María Rosario Laso Calvo en su juventud. |
Conocí
a Víctor de pequeña, ya que somos del mismo pueblo. Vivíamos cerca y yo pasaba
por su casa cuando iba a misa los domingos y cuando iba a la escuela durante la
semana. Siempre que nos veíamos nos saludábamos. Víctor iba siempre a
misa y se trataba bien con toda la gente del pueblo. Nadie tenía ninguna queja
de él. Su noviazgo fue un noviazgo ejemplar. Le nacieron tres hijos en
el pueblo. Luego se fue a vivir a Medina del Campo (Valladolid) buscando el
bienestar de su familia.
Volvimos
a tener de nuevo contacto cuando, ya jubilado, se retiró a vivir a Velillas del
Duque, que dista unos diez kilómetros de Quintanadiez de la Vega donde ambos
nacimos.
Solíamos
vernos todos los martes, pues los martes se celebraba en Saldaña un mercado al
que acuden de todos los pueblos de la comarca. Él iba acompañando al párroco de
Velillas del Duque a quien le hacía las compras. Y no sólo le hacía las compras
al párroco cuando el párroco iba de compras los martes al mercado de Saldaña,
sino que le ayudaba en todo lo que le pedía de forma totalmente desinteresada.
Siempre
que nos veíamos, nos veíamos a la puerta de la Iglesia de Saldaña, antes o
después de haber pasado un tiempo con el Señor. Solíamos hablar de las personas
del pueblo por los que mostraba siempre gran interés. Nos dábamos siempre un
abrazo muy cariñoso y muy espiritual, pues el cariño que sentíamos el uno por
el otro, se debía a que ambos sintonizábamos en el amor que ambos teníamos al
Señor.
Siempre
se le veía sonriente. Siempre se le veía alegre. Siempre estaba contento. Todo
el mundo hablaba bien de él. Era siempre bueno con todos. Contagiaba siempre a todos
para ir a Dios.
Me
alegra mucho que esté para iniciarse su proceso de beatificación y espero y
deseo llegar a venerarle como santo, y desde ya cuento con su intercesión por
mí ante el Señor.
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