Espíritu Santo. Don de Consejo |
“El Espíritu que mi Padre os enviará en mi nombre y os
recordará todo lo que hice (Jn 14, 26). Él mora en todas las almas para
recordarnos y aconsejarnos todas sus enseñanzas. Solo este Don nos ilumina a
dejar nuestros groseros pareceres y nos hace comprender todas las sugerencias
divinas, en susurro interior, que enseña sin palabras. A su vez es auxiliar de
la virtud de la prudencia, guiados por ella nos damos cuenta cómo debemos
comportarnos en todas las circunstancias de la vida. Nos hace percibir la luz
del Espíritu Santo, nos hace ver el camino que tenemos que recorrer. A más
profundidad en el Espíritu Santo, más luz recibe. “Habla Señor que tu siervo
escucha” (1 Sm 3, 9). Por medio de este Don, es nuestro consejero en el camino
a la santidad. Si no lo percibimos, es porque nuestra alma queda ensordecida
por las criaturas.
Una de las cuatro virtudes llamadas cardinales, porque deben
estar presentes en todas las obras buenas que realizamos, es la Prudencia. Gracias
a esta virtud, aplicamos sin error los principios morales a los casos
particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que
debemos evitar.
Para completar a la Prudencia, el Señor nos concede el Don de
Consejo, que es un hábito por el que el alma en gracia, bajo la inspiración del
Espíritu Santo, juzga rectamente, en los casos particulares, lo que conviene
hacer en orden al fin último sobrenatural.
Tanto la virtud de la Prudencia como el Don de Consejo,
coinciden en juzgar rectamente en los casos particulares cual es la voluntad de
Dios, pero entre una y otro hay una gran diferencia, y es que, por la prudencia,
actúa guiada por la razón iluminada por la fe, mientras que por el Don de
Consejo, actúa movida directamente por el Espíritu Santo, es decir, por razones
divinas.
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