sábado, 9 de noviembre de 2019

Habla Víctor Cuando la democracia llegó.

Víctor orando en la capilla de las Carmelitas de Sabarís.


Con la democracia llegó el destape del mal hablar y peor obrar. Tanto como había dialogado en los años anteriores con todos ellos, mostrándoles las verdades evangélicas, por lo que me llamaban el padre Víctor. Todo esto cambió radicalmente y sólo groserías y maldades se podían oír. Fue esta una etapa de verdadero calvario. Por ello procuraba evitar cualquier diálogo de corrillos, que era donde se manifestaba cuanto no se podía imaginar. ¿Qué otra cosa podía hacer por ellos si no era encomendarles a Dios? Varios años han pasado y aún me siguen preocupando.

No le molestó la llegada de la democracia al país, en cuanto democracia. Lo que sí le molestó, fue que muchos creyentes abandonaran las prácticas religiosas y se dejaran arrastrar por tendencias materialistas y que se preocupasen más de los bienes de la tierra que de los del cielo.

Lo que más lamenta, como podemos comprobar, es que, quienes escuchaban con agrado la palabra de Dios y trataban de ponerla en práctica, casi de repente la rechazasen y se alejaran de la iglesia, y que, para aparentar que eran muy modernos y que se habían liberado de viejas ataduras, lo que hacían era proferir groserías y mofarse de los que seguían fieles a sus prácticas religiosas.

¡Qué podía hacer, sino encomendarles a Dios!

A Víctor, que le encantaba compartir con los compañeros de la fábrica durante los momentos de descanso, para enterarse de sus problemas y ayudarles a resolverlos, según sus posibilidades, le resultó doloroso tener que alejarse, pues ahora esos momentos de encuentro los empleaban para decir groserías y para criticar a los demás. Su trabajo de evangelización se vino abajo de repente. Ahora, en lugar de escucharle, se mofaban y se reían de él como si se tratase de un hombre anticuado que no había sabido adaptarse a los cambios.

Pero Víctor siguió amándoles de corazón, y como buen cristiano, siguió haciendo por ellos lo que podía, que era encomendarles a Dios para que cambiara sus corazones y dispuesto a acogerles sin ningún resentimiento. No era lo que le dolía el que ya no le escuchasen a él, lo que le dolía es que se apartasen del camino del Señor. ¿Cómo ayudar ahora a esos compañeros? Poniéndoles en manos del Señor misericordioso.

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