"El alma más parece Dios que alma, y aun es Dios por participación" (2 Subida, 5, 7) |
Con la caridad podemos entrar en amistad verdadera con la
Santísima Trinidad que habita en nuestra alma. Dios está sediento de amor
nuestro, el Espíritu Santo ha infundido en nuestros corazones este amor,
transformando nuestro ser natural en sobrenatural. El que ama, se afana en
guardar la palabra del Verbo, luchando sin cesar por tener la misma voluntad de
Dios para ser transformado en Él. Su deseo es ser consumido en el infinito amor.
San Pablo habla claramente de que las tres virtudes
teologales, fe, esperanza y caridad están por encima de los dones y de los
carismas, y que de estas tres, la más importante es la caridad: “Quedan fe,
esperanza y caridad; estas tres, y de ellas la más valiosa es la caridad”
(1Cor. 13, 13). La fe desaparecerá cuando ya veamos a Dios. Lo mismo sucederá
con la esperanza desde el momento que gocemos de los bienes del cielo, pero la
caridad, el amor a Dios y a los hermanos, permanecerá para siempre y llegará a
su plenitud en el cielo.
Por medio de la caridad podemos unirnos con Dios ya en esta
vida, como explica muy bien San Juan de la Cruz cuando habla de la presencia de
Dios sustancialmente aun en el alma del mayor pecador, que siempre esta hecha,
y “de la presencia de unión y transformación del alma con Dios, que no está
siempre hecha, sino cuando viene a haber semejanza de amor”. Esta unión de
semejanza de amor se realiza “cuando las dos voluntades, conviene a saber,
la del alma y la de Dios, están en uno conformes, no habiendo en la una cosa
que repugne a la otra. Y así, cuando el alma quitare de sí totalmente lo que
repugna y no conforma con la voluntad divina, quedará transformada en Dios por
amor” (2Subida, 5, 3).
Esta es la unión que gozó Víctor a partir de su conversión,
momento en que se entregó por completo a Dios y trató de conformar su voluntad
con la de Dios.
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