sábado, 31 de marzo de 2018

Habla Víctor, Muerte y Resurrección

 !Oh muerte que te haces esperar!.


Bien pueden ayudarnos unas palabras de Víctor para reflexionar durante este Sábado Santo en nuestra muerte, en los sufrimientos que la acompañarán y en el júbilo de nuestra resurrección.

La muerte de Jesús fue tremendamente dolorosa, pues a los dolores físicos que nos narran los evangelistas, se unió hasta el abandono del Padre: “Dios mío Dios mío, ¿por qué me has abandonado?. Fue en ese momento terrible, en el que sintió hasta el abandono del Padre, cuando, según San Juan de la Cruz, se realizó el misterio de nuestra redención. Pero a su muerte siguió la gloria de la Resurrección y el triunfo definitivo sobre la muerte. Desde ese momento, la muerte ha dejado de ser nuestro mayor enemigo para convertirse en el medio que tenemos para conseguir nuestra glorificación.

En varias ocasiones les habló Jesús a sus apóstoles del sufrimiento y de la muerte como camino para llegar a la resurrección. Nada entendieron y por eso fueron tan miedosos en el momento de la pasión de Cristo y le abandonaron, convencidos de que todo había concluido con su muerte. No fue fácil convencerles de su resurrección y victoria sobre la muerte, pero desde que se convencieron, su vida cambió por completo. 

Al alma Cristo la lleva para presentarla al Padre

Víctor, buen creyente desde su infancia, jamás dudó de la resurrección y, al final de sus días, hasta deseó la muerte para encontrarse cuanto antes con Cristo, pero fue consciente de que ese paso siempre es doloroso, por mucha fe que se tenga. En unas breves palabras nos resume su postura ante ese momento decisivo:

“¡Oh muerte deseada que te haces esperar! Paso a paso te persigo hasta que te pueda encontrar. Cuando a ti haya llegado, con dolor me abrazarás. Con mi cuerpo prestado te quedarás, hasta que Cristo te rescate para resucitar. Al alma, Cristo la lleva para presentarla al Padre, lavada en su sangre, limpia y resplandeciente como el crisol que Él con su sangre la quedó”.

Manifiesta, en primer lugar, un deseo de que la muerte le llegue cuanto antes y hasta sale a su encuentro. Pero es consciente de que ese deseo no va a impedir el dolor de la separación del cuerpo y alma y que esa separación va a durar hasta el momento de la resurrección al final de los tiempos.

Pero ese dolor y separación son insignificantes ante la alegría de saber que Cristo un día rescatará ese cuerpo de la muerte y le devolverá la vida y una vida gloriosa que ya no tendrá fin.

Hasta que Cristo te rescate para resucitar.

Y mientras llega el momento de la resurrección, sabe que su alma será llevada al cielo y presentada por Cristo al Padre, pero, “lavada en su sangre, limpia y resplandeciente como el crisol que Él con su sangre la quedó”.

A esto se llama tener una fe inquebrantable en la resurrección. A esto se llama confiar plenamente en Jesús, que con su sangre ha lavado su alma y la ha dejado sin mancha alguna y resplandeciente como el crisol. No es Víctor quien logra su limpieza, es Jesús quien hace la labor por él.



miércoles, 28 de marzo de 2018

Habla Víctor, Huerto de los Olivos

Jesús orando en el huerto de los olivos

En estos días de Semana Santa, la Iglesia nos invita a reflexionar y participar en el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo en que se realiza el misterio de nuestra redención. Para ayudarles a vivir este misterio, les ofrecemos el ejemplo de gratitud de Víctor a Jesús, que dio la vida por nosotros, no porque lo mereciéramos, sino únicamente por amor.


A estas alturas, ya nos resulta familiar la importancia que Víctor daba a la Semana Santa y en concreto el fervor con que celebraba los días sagrados del Jueves y Viernes santo. Las dos palabras claves para estos días son: oración y ayuno. ¡Cuántas horas del día y de la noche en presencia de Jesús Sacramentado! No se cansaba de estar junto al Amado. Se portó mejor que los apóstoles que le dejaron solo en el momento que más necesitaba de su compañía. Y si Cristo no tomó ningún alimento desde la Última Cena hasta el momento de su muerte, ¿cómo no ayunar por Él?

Apóstoles dormidos en el huerto de los olivos.

Y junto al ejemplo de vida, una experiencia y unas palabras de Víctor que nos pueden ayudar a penetrar y comprender el valor de nuestro sufrimiento unido al de Cristo en su Pasión:

Triste y angustiada mi alma hasta la muerte está. Camino del Huerto de los Olivos va, para allí gustar la Sangre de Cristo sudada, por ésta fortalecido, allí la subida al Monte iniciar, aunque allí mis pecados descargué, penosa la subida fue, por senda estrecha caminaba, en el bastón de la fe me apoyaba, aunque nada gustaba ni veía. Aquel que me guiaba, el camino se sabía, por eso pronto a la cima llegué. Allí solo la gloria de Dios encontré y tanto me enamoré, que a la cruz me encaramé, para expirar abrazado a la cruz del Cordero Degollado.

Tanto me enamoré, que a la Cruz me encaramé para expirar abrazado a la Cruz.

¡Que hermosa reflexión, fruto de una profunda experiencia! Del mismo modo que Cristo sintió tristeza y angustia en el Huerto de los Olivos al enfrentarse ante la muerte inminente y atroz, Víctor también siente la angustia ante la muerte. Pero hay una diferencia con la de Cristo, pues mientras Cristo estuvo abandonado, Víctor se acerca al Huerto de los Olivos para gustar de la sangre que Jesús derramó, y fortalecido con esa sangre poder iniciar la subida del Monte.

No por eso dejó de ser dura la subida, pues ante la muerte, la oscuridad es absoluta. Pero esa subida en medio de las tinieblas, la estaba realizando con seguridad, porque contaba con Cristo como guía que conoce muy bien el camino.

Es lo que San Juan de la Cruz, su gran maestro, expresa con estas palabras: “Sin otra luz y guía, sino la que en el corazón ardía. Aquésta me guiaba más cierto que la luz del mediodía, adonde me esperaba quien yo bien me sabía”.

Por eso exclama lleno de alegría: “Pronto a la cima llegué. Allí solo la gloria de Dios encontré y tanto me enamoré, que a la cruz me encaramé, para expirar abrazado a la cruz del Cordero degollado. ¡Quién tuviera la dicha de expirar así!





sábado, 24 de marzo de 2018

Testimonios Begoña (IX)

Begoña como religiosa Misionera de la Caridad con su padre y familiar


Cuando acudía a la parroquia de San Clemente Romano, una vez una mujer entabló conversación con él. Estaba en búsqueda de su vocación y él la ayudó en tantas conversaciones espirituales que tuvieron. Ella entró en un convento de clausura.
También Víctor y Asunción hospedaban en su casa a personas que pasaban por el pueblo cuando vivían en Velillas.

Cuando yo sentí la vocación de misionera, fue mi padre el que me acompañó a las Misioneras de la Caridad. Papá preguntó todo lo referente a la vida que llevaban las religiosas: horarios, cuántas horas dedicaban a la vida de oración, que tipo de oración hacían, cuántas horas dormían, comidas, trabajo. Entendía perfectamente la vida religiosa. De la misma manera fue papá quien explicó a su hija Eva qué tipo de vida se llevaba en el Carmelo cuando esta decidió entrar en la clausura del Carmelo. Papá siempre nos aconsejaba que nunca dejáramos la oración, pasara lo que pasare.
 
Centro Día de la Cruz Roja en Medina del Campo.
Víctor estuvo asistiendo durante año y medio al Centro de Día de la Cruz Roja en Medina del Campo. Fue una penitencia y purificación para él. Cada día, cuando mi madre le preparaba para llevarle al minibús que le pasaba a recoger, él preguntaba si había misa y cuándo iban a misa. Cuando veía al bus acercarse, decía a su esposa: Tú te quedas, yo me voy, agarrándola muchas veces con fuerza de la mano.

El último mes y medio de su vida, lo vivió en una residencia geriátrica. Fue obligado llevarle allí en contra de la voluntad de su esposa, pues ni su esposa ni ninguno de sus hijos podía ofrecerle los cuidados que él necesitaba. Allí fue donde Nuestro Señor fue a buscarle para llevarle con Él, para premiarle todo lo que había hecho por amor suyo. El 21 de febrero de 2012 nos llamaron por teléfono para decirnos que había fallecido. Murió de la misma manera que había vivido. Escondido en Cristo.
 
Residencia Geriátrica de Medina del Campo en la que falleció Víctor.
Víctor estuvo encamado tres días antes de su muerte. Le habían puesto una sonda nasogástrica para administrarle alimento. Tenía desde hacía varios años una bolsa de diuresis.

La residencia donde falleció, se encuentra situada a las afueras del pueblo. Murió como Jesús, a las afueras de la ciudad. Murió de madrugada y se encontraba solo, sin ninguna compañía humana, ni de sus familiares. Dios no permitió que le acompañara ningún ser querido, a pesar de que a diario recibía la visita de su esposa y nunca faltaban, en los fines de semana, la presencia de sus hijos y sus nietos que venían desde Madrid a visitarle.

Fue la noche del 21 de febrero, cuando el Señor se llevó a la casa del Padre a premiarle tanto como había hecho por amor suyo. Falleció por la noche, sólo con Jesús y María.
Dios eligió venir a buscarle de noche, de madrugada, como cuando en casa hacía oración o estaba ante el Santísimo el 21 de cada mes siendo adorador. Nadie presenció su muerte. El que había vivido solo para Dios, en silencio y soledad, en silencio y soledad murió. Solo con Dios.





miércoles, 21 de marzo de 2018

Testimonios Begoña (VIII)

Víctor ya con alzheimer llevando su enfermedad con paz y alegría.

Varias veces oí estas palabras de sus labios: Sé que la muerte es muy dura y hay que pasarla solo, al tiempo que manifestaba la certeza de su fe de confiar y saber que Jesucristo y María estarían acompañándole en el trance a la eternidad.

En el primer período de la enfermedad, cuando ésta comenzó a tener sus primeras manifestaciones de pérdida de memoria, antes que supiésemos que papá tenía Alzheimer, su médico le recetó una medicina para la memoria que tenía que tomar varias veces al día. Después de llevar un tiempo tomando la medicina dejó de hacerlo, porque entre los efectos secundarios de dicha medicina, uno de ellos producía excitación sexual y prefería quedarse sin memoria que faltar a la pureza. Puede ser que él se lo achacara a la medicina y que fueran otras las causas las que le produjeron la excitación sexual. Lo cierto es que él pensó que era por esa causa y por eso dejó de tomar la medicina, pues para él era más importante vivir en gracia de Dios que quedarse sin memoria, con dolerle tanto como le dolió su pérdida de memoria.
 
Víctor prohibió a sus hijos y amigos jugar al póker por dinero.
Como carmelita descalzo seglar, tenía votos según su condición de esposo y padre de familia, de castidad matrimonial que vivió cristianamente con su esposa, abiertos siempre ambos a la vida y aceptando los hijos que Dios les dio, que fueron diez. A todos nos bautizaron lo más pronto posible por lo que suponía para ellos la vida sobrenatural para sus hijos, ya que ésta se recibe por medio del sacramento del bautismo.

Recuerdo que, antes de que se casaran sus hijos, los domingos, cuando estábamos en casa, se rezaba el Rosario. Era durante el descanso del futbol, así nadie se escapaba.
Cuando los hijos mayores ya no vivían en casa, era los domingos cuando se celebraba el cumpleaños de los miembros de la familia. A veces, después de comer se ponían a jugar a las cartas. A veces también se encontraba algún amigo de mis hermanos mayores. En una de estas reuniones se pusieron a jugar al póker por dinero. Papá se enojó mucho y prohibió jugar en casa nunca a ese juego ni a ningún otro juego por dinero.
 
Begoña con sus padres en Móstoles.
Víctor tenía un completo despego al dinero. Personalmente nunca vi a papá comprarse ropa. Siempre decía que tenía suficiente ropa hasta que se muriese. Era mamá la que tenía que estar siempre detrás de él para que se comprara algo siendo ella la que se encargaba de hacerlo, incluidas las zapatillas de andar por casa. Él daba importancia a lo esencial. Como cuando en la preparación de mi primera comunión, que todo fue sencillo. El vestido que me compraron mis padres fue un vestido normal de vestir, no uno de primera comunión. Lo importante era recibir el sacramento.

Víctor, no criticaba ni murmuraba ni hablaba mal de los demás. Era un hombre silencioso, callado, muy paciente, austero, generoso, tenía dominio  sobre sí mismo. En él se podían apreciar claramente los dones del Espíritu Santo.

Son muchas las personas que podían dar testimonio de su bondad, de su sabiduría divina y de su santidad. Todos aquellos a quienes Dios puso en su camino y a quienes él ayudó. Lo hizo viendo siempre a Cristo en ellos y considerándoles como verdaderos hermanos.




sábado, 17 de marzo de 2018

Testimonios Begoña (VII)

Papá, ¿quieres morirte? Sí, pero cuando Dios quiera.

Nunca durante su enfermedad estuvo deprimido. Durante muchos años antes de su enfermedad, muchas veces manifestó su deseo de morirse para ir con Dios, pero siempre decía, que cuando Dios lo quisiera. En noviembre de 2011 estuvo ingresado en el hospital de Medina del Campo a causa de una infección de orina que se complicó, llegando a tener septicemia. Ingresó en el hospital inconsciente, le metieron en cuidados intensivos, y poco a poco se fue recuperando. Uno de los días en los que permanecí con él, le pregunté: ¿Papá, te quieres morir? Se le iluminó el rostro. Su semblante brillaba y era como si estuviera en el cielo. No hacía falta que me diera una respuesta con palabras, pero también me la dio: “Sí, pero cuando Dios quiera”.

La enfermedad del Alzheimer, nunca le hizo perder la presencia de Dios habitando en su alma. Seguía orando, incluso cuando ya no podía leer, ni tomaba el rosario en sus manos. Yo le preguntaba a veces: Papá. ¿Qué haces? “Rezando”. Otras veces le decía: ¿En que piensas? “En Dios”. Con frecuencia sus respuestas me sorprendían con la certeza y la convicción con que respondía, hablando cosas de Dios, tales como estas: Jesucristo lo es todo. Jesucristo es lo más importante.

 Iglesia de Velillas donde oraba con frecuencia.
En el verano del 2010, año y medio antes de su fallecimiento, estando en Velillas del Duque (Palencia), paseaba con él por el pueblo mientras se jugaba la final de futbol del mundial. Comenté a papá. Hay futbol. La gente está viendo el partido de futbol porque juega España. ¿A ti no te interesa el futbol? “No”. ¿Qué te interesa? “Jesucristo”. Clara, firme, contundente y llena de convicción fue su respuesta.

Diariamente, incluso cuando la enfermedad estaba en un proceso muy avanzado, papá no dejaba de preguntar: ¿Hay misa hoy? ¿Cuándo vamos a misa? La misa, decía, es lo más importante.

Los veranos que Víctor pasó en Velillas del Duque estando ya enfermo, pedíamos a la sacristana la llave de la Iglesia y llevaba a papá a hacer visitas al Santísimo. En esta época ya no había misa a diario, ni siquiera todos los domingos. Siempre que le preguntaba si quería ir a la Iglesia decía que sí. Allí se sentaba en un banco de la Iglesia en silencio orando. De repente, en cierta ocasión, volvió su rostro y mirándome me dijo: No tengas miedo. Jesucristo siempre está con nosotros. Siempre está contigo. Nunca nos deja.

Escapulario del Carmen como con el que murió.


Le gustaba mucho cantar en la Eucaristía de los domingos. Si se cantaba algún canto, tanto en Medina del Campo como en Velillas, él cantaba de lo que se acordaba, aún con su Alzheimer. La enfermedad tampoco le borró el amor que tenía a los pobres. Fue mucho el bien que hizo a los pobres y hablaba mucho de ellos.

Papá fue un gran devoto de la Virgen del Carmen. Amaba mucho a la Santísima Virgen y confiaba que ella estaría acompañándole en el trance de su muerte. Murió con el escapulario de la Virgen del Carmen que llevó, desde joven, hasta el final de su vida.


miércoles, 14 de marzo de 2018

Testimonios Begoña (VI)

Víctor apadrinando el bautismo de dos gitanos.
Fue padrino de bautismo de dos gitanos que fueron bautizados en la Parroquia de San Clemente Romano de Madrid a la que pertenecíamos. D. Paco, el párroco se lo pidió y él aceptó con gran alegría. Papá entendía muy bien la importancia y profundidad del bautismo. En un L`Osservatore Romano, con fecha 6-3-1992, hay una frase en uno de los márgenes escrita de su letra que dice: “Robar las almas por el bautismo”.

Un día, en el Metro, cuando caminaba por los pasillos, se dio cuenta cómo una mujer forcejeaba contra un hombre que intentaba abusar de ella. Víctor fue a socorrerla y el hombre, desistiendo, se dio a la fuga.

Papá compartió conmigo que habiendo tenido oportunidad de ir a Roma y a Tierra Santa, rechazó ir allí por considerar que no era necesario ir allí, pues tenía la presencia de Cristo vivo en la Eucaristía. Eso era suficiente para él y le tenía cada día en el Sagrario y en la comunión que recibía. No decía él que no era bueno ir, tanto a Roma como a Tierra Santa, sino que no era necesario ir a Tierra Santa, pues tenía la presencia de Cristo vivo en la Eucaristía. Me dijo que si fue a Roma, fue para asistir a mi profesión, que si no, no hubiera ido nunca. Con anterioridad había tenido oportunidades y no lo había hecho.
 
Víctor en Roma llevando las ofrendas en la profesión de Begoña.
Del barrio de Oroquieta donde vivíamos, la familia se trasladó a vivir a la calle Príncipe de Vergara. Papá no dudó en trasladarse allí para apoyar a uno de sus hijos al que le había salido el trabajo en una portería. Vivíamos en el piso bajo, en un reducido espacio que correspondía a la portería. Todas las ventanas daban al patio del edificio. Apenas entraba luz en la casa. Un sacrificio lleno de amor por el bien de su hijo.

Papá era muy humilde, callado y silencioso. Hablaba poco, muy poco, lo justo y lo necesario. Tenía un gran dominio de sí mismo. Vivía en el interior. Sus palabras fueron cada vez más escasas, Cuando la enfermedad de Alzheimer fue agravándose, fue perdiendo memoria y capacidad de expresarse. Su natural se revelaba ante el aniquilamiento total de su ser como persona, pero aceptó tan humillante enfermedad, no sólo con resignación, sino amorosamente, viendo que eso era lo que le pedía el Señor, que era para él el todo de su vida.
 
Víctor muy anciano con su esposa Asunción
Un día estaba mi papá sentado en un sillón, en el comedor de su casa en Medina del Campo. Tenía la cabeza reclinada hacia abajo. Me senté junto a él en el sillón de al lado y le dije: ¿Papá, como estás? Mal. ¿Por qué? Esto (señalando con su mano la cabeza) que no funciona. ¿Y estás deprimido, papá? “Ya se lo he entregado a Dios” (Se refería a su enfermedad).




sábado, 10 de marzo de 2018

Testimonios Begoña (V)

Begoña atendiendo a una enferma siguiendo el ejemplo de su padre.

La vida de mi padre fue intensamente apostólica, fruto directo de la intimidad que mantenía con el Señor en la oración. Estaba lleno del celo y deseo de llevar las almas al Señor. Amaba a todos los hombres con el mayor amor que se les puede tener: el deseo de su salvación. En el trabajo procuraba acercar a sus compañeros.

Pertenecía a la Congregación de San Felipe Neri, teniendo como apostolado visitar personas enfermas, apostolado que realizaba en el hospital Gregorio Marañón. Como miembro de la Congregación seglar llevaba una bata  o guardapolvos gris y un crucifijo colgado al cuello cuando visitaba a los enfermos en el hospital. Era el distintivo de los miembros de San Felipe Neri.

En una ocasión me contó cómo, cuando se lo permitían, visitaba a los enfermos de la sección de psiquiatría, los que se encontraban aislados. Algunos estaban encerrados como en una especie de celdas a causa de su agresividad. Algunos cuidadores les tenían miedo. A Víctor le abrían esas estancias, se acercaba en el nombre de Jesucristo con cariño y amor al enfermo, les mostraba el crucifijo y contaba como algunos lo besaban, no mostrando violencia alguna, sino mansedumbre. Víctor no tenía miedo. Su fortaleza era el Señor.

Víctor siempre echaba en la hucha del Domund de Begoña mil pesetas.
En sus visitas a los enfermos no fueron pocas las ocasiones en las que pudo consolar y aliviar a muchos moribundos, ayudándoles a acercarse a Dios antes de su fallecimiento. Su apostolado visitando enfermos, también lo hacía en sus domicilios, ya fuesen familiares, amistades o conocidos.

Cuando pasaba parte de sus vacaciones con su familia en Sabarís, zona costera cercana a Vigo, su vida diaria seguía dedicada a la oración, a cuidar y servir a su familia. Cocinaba para nosotros, así, cuando llegábamos de la playa su esposa e hijos, teníamos la comida ya preparada.

Visitaba a algunas personas enfermas en este pueblo. Como tenía reliquias de algún santo, las llevaba con él en esas visitas y oraba pidiendo la curación del enfermo por la intercesión del santo. En alguna ocasión se produjo no sólo la mejoría, sino hasta la sanación.
 
El gran deseo de Víctor era sentar en su mesa a los pobres.
Recuerdo que el día del Domund, en el colegio, nos daban huchas para ir pidiendo a las personas en la calle. Éramos niños. Sería a finales de los años setenta. Mi hucha tenía siempre una cantidad de dinero considerable. El mayor donativo era el de papá que, pobres como éramos, introducía en la hucha mil pesetas.

Recuerdo que en casa siempre se ayudaba a los pobres. El pobre que llamaba a la puerta de casa pidiendo, nunca se iba con las manos vacías. Siempre que había alguna persona pidiendo a la puerta de la Iglesia a la que fuese a oír misa, papá les daba limosna. Veía a Cristo en los pobres. Su gran deseo era sentar en su mesa a los pobres y que comiesen en su casa.





miércoles, 7 de marzo de 2018

Testimonios Begoña (IV)


Tu padre es un santo. Son las palabras que Begoña recuerda de su primera confesión.

Papá se ocupaba también con gran celo de nuestro bienestar espiritual. Buscaba el máximo bien, la salvación de sus seres queridos tratando siempre de ayudar a que todos se acercasen a Dios, procurando ayudar en todas las necesidades espirituales.
A la edad de siete años, fue mi padre quien me llevó a confesarme antes de recibir la Primera Comunión. Me llevó a que hiciera mi primera confesión con el sacerdote que era su confesor. Sólo recuerdo una cosa de aquel día. Las palabras que me dijo el sacerdote: Tu padre es un santo. Tienes un padre que es un santo. Papá tenía entonces 46 años. A mí me quedaron grabadas esas palabras que entonces no entendía su significado.

En distintas ocasiones, queriéndole regalar algún obsequio con motivo del día del padre o por su cumpleaños, le preguntaba qué quería que le regalase, a lo que él siempre respondía: Que te confieses.

Encargaba las Misas Gregorianas por familiares y amigos fallecidos.

Se ocupaba del bien espiritual, no sólo de los vivos, sino también de los difuntos. Siempre encargaba que se celebrasen por los familiares fallecidos las misas gregorianas, que encargaba que se celebrasen en algún monasterio. Su prioridad era siempre la salvación de las almas.

Recuerdo siendo niña que, cuando falleció mi abuelo materno, fue papá uno de los que ayudó a cavar la fosa del abuelo Martín. No faltó en su vida la práctica de ninguna de las obras de misericordia por amor a Dios.  Su fidelidad a Jesucristo, pobre y humilde, le llevó a optar por la radicalidad en la entrega en todos los aspectos de la vida, entrega radical vivida con la gran generosidad, paz y bondad que reflejaba su rostro.
El tiempo que daban de descanso a los trabajadores, él lo ocupaba en orar. Renunció a un ascenso en la empresa donde trabajaba, porque esto le impedía orar en el tiempo de descanso.

 
A  todos sus enemigos perdonó, como Juan Pablo II
Mucho sufrió en la fábrica donde trabajaba a causa de sus compañeros. En alguna ocasión llegó a ser amenazado. Durante un período de tiempo fue delegado de personal, siendo representante de los trabajadores, buscaba siempre defender los intereses laborales de sus compañeros. Cuando los sindicatos comenzaron a introducirse en las empresas, Víctor dejó el cargo de delegado de personal. Según el testimonio de algunos de sus compañeros, él miraba más por el bien de los trabajadores que los sindicatos. Nunca fue a la huelga, buscando solucionar los conflictos por otra vía, incluso cuando se quedó sin trabajo al quebrar la empresa en que trabajaba.


A los compañeros que tanto sufrimiento le causaron, nunca dejó de ayudarles cuando lo necesitaron. Fueron muchos los que acudieron a él a pedirle consejo y ayuda cuando lo necesitaban. A algunos de sus compañeros les ayudaba a hacer la declaración de la renta. Como buen cristiano amó siempre a los que mal le hicieron y nunca les negó su ayuda. Burlas, risas y menosprecios no le faltaron a Víctor de sus compañeros. A todos los amó con amor cristiano.




sábado, 3 de marzo de 2018

Testimonios Begoña (III)

El Viernes Santo sólo comía pan y agua



Recuerdo que cuando éramos pequeños y adolescentes, nos llevaba el Viernes Santo por la mañana a hacer la visita al Santísimo en siete iglesias diferentes. De regreso se acostaba a dormir. Levantándose de su descanso, ese día ayunaba. Sólo comía una barra de pan y bebía agua. No probaba nada más, hasta el Sábado Santo. Fueron muchos los años en los que Víctor estuvo comiendo con austeridad. Su vida era muy austera en el comer, vestir, gastar. Silenciosamente vivía una vida de pequeñas y continuas mortificaciones.

 Su comida diaria consistía en un desayuno ligero, la comida la hacía completa, y por la noche, durante muchos años, cenaba sólo una manzana, hasta que dejó de cenar alimento alguno. Sólo volvió a hacerlo en el período de su enfermedad. Nunca protestaba por la comida que se le daba. Tampoco elegía o exigía lo que quería comer. Su fuerza de voluntad y mortificación eran heroicas en todos los sentidos. Cuando le diagnosticaron la enfermedad coronaria, el cardiólogo le aconsejó comer con poca sal. Así lo hizo, hasta llegar a comer las comidas sin nada de sal.



Se comió un arroz incomestible sin decir palabra
En una ocasión me tuve que quedar con papá, teniendo yo doce años. Papá trabajaba y yo tenía que ocuparme de todas las cosas de la casa, no sabiendo cocinar. Mantenía el mismo tiempo de cocción para las legumbres que para el arroz. El arroz que hice un día lo tuve cociendo una hora y media. Cuando papá llegó de trabajar le puse el arroz, y él se lo comió sin decir palabra alguna, ni rechistar, ni protestar, ni hacer ningún comentario. Sabía horrible e incomestible. Yo que lo cociné, no fui capaz de comerlo.

Víctor vivía muy unido a Dios. Tenía una gran mortificación de la curiosidad y de todos los sentidos. Centrado en la presencia de la Santísima Trinidad en su alma cuando caminaba por la calle, te dabas cuenta que él estaba en otro lugar o en otra presencia interior. No prestaba atención a lo superfluo y superficial. Su presencia a lo que sucedía a su alrededor, era desde la presencia de Dios en él.


Víctor en el comedor de Velillas con su hijo Miguel

Cuando nos encontrábamos por la calle, era yo la que me dirigía a él a darle un beso, pues él iba muy recogido interiormente y no miraba a presencias exteriores. Varias veces sucedió, cuando iba acompañada de alguna amiga, yo le decía: Mira. ¿Ves ese señor que viene por ahí? Es mi padre. Ya verás que ni me ve ni me saluda. Y así sucedía. En cuanto me acercaba a él, al verme se le iluminaba el rostro de alegría y me daba dos besos con mucho cariño y bondad.

Para Víctor, el bienestar de sus familiares era muy importante. En casa teníamos lo justo y necesario, ningún lujo, nada superfluo. Las necesidades materiales estaban cubiertas y siempre había para compartir con los pobres y necesitados.