Interior de la parroquia de San Clemente Romano en la que oraba por la noche |
Como
tenía la llave de la parroquia, hacia las dos de la madrugada me iba al
Santísimo a pedir y a rogar solamente en silencio, ya que por entonces nada de
mis labios brotaba. Pronto esto me prohibió mi director espiritual. El motivo
fue que por las noches se producían atracos y navajazos. Esto no fue ningún
obstáculo para continuar las velas de oración. Cuando se acostaban todos los de
la casa, de repente me despertaba y sentía la llamada y en vela ya me estaba
hasta las 7 de la mañana que entraba a trabajar. En invierno me envolvía en una
manta por el frío que hacía. Mi director (espiritual) me obligó a recuperarme
con una siesta de dos horas.
Su
amor a la Eucaristía era tan fuerte, que trataba de pasar todos los días varias
horas ante el Santísimo y, a ser posible, cuando nadie pudiera verle ni
interrumpirle, como eran las horas de la madrugada, cuando todos descansaban. Pero
el principal mérito no era tanto el sacrificar parte de su descanso para estar
con Jesús, cuánto hacerlo a pesar de no sentir nada. No iba, por tanto, a pasar
horas con el Santísimo, porque el Señor le colmara de consolaciones
espirituales, sino en pura fe, a pedir y rogar por todos.
Y
cuando el confesor le prohibió hacerlo, ¿cómo reaccionó? Pues obedeciendo.
Sabía que a través del confesor el Señor le manifestaba cual era su voluntad.
No iba a estar con el Señor por capricho sino para cumplir su voluntad y a
través del confesor, el Señor le pidió otra cosa.
Como
el motivo de la prohibición no era el que se pasase la mayor parte de la noche
en oración ante el Santísimo, sino el peligro a que se exponía por la
inseguridad que había surgido en el barrio, se inventó el modo de estar
con el Señor sin tener que ir a la Iglesia: orar en el propio hogar como antes
lo hacía en la parroquia. Este fue el método que empleó en adelante, y
lo hizo con tal discreción, que solamente lo sabía su esposa, cómplice y
encubridora de sus prácticas.
Su
director espiritual, que parece que era entendido y prudente, se lo permitió,
pero dándole un sabio consejo para que compensase esas horas que dedicaba al
Señor por la noche: que después de la comida tomara dos horas de siesta. Y
también en esto le obedeció.
Seguro
que Víctor recordó y puso en práctica el sabio consejo de su maestro San Juan
de la Cruz que muchos que se consideran espirituales olvidan: “Más quiere
Dios de ti el menor grado de obediencia y sujeción, que todos esos servicios
que le piensas hacer” (Dichos de luz y amor, nº. 13).
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