Pila bautismal en que Víctor recibió el bautismo. |
En
el albor de mi vida, en la Iglesia me inicié. En ella vivir y morir deseo.
Resulta
curioso que Víctor ponga estas breves palabras a la mitad de sus escritos
autobiográficos explicando la trayectoria que ha seguido hasta ese momento para
imitar a Cristo justo antes de iniciar su dura experiencia de purificación
pasiva en el Desierto de San José de las Batuecas. ¿Por qué elige ese momento
para testificar que quiere vivir siempre en la Iglesia y morir en la fe que
recibió en su infancia?
Será
un enigma difícil de descifrar. Puede ser una muestra de gratitud a sus padres
que se preocuparon de bautizarle a lo pocos días de nacer y, sobre todo, un
refrendo definitivo de permanecer hasta el último día de su vida en la Iglesia
que le recibió con los brazos abiertos, le acogió en su seno y le llenó de
bendiciones a lo largo de su vida.
Vista panorámica del desierto de San José de Las Batuecas (Salamanca) |
Para
entenderlo podemos acudir a lo que hicieron algunos santos en un momento decisivo
de su vida: Consagrarse al Señor para siempre. También puede ser que quisiera
imitar a las órdenes religiosas, en las que la incardinación definitiva se hace
mediante una “Profesión Solemne”, como muy bien conocía Víctor por su frecuente
trato con religiosos.
Todos
sabemos que en las órdenes religiosas, los que se sienten llamados a vivir ese
tipo de vida, tienen que pasar por un
postulantado, un noviciado, una Profesión Simple y unos años de
experiencia de vida comunitaria antes de hacer la Profesión Solemne, o
compromiso público de vivir hasta el fin de su vida conforme a la
espiritualidad de esa orden o congregación religiosa. Pues bien, parece
que lo que hace Víctor en la plenitud de su experiencia cristiana, es como una
profesión solemne o compromiso de permanecer siempre fiel a la fe de la Iglesia,
que esa es su opción definitiva, opción que con la ayuda del Señor confía mantener hasta su encuentro definitivo con Él.
Víctor en su celda en Batuecas |
También
puede ser que eligiera ese momento al experimentar en propia carne terribles
tentaciones contra la fe, tentaciones que incluso le hicieron sentir que
blasfemaba en su interior y que “todo perdido lo veía”. Es lo que le sucedió
durante sus estancias en Las Batuecas, donde el Señor le purificó mediante lo
que San Juan de la Cruz describe como noche oscura, de la que salió
plenamente transformado y fortalecido.
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