San Francisco de Asís |
Lo vi como una persona que cautivaba por su serenidad,
por su fe, y por la seguridad de que estaba al lado de una de “esas personas”
poco frecuentes, pero admirables. Claro que te dejan pensando…qué hermosa sería
la vida con gente tan ejemplar como él. Sencillo, pacífico, humilde y elegante
al mismo tiempo, te daba la impresión de que se paraba el tiempo a su lado, te
llenaba ver que con su conducta no hacían falta las palabras, su ejemplo era
más que suficiente (Vicente Fernández-Pedrera Morell).
Dice San Francisco de Asís: “Lo que haces, puede ser el
único sermón que algunas personas escuchen hoy”. Por eso, cuenta la
tradición que un día invitó a un hermano lego muy sencillo a que le acompañara
a dar un sermón. Salieron ambos y caminaron por la ciudad de Asís con pobres
vestidos, descalzos, con la mirada recogida y actitud humilde y así recorrieron
la ciudad y regresaron al convento. El hermano extrañado, no pudo por menos que
preguntarle: Y el sermón, ¿cuando le predica? A lo que el Santo respondió: Ya
lo hemos predicado con el ejemplo. No hay mejor sermón que el ejemplo.
Testimonio de persona sencilla y humilde |
Efectivamente, si las palabras son importantes, mucho más,
sin comparación, lo son las obras. Ya en el siglo II, un autor anónimo,
escribía: “Dice el Señor: ¡Ay de aquel por cuya causa ultrajan mi nombre! ¿Por
qué razón ultrajan el nombre de Dios? Porque nuestra conducta no concuerda con
lo que nuestros labios proclaman. Los paganos, en efecto, cuando escuchan de
nuestros labios la palabra de Dios, quedan admirados de su belleza y
sublimidad; pero luego, al contemplar nuestras obras y ver que no concuerdan
con nuestras palabras, empiezan a blasfemar.
Cuando nos oyen decir que Dios afirma: Si amáis sólo a los
que os aman no es grande vuestro mérito, pero grande es vuestra virtud si amáis
a vuestros enemigos y a quienes os odian, se llenan de admiración ante la
sublimidad de estas palabras; pero luego, al contemplar cómo no amamos a los
que nos odian y que ni siquiera sabemos amar a los que nos aman, se ríen de
nosotros, y con ello el nombre de Dios es blasfemado”.
Víctor trató de vivir siempre de acuerdo con la Palabra de
Dios, por eso no necesitaba hablar mucho. Su conducta sencilla, humilde y
amorosa, era más eficaz que todas las palabras.
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