sábado, 19 de octubre de 2019

Habla Víctor. De madrugada me iba al Santísimo.

Interior de la parroquia de San Clemente Romano en la que oraba por la noche


Como tenía la llave de la parroquia, hacia las dos de la madrugada me iba al Santísimo a pedir y a rogar solamente en silencio, ya que por entonces nada de mis labios brotaba. Pronto esto me prohibió mi director espiritual. El motivo fue que por las noches se producían atracos y navajazos. Esto no fue ningún obstáculo para continuar las velas de oración. Cuando se acostaban todos los de la casa, de repente me despertaba y sentía la llamada y en vela ya me estaba hasta las 7 de la mañana que entraba a trabajar. En invierno me envolvía en una manta por el frío que hacía. Mi director (espiritual) me obligó a recuperarme con una siesta de dos horas.

Su amor a la Eucaristía era tan fuerte, que trataba de pasar todos los días varias horas ante el Santísimo y, a ser posible, cuando nadie pudiera verle ni interrumpirle, como eran las horas de la madrugada, cuando todos descansaban. Pero el principal mérito no era tanto el sacrificar parte de su descanso para estar con Jesús, cuánto hacerlo a pesar de no sentir nada. No iba, por tanto, a pasar horas con el Santísimo, porque el Señor le colmara de consolaciones espirituales, sino en pura fe, a pedir y rogar por todos.
 
Víctor orando en silencio en el salón de la casa de su hija Teresa.
Y cuando el confesor le prohibió hacerlo, ¿cómo reaccionó? Pues obedeciendo. Sabía que a través del confesor el Señor le manifestaba cual era su voluntad. No iba a estar con el Señor por capricho sino para cumplir su voluntad y a través del confesor, el Señor le pidió otra cosa.

Como el motivo de la prohibición no era el que se pasase la mayor parte de la noche en oración ante el Santísimo, sino el peligro a que se exponía por la inseguridad que había surgido en el barrio, se inventó el modo de estar con el Señor sin tener que ir a la Iglesia: orar en el propio hogar como antes lo hacía en la parroquia. Este fue el método que empleó en adelante, y lo hizo con tal discreción, que solamente lo sabía su esposa, cómplice y encubridora de sus prácticas.
 
San Juan de la Cruz, su maestro y guía en la vida espiritual.
Su director espiritual, que parece que era entendido y prudente, se lo permitió, pero dándole un sabio consejo para que compensase esas horas que dedicaba al Señor por la noche: que después de la comida tomara dos horas de siesta. Y también en esto le obedeció.

Seguro que Víctor recordó y puso en práctica el sabio consejo de su maestro San Juan de la Cruz que muchos que se consideran espirituales olvidan: “Más quiere Dios de ti el menor grado de obediencia y sujeción, que todos esos servicios que le piensas hacer” (Dichos de luz y amor, nº. 13).



No hay comentarios:

Publicar un comentario