San Agustín, gran doctor de la Iglesia. |
Que
Dios me ama lo sé. ¿Pero yo me dejo amar? Anonada mi alma, Señor, para poderla
ocupar. En tu infinito amor la abrasarás. De gracia la anegarás. En Vos la
transformarás y de amor la llenarás. ¿De dónde sacaré amor sino de Dios?
San
Agustín, comentado las palabras del Evangelio de San Juan: “Nadie puede
venir a mí, si no lo atrae el Padre” (Jn 6, 37) dice: “No vayas a creer que
eres atraído contra tu voluntad; el alma es atraída también por el amor. Si el
poeta pudo decir: “Cada cual va en pos de su apetito”, no por necesidad, sino
por placer, no por obligación, sino por gusto, ¿no podremos decir, con mayor
razón, que el hombre se siente atraído por Cristo, si sabemos que el deleite
del hombre es la verdad, la justicia, la vida sin fin, y todo esto es Cristo?
Preséntame
–prosigue- un corazón amante, y comprenderá lo que digo. Preséntame un
corazón inflamado en deseos, un corazón hambriento, un corazón que, sintiéndose
solo y desterrado en este mundo, esté sediento y suspire por las fuentes de la
patria eterna, preséntame un tal corazón, y asentirá en lo que digo”.
San Juan de la Cruz, doctor de la Iglesia, especial maestro de Víctor |
Víctor
sabía desde niño que Dios le amaba. Nunca dudó de su amor, pero sí de su
correspondencia a ese amor. Se veía lleno de defectos, de pequeñas debilidades
que le impedían al Señor mostrarle su amor en plenitud. Era consciente de que,
para dejarse amar, su corazón debía estar inflamado de deseos, lleno de amor,
sediento de Dios, como pide San Agustín.
También
sabía, por su maestro San Juan de la Cruz, que si se purificaba de todas sus
imperfecciones, que si eliminaba todo afecto desordenado a las criaturas,
despojándose por Dios de todo lo que no es Dios, y su voluntad coincidía
plenamente con la de Dios, se uniría con Él. En palabras de Juan de la Cruz: “El
alma queda esclarecida y transformada en Dios, y le comunica Dios su ser
sobrenatural de tal manera, que parece el mismo Dios y tiene lo que tiene el
mismo Dios” (2Sb. 5, 7).
Es
lo que Víctor ha experimentado y quiere expresar con sus palabras: “Anonada
mi alma, Señor, para poderla ocupar. En tu infinito amor la abrasarás.
De gracia la anegarás. En Vos la transformarás, y de amor la llenarás”.
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