patio de su casa en Velillas


Fue justamente su amor a la Eucaristía el aspecto que más llamó la atención de los vecinos al comprobar los esfuerzos que tenía que realizar para asistir a la Santa Misa todos los días, ya que en Velillas del Duque se celebraba pocas veces a la semana.


Durante años, para poder asistir a la Eucaristía y comulgar, tuvo que desplazarse a los pueblos vecinos, especialmente a Quintanilla de Osoña, pero también a Portillejo de Olma, Ventodrigo y Villarmienzo. Y los desplazamientos los hacía en ayunas, caminando y aguantando todas las inclemencias. Nunca dejó asistir, lloviera, granizara, nevara, hiciera calor insoportable o cayeran las temperaturas muchos grados bajo cero. Es el ejemplo que más ha impresionado y mejor recuerdan los vecinos de esos pueblos.


Cuando su salud se deterioró y su fatiga era tan notoria que casi le imposibilitaba sus desplazamientos a pie, tanto D. José, el párroco de esos pueblos, como D, Germán, vecino de Quintanilla, “se porfiaban por llevarle y traerle en coche, para que no se quedara sin misa y comunión, pues lo que él no podía, era vivir sin su misa y su comunión de cada día”.


Su apostolado, aparte del ejemplo de su vida, tuvo que reducirlo a la asistencia y acompañamiento a los enfermos. Acudía a escucharlos y animarlos a mantener la esperanza. Con estas visitas, tan llenas de cariño, en algún caso logró un cambio de su vida en el último momento.



Fue también en Velillas del Duque donde disfrutó de tiempo para recapacitar en el camino espiritual recorrido y para plasmar en unos breves escritos autobiográficos las experiencias espirituales de su vida. A través de esas experiencias hemos descubierto su valentía y heroísmo para seguir a Cristo, guiado siempre por la doctrina de San Juan de la Cruz, su verdadero maestro.


En Velillas permaneció hasta que, la enfermedad del alzheimer fue destruyendo poco a poco su memoria y la familia tuvo regresar a Medina del Campo en busca de una atención médica que en un pueblo tan pequeño no podía recibir.




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