Víctor comiendo y dando gracias a Dios por los alimentos. |
Varios
años tuve y tengo de poseer la gracia de estar orando, ya fuese comiendo,
trabajando, viajando, e incluso cuando estaba dialogando con personas. Siempre
rogando y rogando por todos mis compañeros que tanto me hacían
sufrir.
¿Cómo
ha podido conseguir Víctor esa gracia casi exclusiva de algunos santos, de orar
en todo momento, cuando muchos monjes apartados del mundo no lo consiguieron?
Víctor trabajando en el patio de su casa con la mente puesta en Dios. |
No
creo que Víctor se plantease, como se plantearon los monjes de los primeros
siglos el cumplir con el precepto del Señor de orar siempre, sin interrupción,
día y noche, pero si descubrió, como ellos, que era posible hacerlo impregnando
de espíritu de oración todas las obras, dirigiendo a Dios el pensamiento
mientras trabajaba, e incluso durante el sueño. Víctor se había enamorado
de tal manera del Señor, que en su vida lo único importante era Dios,
convencido como su santa madre Teresa de Jesús, de que “Sólo Dios basta”.
Pudo
conocer y que influyera en él, un libro titulado El Peregrino Ruso, que
habla de un laico que recorre distintos lugares y países en busca de un método
de oración continua, como la que practicaban los monjes. Su director espiritual
o staretz le explica en ese libro qué es la oración continua y lo que
debe hacer para conseguirla. Dice así:
“La continua oración interior a Jesús es una
llamada continua e ininterrumpida a su nombre divino, con los labios, en el
espíritu y en el corazón; consiste en representarlo siempre presente en
nosotros e implorar su gracia en todas las ocasiones, en todo tiempo y lugar,
hasta durante el sueño. Esta llamada se compone de las siguientes palabras: “Jesús
mío, ten misericordia de mí”…. Dilo moviendo dulcemente los
labios y dilo en el fondo de tu alma. Procura alejar todo otro pensamiento.
Permanece tranquilo, ten paciencia y repítelo con la mayor frecuencia que te
sea posible”.
Víctor dialogando, consciente de que Dios está presente con ellos. |
Es
probable que Víctor conociera y pronunciase esas palabras durante la dura noche
oscura que pasaba durante sus estancias en el desierto de las Batuecas y en los
momentos de reflexión sobre sus pecados. Lo cierto es que constantemente
repetía el Ave María mientras pasaban por sus manos las botellas de Pepsi-Cola,
y que el Rosario era su compañero de viaje. ¡Cuántos miles de veces
saldrían de sus labios y de su corazón las palabras, Ave María!
Si a
San Simón de Rojas, religioso trinitario, por pronunciar con frecuencia el Ave
María se le llamaba “padre Ave María”, a Víctor, por el rezo constante
del rosario, se le podría llamar “Hermano Rosario”.
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