La caridad no tiene medida por cuanto es infinita, por ello
hay que estar ejercitándose en esta virtud toda la vida terrena de que
disponemos, es totalitaria. “Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma, con toda tu mente; o sea, con todo tu ser” (Mt. 22, 37). Este es el
primer mandamiento. No está en mi mano el amarle cuanto se merece, pero si lo
está en esforzarme cuanto pueda en este menester. Vela en todo momento para que
todo tu ser esté amando a Dios. El que ama a sus seres más allegados más que a
Dios, no es digno de Él. Tenemos que hacer vacío de todas las cosas en nuestra
voluntad, para que así se ejercite en amar a Dios. Con la voluntad domina todos
tus apetitos y desnúdate de ellos y la tendrás sólo para Dios.
San Juan de la Cruz en el libro primero de Subida del Monte
Carmelo capítulo cuarto, establece este
principio: El amor hace semejanza entre lo que ama y es amado. Desarrollando ese
principio prosigue: Todo el ser de las criaturas, comparado con el infinito
de Dios, nada es, porque, como hemos dicho, el amor hace igualdad y semejanza…. Y por tanto, en ninguna manera
podrá esta alma unirse con el infinito ser de Dios, porque lo que no es, no
puede convenir con lo que es”.
Para que entendamos mejor este principio, pone a continuación
pone varios ejemplos, como el que dice: “Toda la bondad de las criaturas del
mundo, comparada con la infinita bondad de Dios, se puede llamar malicia. Porque
nada hay bueno sino solo Dios (Lc. 18, 19). Y, por tanto, el alma que pone
su corazón en los bienes del mundo, sumamente es mala delante de Dios. Y así
como la malicia no comprende a la bondad, así esta alma no podrá unirse con
Dios, el cual es suma bondad”.
Esto mismo hace con la hermosura de las criaturas, que
comparada con la infinita hermosura de Dios, es suma fealdad; con la gracia de las criaturas que comparada con la gracia
de Dios, es suma desgracia; con la sabiduría del mundo, que comparada con la
sabiduría de Dios es pura ignorancia; y con el señorío y libertad del mundo, que
comparado con la libertad y señorío del espíritu de Dios, es suma servidumbre,
y angustia y cautiverio.
Por eso Víctor nos recomienda: “Tenemos que hacer vacío
de todas las cosas en nuestra voluntad, para que así se ejercite en amar a
Dios. Con la voluntad domina todos tus
apetitos y desnúdate de ellos y la tendrás sólo para Dios”
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