D. Germán Montes el amigo de Víctor al que hace alusión. |
El
vecino de Quintanilla, que se llamaba Germán, que le llevaba de regreso en su
coche al finalizar la misa, no tenía una vida espiritual profunda, pero era de
misa diaria. Le cobró gran afecto a mi padre, dice Eva, le agradaba mucho la
conversación espiritual que entablaban a diario. Ante tanta caridad, mi padre
le preguntó: Señor Germán. ¿Cómo le voy a pagar lo que está haciendo por mí? A
lo que le contestaba: Ya me lo estás pagando con esta conversación que traemos
de camino (Carta de Eva María al P. José Vicente Rodríguez).
Por
el testimonio de D. Germán, sabemos que desde el momento que conoció a víctor,
entabló amistad con él, al llamarle la atención los sacrificios que hacía para
asistir a misa casi todos los días del año, caminando de Velillas del Duque a
Quintanilla de Onsoña, sin que las inclemencias del tiempo fueran obstáculo por
muy adversas que fueran, especialmente durante el invierno.
D. Germán,
que era hombre de misa diaria, siempre que la misa se celebraba en su pueblo, pero
que no se desplazaba a los pueblos cercanos cuando no la había en Quintanilla,
a pesar de disponer de coche, pronto descubrió que la experiencia de
Víctor era muy distinta, que algo había en él que le impelía a participar de la
Eucaristía todos los días y a comulgar, aunque para ello tuviera que hacer
verdaderos sacrificios. Esta experiencia terminó contagiando a D.
Germán.
Víctor y Asunción por la carretera que va a Quintanilla de Onsoña. |
Al
comprobar los sacrificios que Víctor hacía para asistir a la Eucaristía, pronto
D. Germán y hasta el párroco D. José, se ofrecieron a llevarle de regreso a su
hogar. Más adelante, cuando la enfermedad y los achaques casi no le permitían
caminar, se turnaban para recogerle en casa, llevarle a Misa y regresarle de
nuevo al hogar.
Víctor,
agradecido de corazón a su bienhechor, le pregunta con toda sinceridad: ¿Cómo
le voy a pagar lo que está haciendo por mí? Seguro que no habría tenido
inconveniente en pagarle el servicio, como lo hacía cuando tenía que ir a Misa
a Saldaña que le quedaba más lejos y tomaba un taxi para la vuelta, pero su
amigo no lo iba a admitir. Lo que ya estaba haciendo, era encomendarle al Señor
para que le colmara de bendiciones.
D.
Germán, reconoce que la mejor paga que podía ofrecerle, ya la estaba recibiendo
con su amistad y la conversación espiritual que le brindaba a diario, que le
estimulaba a ser mejor creyente. La paz, la esperanza, la confianza en la
misericordia de Dios que le transmitía, valía más que todo el dinero del mundo.
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