sábado, 30 de septiembre de 2017

Habla Víctor, Oración

Santa Teresa orante y maestra de oración.

Oración es...

“comunicación entre Dios creador y redentor y la criatura pecadora; ésta tan necesitada de su misericordia infinita, que regularmente suele ser de petición. Los pobres solamente se dedican a pedir, y ante Dios, todos somos muy pobres. Así que por mucho que nos esforcemos, siempre terminaremos pidiendo; este es nuestro cometido, siempre nos quedaremos cortos en pedir, al menos comparado con el deseo que el Señor tiene de darnos.


¿Cómo consiguen los mendigos la limosna? Rogando humildemente a quien piden, sin exigencias, tomando lo que se les da. Esta debe ser nuestra nuestra actitud. Fijémonos la diferencia que hay entre el que da limosna a un pobre y a quien nosotros pedimos. Nuestra actitud por tanto debe ser de suma humildad. Según sea ésta, así creceremos en las relaciones personales a quien pedimos.


Tenemos que demostrar confianza; todo cuanto se pide se alcanza. El Señor sabe el momento más propicio para conceder la petición, si ésta es para bien de quien la solicita, por eso no debemos cesar de pedir.

Cultivemos al mismo tiempo la fe; ésta nos ayudará a mantenernos en constante petición”.







miércoles, 27 de septiembre de 2017

Conversión III – Y cambió de vida

Conversión de San Pablo


En la historia de la Iglesia contamos con numerosos ejemplos de grandes y llamativas conversiones, como la de San Pablo camino de Damasco, la de San Antonio Abad primer ermitaño, la de San Agustín, la de San Francisco de Asís, la de santos españoles como San Ignacio de Loyola, San Francisco de Borja, por mencionar algunos.


¿Podemos enmarcar la conversión de Víctor entre las conversiones que llevan a la santidad? ¿Podemos afirmar de él: “y cambió de vida”, como hicieron esos santos?


La conversión de Víctor, como la de los santos mencionados, fue de lo más auténtica. La pérdida de sus bienes materiales siempre la consideró como una gracia muy especial del Señor, que le liberó del apego a los bienes terrenales y le concedió fortaleza y perseverancia para llevar esa liberación hasta el final.


En su conversión se cumplieron las palabras que el Señor nos dice en la Carta a los Hebreos: “Pues aceptasteis con alegría que os confiscaran los bienes, sabiendo que teníais bienes mejores y permanentes, no renunciéis pues, a vuestra valentía, que tendrá una gran recompensa” (Heb. 10, 34-35). Pocos ejemplos encontraremos de creyentes que hayan aceptado con tanta alegría la confiscación de sus bienes y hayan mantenido esa alegría durante toda su vida. Por eso podemos afirmar de Víctor, como afirmamos de esos santos: “Y cambió de vida”.

P. Juan Jesús Sánchez, confesor de Víctor 


El P. Juan Jesús Sánchez, tantas veces mencionado con motivo de su conversión, nos traza una breve semblanza del nuevo Víctor surgido tras ese cambio de vida: “Vivía plenamente centrado en su familia y en su nuevo trabajo, dedicando el mayor tiempo posible a su vida cristiana: sacramentos, especialmente la Eucaristía diaria, los ejercicios espirituales, la oración y el cumplimiento fiel de su ideal de terciario carmelita y adorador nocturno, procurando cumplir al mismo tiempo sus compromisos cristianos a favor de la justicia, el bien común y los más pobres y necesitados”.


El cambio de vida, el camino hacia la santidad no fue fácil. A partir del momento luminoso en que cayó en la cuenta de la vanidad de los bienes terrenales, surgirían días, meses, años, toda una vida para seguir avanzando en la intimidad divina y en el adiestramiento de la vida cristiana. Así lo reconoce Víctor al decir: “Si perfecto quieres ser, tu voluntad venderás. A los pobres la darás. A Cristo por mansedumbre y humildad irás, hasta la muerte le seguirás”. Ese ir adentrándose en la experiencia de Dios a través de grandes pruebas y purificaciones es muy claro en el caso de Víctor.

San Juan de la Cruz, guía y maestro de Víctor


En ese largo proceso de purificación contó con la inestimable ayuda de su maestro San Juan de la Cruz, que en la Subida del Monte Carmelo, Libro III, capítulos del 17 al 47 habla de cómo no hay que apegarse a ninguna clase de bienes: temporales, naturales, sensitivos, morales, sobrenaturales y espirituales.


viernes, 22 de septiembre de 2017

Conversión II – “Cayó en la cuenta”



San Juan Crisóstomo

Hemos visto como los santos que para llegar a la santidad tuvieron que pasar por la conversión para alcanzarla, sufrieron en su vida algún acontecimiento doloroso que les hizo caer en la cuenta de que estaban equivocados, que tenían puesta su confianza e ilusión en cosas que en cualquier momento podían perder y que solamente Jesús podía colmar su ansia de felicidad. Ese fue un momento de gracia y de cambio. Jesús se convirtió en su fortaleza.


Dice san Juan Crisóstomo: “Si Jesús es nuestra fortaleza, decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena. ¿La confiscación de los bienes? Sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas”.

Debido al fracaso económico, a la pérdida de todos sus bienes materiales, Víctor cayó en la cuenta de que “sin nada vinimos al mundo y sin nada nos iremos de él” y que lo único importante es Dios, y ese caer en la cuenta, marcó la línea divisoria entre un antes, en que confiaba en sí mismo y un después, en que se entregó por entero al Señor.


Así lo reconocen los que le conocieron, como Eva, la más pequeña de sus hijos, hoy religiosa Carmelita Descalza: “La ruina de este negocio, con que había prosperado años atrás, fue la causa del cambio total que dio la vida de mi padre. Desde entonces comprendió la vanidad de las riquezas y puso su confianza en Dios, entregándose a una vida de oración."

Volveré a la casa del Padre


Otra de sus hijas, Teresa, declara: “Sólo puedo decir que hubo un antes y un después de la conversión de mi padre, cosa que comprendo, pues a mí me ha pasado lo mismo, no a su nivel, claro está. ¡Que más quisiera yo! Pero para todos es lo mismo, aunque ocurra de diferentes maneras… No es lo mismo seguir las normas cristianas por tradición, que encontrarse con el Señor y vivir de otra manera”.


Víctor fue consciente y siempre dio gracias a Dios por el cambio radical en su vida a partir de su ruina económica: En sus papeles autobiográficos aparecen frases como esta: “Al cambiar de vida, de luz me llenó. Claro empecé a ver el camino errado que había dejado. Gracia sobre gracia sobre mí derramó. Por eso todo cambió. Poco a poco me enamoró. En todo la Virgen medió”. O esta otra: “Desde el inicio de mi conversión, cómo me alegraba y sacaba provecho cuando me hablaban de Dios”.

P. Juan Jesús Sánchez, confesor de Víctor


A estas palabras escritas de su puño y letra, añadimos las que dijo a su confesor el P. Juan Jesús: “Que la mayor gracia que le había hecho el Señor en toda su vida, fue permitir que se arruinase económicamente, pues así le libró totalmente de la ceguera y de la esclavitud de los bienes materiales, que habrían sido para él su perdición, sirviéndole al mismo tiempo de iluminación interior y de transformación de la mente y del corazón para progresar espiritualmente y entregarse al cumplimiento de la voluntad de Dios en toda su vida”.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Conversión I

Santa Teresa de Jesús

Con la palabra “Conversión” se expresa el cambio de una vida cristiana compatible con nuestros egoísmos a una vida de entrega incondicional a Cristo para hacer siempre su voluntad. Es el caso de Santa Teresa que, llevando ya años de religiosa y hasta de religiosa ejemplar, un día, ante la presencia de un Cristo muy llagado, se convirtió, pues en ese momento cayó en la cuenta de que estaba así por sus pecados y que había pasado esos sufrimientos por ella. Experimentó su amor misericordioso y cambió de vida.

Tenemos en España otros ejemplos de creyentes de los que se habla de conversión y de conversión por circunstancias semejantes a las de Víctor, como San Ignacio de Loyola y San Francisco de Borja.


San Ignacio de Loyola
San Ignacio de Loyola fue un buen creyente que compaginaba su vida de fe con su vida social, hasta que, defendiendo la ciudad de Pamplona fue herido y a consecuencia de las heridas tuvo que permanecer largo tiempo de convalecencia, que trató de sobrellevar con lecturas de libros de caballerías. Al faltarle sus libros preferidos, le ofrecieron libros de la vida de Cristo y vidas de santos. Poco a poco notó que mientras leía libros de caballerías se sentía alegre, pero al concluirlos se sentía vacío, mientras que las lecturas de vidas de Santos le animaban mientras leía y se prolongaba su alegría. Al comprobar esa diferencia cayó en la cuenta de que lo único capaz de dar felicidad era seguir a Jesús como lo hacían los santos. Y cambió de vida.

San Francisco de Borja

San Francisco de Borja, Duque de Gandía, Virrey de Cataluña y Caballerizo Mayor de la Emperatriz Isabel a quien admiraba por su belleza, al morir la Emperatriz muy joven en la ciudad de Toledo y tener que acompañarla hasta Granada para enterrarla en la capilla de los reyes, al abrir el ataúd para certificar que era la emperatriz Isabel la que enterraban y ver su cuerpo ya descomponiéndose dijo: “No puedo jurar que ésta sea la emperatriz, pero si juro que es su cadáver lo que aquí ponemos…Juro también no más servir a señor que se pueda morir”. En ese momento cayó en la cuenta de que hasta la belleza y el poder terminan en nada y que solamente servir a Dios merece la pena. Y cambió de vida.

Cuando hablamos de la conversión de Víctor, no queremos decir que su vida anterior no hubiera sido buena, pero sí un tanto frívola. El P. Juan Jesús que le conoció en esa etapa boyante de su vida, le recuerda como un hombre “que llevaba un estilo de vida un tanto aburguesado y mundano, centrado, como era natural, en el mundo material. Pienso que le gustaba vivir bien y disfrutar de la vida sin demasiadas preocupaciones ni compromisos cristianos. Le recuerdo fumando siempre puros de marca”.

El mismo P. Juan Jesús señala su cambio radical: “Supe posteriormente que fracasaron espectacularmente todos sus negocios, afectados por la crisis nacional e internacional del sector avícola, replanteándose completamente toda su vida, hasta producir en él una auténtica conversión espiritual”.


Gracias a la quiebra de sus negocios en los que había puesto su confianza, cayó en la cuenta de que todo lo humano es inseguro y que solamente en Dios podía confiar plenamente. Y cambió de vida.



viernes, 15 de septiembre de 2017

Sonrisa de Paz (II)

Víctor ya anciano siempre sonriente

Muchos de los testigos que conocieron a Víctor resaltan su sonrisa como una destacada faceta de su vida, porque era una sonrisa que les transmitía paz. Cuántos acudieron a él angustiados por problemas familiares o de conciencia, al ser escuchados con tanta comprensión e interés y contemplar su sonrisa, quedaban reconfortados. Sus palabras alentadoras acompañadas de su sonrisa se convertían en el bálsamo que todo lo cambiaba.


Para todas las angustias aplicaba la medicina de la oración y de la confianza en Dios, de ese Dios Padre que se sirve de todas las circunstancias, aún de las más adversas para nuestro bien, como él había experimentado personalmente al perder todos sus bienes.


D. Paco Teresa León, Párroco de San Clemente Romano, a quien Víctor ayudó en la construcción de la iglesia, en la adquisición de bancos para los fieles y hasta un buen equipo de megafonía a través de la hoy Santa Maravillas de Jesús, a quien se lo solicitó con confianza, lo que más resalta de él, no son esos servicios ni el que le ayudara en el despacho parroquial, sino su sonrisa: “Siempre le tendré en mi mente como una persona sonriente, pasase lo que pasase. En cualquier situación cotidiana, él mantenía la sonrisa”.

Víctor sonriente con su nieta Sara en brazos, su esposa Asunción,
sus hijos Luis y Tere, sus nietas Raquel y Rebeca y su yerno Pedro

Si esto sucedía cuando Víctor acababa de convertirse y aún no había experimentado el amor pleno del Señor, ya podemos imaginar lo que sucedería cuando, purificado de sus imperfecciones a través de las noches oscuras, sintió permanentemente la presencia del Dios Amor, que le colmó de paz interior y de alegría.


Es de las facetas que más llamó la atención de los sencillos campesinos de Velillas del Duque y de sus cercanías. No eran sólo sus familiares más o menos cercanos, como sus primos Pura y su esposo Alipio, o Damián y su esposa Begoña quienes acudían a visitarle para disfrutar de su paz y de su sonrisa, sino que a los vecinos de los pueblos cercanos a los que acudía para asistir a la misa diaria, les sucedía lo mismo.


¿Cómo es posible que su sonrisa llamase tanto la atención cuando vemos con tanta frecuencia sonreír? Sin duda su sonrisa era singular, como es singular la sonrisa del niño inocente que aún no sabe hablar, pero si agradecer con una sonrisa el cariño que se le brinda.

Santa Teresa de Calcuta con su habitual sonrisa


María Rosario Laso Calvo, vecina de Quintanadiez, que le conoció desde niño y tuvo la dicha de volver a tratarle en sus últimos años en Velillas del Duque, testifica: “Siempre se le veía sonriente. Siempre se le veía alegre. Siempre estaba contento. Todo el mundo hablaba bien de él”.


Casi con idénticas palabras nos le retratan los esposos Carmen Diez Domínguez y Quinidio Martín Lobato, vecinos de Villarmienzo: “Siempre estaba sonriendo. Era muya amable con la gente. Su vida era de una entrega total a Dios y los hermanos”.


Pero el más bello testimonio de su sonrisa se lo debemos a Telesfora Cardeñosa, vecina de Saldaña, que trató con frecuencia con Víctor sus grandes problemas familiares y religiosos: “Si los ángeles sonríen, Víctor siempre tenía una sonrisa de ángel. Yo recuerdo siempre su sonrisa de ángel y la gran bondad que tenía hacia todos”.


Frase para enmarcar. Agradecida a esa sonrisa de ángel, que la ayudó a superar una crisis de fe, ha colocado en su sala, en frente de donde se sienta habitualmente, una foto de Víctor para recordarle y seguir pidiéndole ayuda.


Víctor sonrió mucho, porque se sintió perdonado por Dios y él perdonó de corazón a los que le hicieron daño. Sonrió siempre, porque se sintió amado por Dios y porque amó de corazón a los demás. Su sonrisa era el signo externo claro de lo que vivía en su interior.




miércoles, 13 de septiembre de 2017

Sonrisa de paz (I)


Víctor sonriente con su esposa y su hija Tere en Velillas del Duque

De Víctor hay una biografía bastante amplia cuyo autor es el P. José Vicente Rodríguez con el sugestivo título de: “Vida impactante de un cristiano de a pie” de la que se hizo una primera edición de 5.000 volúmenes en la “Editorial Arca de la Alianza”, obsequio de D. Natalio Babiano, a quien agradecemos tanta generosidad.

Agotada esa primera edición, se procedió a una segunda edición, esta vez en la “Editorial Monte Carmelo”, aumentada con algunos testimonios y especialmente con una colección de once preciosas cartas muy espirituales a una religiosa agustina. Les recomendamos su lectura.

Con el deseo de que Víctor, laico comprometido y fiel seguidor de Jesús, sea conocido en amplios sectores de la sociedad, especialmente entre laicos sencillos que como él tienen que santificarse en medio del ambiente familiar y de trabajo y se animen a seguir sus pasos, se ha editado un folleto más sencillo y asequible en que se resume lo principal de su experiencia espiritual y de su mensaje.

Víctor sonrisa de paz

A la hora de dar un título a ese folleto, se ha elegido el de: “Víctor Sonrisa de Paz”. ¿Por qué? Porque la sonrisa es la manifestación externa de la paz y alegría interior que solamente puede darse en quienes viven una experiencia de Dios muy especial. Es el caso de Juan de la Cruz, Teresa de Jesús y Felipe Neri los grandes maestros de Víctor. Es también el caso de algunos santos que todos conocemos, como Juan XXIII o de Teresa de Calcuta.

José Luis Martín Descalzo en su libro “Razones”, al hablar de las que encuentra para la alegría, la primera que pone es el sacramento de la sonrisa y confiesa: “Si yo tuviera que pedirle a Dios un don, un solo don, un regalo celeste, le pediría, creo que, sin dudarlo, que me concediera el supremo arte de la sonrisa. Es lo que más envidio en algunas personas”.

En el desarrollo del tema añade: “La gente que ama mucho sonríe fácilmente. Porque la sonrisa es, ante todo, una gran fidelidad interior a sí mismos. Un amargado jamás sabrá sonreír. Menos un orgulloso”.

Y concluye: “Y es que en toda sonrisa hay algo de transparencia de Dios, de la gran paz. Por eso me he atrevido a titular este comentario hablando de la sonrisa como de un sacramento. Porque es el signo visible de que nuestra alma está abierta de par en par”.

José Luis Martín Descalzo, sacerdote y escritor,
autor de "Razones para la Alegría"

Que preciosidad. Totalmente de acuerdo. La sonrisa es como un sacramento, porque como los sacramentos se sirven de signos sensibles para verificar lo que en ellos se significa, así la sonrisa es signo de la paz, alegría y felicidad que hay en quien se siente amado siempre por Dios.

Ni que el artículo le hubiera escrito contemplando a Víctor. Su sonrisa era un signo claro de la experiencia que vivía permanentemente del Dios Padre, del Dios Amor, del Dios Fiel que nunca abandona a los que en Él confían. Tenía la Paz del Señor y por eso vivía en paz y transmitía paz.





sábado, 9 de septiembre de 2017

Gracias y favores



Hermanas Araceli Pérez y Ana Santamaría

Hasta este momento, a través de este blog hemos intentado dar una vista panorámica de la vida de Víctor, para que sus seguidores tengan una idea clara de que se trata de un seglar que en medio del mundo fue fiel a su compromiso cristiano. A partir de este momento trataremos de destacar algunas facetas concretas de esa fidelidad y de ese compromiso, facetas que nos ayudarán a comprender su especial experiencia de Dios y su compromiso con el prójimo.


Pero antes, haciendo un inciso, queremos mostrarles que el Señor, por su fidelidad y vida ejemplar, le ha concedido un poder especial de intercesión, como se está comprobando por numerosos hechos, al parecer milagrosos, pues para ser milagrosos tienen que ser reconocidos por la Santa Madre Iglesia.


De entre esos favores que el Señor va concediendo por intercesión de Víctor, -a modo de ejemplo y por sus especiales características-, les damos a conocer el último del que tenemos noticia. Se trata del realizado a una religiosa que, tras sufrir una hemorragia cerebral quedó muda. Lean el testimonio de Ana Santamaría, hermana de su comunidad.

Hermana Araceli Pérez Pérez






Palencia:
Residencia San José de las Carmelitas Misioneras Teresianas


miércoles, 6 de septiembre de 2017

Muerte en soledad y silencio


Parroquia de San Miguel de Medina del Campo en que se celebraron sus exequias.

A su hija Begoña, impactada por la soledad en que sobrevino la muerte  de su padre, debemos la siguiente reflexión:
“El último mes y medio de su vida lo vivió en una residencia geriátrica. Fue obligado llevarle allí, en contra de la  voluntad de su esposa, no sólo de ella, sino en contra de sus hijos, pero dado lo avanzado de su enfermedad, en casa no podía tener los cuidados necesarios, ya que era peligroso para él. Allí fue donde Nuestro Señor fue a buscarle para llevarle con él para premiarle todo lo que había hecho por amor suyo.

El 21 de febrero de 2012 nos llamaron por teléfono para decirnos que había fallecido. Murió de la misma manera que había vivido: escondido en Cristo. Víctor estuvo encamado tres días antes de su muerte. Le habían puesto una sonda nasogástrica para administrarle alimento. Tenía hacía años una bolsa de diuresis.

La residencia donde falleció se encuentra situada a las afueras del pueblo. Murió como Jesús, a las afueras de la ciudad. Murió de madrugada y se encontraba solo, sin ninguna compañía humana, ni la de sus familiares. Dios no permitió que le acompañara ningún ser querido, a pesar de que a diario recibía la visita de su esposa y nunca faltaba, en los fines de semana, la presencia de sus hijos y sus nietos que venían desde Madrid a visitarle.

Fue la noche del 21 de febrero cuando el Señor le llevó a la casa del Padre a premiarle tanto como había hecho por amor suyo. Falleció por la noche, sólo con Jesús, María y José.

Dios eligió a buscarle de noche, de madrugada, como cuando en casa hacía oración, o estaba ante el Santísimo el 21 de cada mes siendo adorador. Nadie presenció su muerte. Él, que había vivido sólo para Dios en silencio y soledad, en silencio y en soledad murió. Solo con Dios”.
 
Cementerio de Medina del Campo en que recibió cristiana sepultura
A última hora de la tarde le habían visitado dos de sus hermanos, algunos familiares cercanos y su esposa Asunción, que se quedó en la residencia hasta que se lo permitieron.

Cuando en 1987 el médico le recomendó operarse y se negó, el doctor le dijo en privado a su hijo José, que de no hacerlo corría el riesgo de morir en un año. Cuando su hijo se lo comunicó, su respuesta fue: “¿Por qué no me lo dijo el médico a mí, si yo estoy deseando ir al cielo?”.

Pero tomó buena nota y pronto escribió a su hija Eva, carmelita descalza en Sabarís, monasterio que en esas fechas tenía una pequeña imprenta instruyéndola sobre su esquela y lo que debían poner en su recordatorio.

Nací a la luz del suelo el día 12-4-1925. Nací a la luz del cielo (………….) Conmigo alegraos por haberme Dios llevado. Gloria a Dios por los padres que me dio que me hicieron cristiano. Esposa, Asunción Merino Cuadrado, Dios nos unió y nunca nos separó.
Pone a continuación los nombres de sus hijos, nueras, yernos, nietos y hermanos y concluye:
Ruego oraciones y misas por mi purificación.
En la Iglesia milité.
En el Carmelo moré.
En fe ciega caminé.
En esperanza viví.
La caridad me abrasó.


También dejó escrito como quería que fuera su tumba y la inscripción que debían poner.


Autógrafo de Víctor sobre su sepultura y epitafio

sábado, 2 de septiembre de 2017

Última enfermedad y fallecimiento en Medina del Campo

Víctor en el hospital asistido por su hija Tere y su nieta Sara


En el informe médico de 9 de marzo de 1988 decía el Dr. Antonio Guerrero Sola: “Paciente de 62 años con antecedentes de cardiopatía isquémica. Desde hace varios años presenta con carácter progresivo pérdida de memoria para hechos recientes, con cambios incipientes en la ejecución de actividades diarias, personalidad y conducta”. Y concluía con este juicio: “Posible enfermedad de Alzheimer”. Y así fue.

La enfermedad más tremenda que le vino fue la del alzheimer, enfermedad progresiva que fue destruyendo poco a poco su memoria y tanto le hizo sufrir. Una de sus hijas, viendo a su padre sentado en el sillón del comedor con la cabeza reclinada hacia abajo, se sentó a su lado y le preguntó: “Papá, ¿cómo estás?”. “Mal”. “¿Por qué?”. “Esto (señalando con su mano la cabeza) que no funciona”. “Y, ¿estás deprimido, papá?”. “Ya se lo he entregado a Dios”.

Ambulatorio de Medina del Campo donde Víctor acudía a las consultas

Al avanzar la enfermedad, la familia decidió regresar de nuevo a Medina del Campo, donde vivían sus familiares más cercanos en busca de una atención médica que no podía tener en Velillas del Duque. Así lo reconoce su esposa Asunción: “El traslado fue por razones de salud, pues se encontraba enfermo y en el pueblo y sus cercanías no había atención médica adecuada para la enfermedad que él padecía”.

Año y medio antes de su muerte, la enfermedad estaba tan avanzada, que ya su esposa y el hijo que vivía con ellos no le podían ofrecer todas las atenciones que requería por lo que optaron por llevarle al “Centro Día” de la Cruz Roja de Medina del Campo, varias horas al día, con harto dolor para todos.

Para consuelo de los suyos, la enfermedad del alzheimer nunca le hizo perder la presencia de Dios habitando en su alma. Seguía orando incluso cuando ya no podía leer ni tomar el rosario en sus manos. Su hija Begoña le preguntaba a veces: “Papá, ¿qué haces?”. “Rezando”. Otras veces le decía: “Papá, ¿en qué piensas?”. “En Dios”.

Hospital de Medina del Campo en el que Víctor estuvo interno

Unos meses antes de morir le tuvieron que ingresar en el hospital de Medina del Campo por una infección de orina que se complicó llegando a septicemia. En un momento de lucidez dentro de la gravedad, una de sus hijas aprovechó para preguntarle: “Papá, ¿te quieres morir?”. Se le iluminó el rostro. Su semblante brillaba y era como si estuviera en el cielo. No hacía falta que me diera una respuesta con palabras, pero también me la dio: “Sí, pero cuando Dios quiera”.

Y Dios quiso venir a buscarle la noche del 21 de febrero de 2012, de madrugada, como cuando el 21 de cada mes, por ser el día señalado a su grupo como Adorador Nocturno, se pasaba la noche ante el Santísimo. ¿Casualidad, o un precioso detalle de Jesús?