Dios, quien me creó. |
Quien me creó, me llevó. Él mismo me redimió. Con su sangre me lavó. Mis pecados perdonó.
Para entender lo que en estas breves palabras nos quiere decir Víctor, nada mejor que recordar lo que maravillosamente nos enseña San Pablo en la carta a los efesios acerca de nuestro origen y de nuestra redención, Palabras que debiéramos meditar con frecuencia, pues es el mejor resumen de la historia de nuestra salvación:
“Bendito sea Dios, padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. El nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados” (Ef 1, 3-7).
Con su sangre me lavó. |
Con las palabras: Quien me creó, me llevó”, afirma dos verdades fundamentales de nuestra existencia:
1ª. Quien me creó, que es Dios, “nos eligió en la persona de Cristo antes de la creación del mundo”, es decir, desde siempre y que nuestra existencia actual, la hemos recibido a través de nuestros padres que han sido el medio de que se ha servido para introducirnos en este mundo.
2ª. Que el mismo que me creó, “me llevó”. ¿Adónde me llevó? Nada menos que al mismo Dios que me dio la vida, pero en calidad de hijos. Las palabras de San Pablo son contundentes: “Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos”. Cristo con su encarnación, al asumir nuestra naturaleza nos convirtió a todos en “hijos de Dios”, con todas las consecuencias.
Mis pecados perdonó. |
Si somos hijos de Dios, Dios es nuestro padre y nos ama como padre. ¡Qué alegría saber que el Dios todopoderoso es nuestro padre! Y, como dice en el Evangelio refiriéndose los padres en general: “Si vosotros siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿qué no hará vuestro padre celestial?
Ante la experiencia de pecado, de infidelidad a tan buen Padre, Víctor no se atemoriza, sino que confía en el perdón de ese buen Padre gracias a la sangre de Cristo. Así lo reconoce al decir: “Él mismo me redimió. Con su sangre me lavó. Mis pecados perdonó”. ¿No son las mismas palabras de San Pablo: “Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados?”.
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