miércoles, 1 de julio de 2020

Florecillas. El mejor sermón.

San Francisco de Asís


Lo vi como una persona que cautivaba por su serenidad, por su fe, y por la seguridad de que estaba al lado de una de “esas personas” poco frecuentes, pero admirables. Claro que te dejan pensando…qué hermosa sería la vida con gente tan ejemplar como él. Sencillo, pacífico, humilde y elegante al mismo tiempo, te daba la impresión de que se paraba el tiempo a su lado, te llenaba ver que con su conducta no hacían falta las palabras, su ejemplo era más que suficiente (Vicente Fernández-Pedrera Morell).

Dice San Francisco de Asís: “Lo que haces, puede ser el único sermón que algunas personas escuchen hoy”. Por eso, cuenta la tradición que un día invitó a un hermano lego muy sencillo a que le acompañara a dar un sermón. Salieron ambos y caminaron por la ciudad de Asís con pobres vestidos, descalzos, con la mirada recogida y actitud humilde y así recorrieron la ciudad y regresaron al convento. El hermano extrañado, no pudo por menos que preguntarle: Y el sermón, ¿cuando le predica? A lo que el Santo respondió: Ya lo hemos predicado con el ejemplo. No hay mejor sermón que el ejemplo.

Testimonio de persona sencilla y humilde

Efectivamente, si las palabras son importantes, mucho más, sin comparación, lo son las obras. Ya en el siglo II, un autor anónimo, escribía: “Dice el Señor: ¡Ay de aquel por cuya causa ultrajan mi nombre! ¿Por qué razón ultrajan el nombre de Dios? Porque nuestra conducta no concuerda con lo que nuestros labios proclaman. Los paganos, en efecto, cuando escuchan de nuestros labios la palabra de Dios, quedan admirados de su belleza y sublimidad; pero luego, al contemplar nuestras obras y ver que no concuerdan con nuestras palabras, empiezan a blasfemar.
Cuando nos oyen decir que Dios afirma: Si amáis sólo a los que os aman no es grande vuestro mérito, pero grande es vuestra virtud si amáis a vuestros enemigos y a quienes os odian, se llenan de admiración ante la sublimidad de estas palabras; pero luego, al contemplar cómo no amamos a los que nos odian y que ni siquiera sabemos amar a los que nos aman, se ríen de nosotros, y con ello el nombre de Dios es blasfemado”.

Víctor trató de vivir siempre de acuerdo con la Palabra de Dios, por eso no necesitaba hablar mucho. Su conducta sencilla, humilde y amorosa, era más eficaz que todas las palabras.




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