Estación de Metro Sol en Madrid. |
Un día, en el Metro, cuando caminaba por los pasillos, se dio
cuenta cómo una mujer forcejeaba contra un hombre que intentaba abusar de ella.
Víctor fue a socorrerla y el hombre, desistiendo se dio a la fuga. (Begoña)
Cuántas veces nos encontramos en nuestra vida con escenas semejantes
y permanecemos indiferentes ante la injusticia que presenciamos. Con frecuencia
la prensa se hace eco de noticias de violencia en las que muere alguien ante la
presencia de personas que se comportan como curiosos espectadores en lugar de
intervenir con valentía para evitarlo. No intervienen por cobardía o por temor a ser agredidos, pero
en definitiva, por falta de amor.
Seguro que no fue Víctor el único que presenció la agresión
que estaba sufriendo esa mujer, incluso entre los testigos habría jóvenes más
fuertes que Víctor para disuadir al agresor, pero la falta de amor a los demás
les impidió hacerlo. Es más, algunos hasta se alejarían del lugar para no verse
implicados.
Nos recuerda la escena del buen samaritano, que atendió a un
herido medio muerto al que habían dejado abandonado los levitas que bajaban a
Jericó para sus compromisos religiosos, y al ver de lejos al herido abandonado,
dieron un rodeo en su camino para no comprometerse a curarle.
Víctor sí sintió amor hacia la mujer indefensa y salió en su
ayuda, exponiéndose a que el joven le agrediera igual que a la mujer. Pero confió
que el Señor, que estaba siempre con él le ayudaría y el Señor hizo que el
joven huyera.
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