!Oh muerte que te haces esperar!. |
Bien
pueden ayudarnos unas palabras de Víctor para reflexionar durante este Sábado
Santo en nuestra muerte, en los sufrimientos que la acompañarán y en el júbilo
de nuestra resurrección.
La muerte
de Jesús fue tremendamente dolorosa, pues a los dolores físicos que nos narran
los evangelistas, se unió hasta el abandono del Padre: “Dios mío Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?”. Fue en ese momento terrible, en el que
sintió hasta el abandono del Padre, cuando, según San Juan de la Cruz, se
realizó el misterio de nuestra redención. Pero a su muerte siguió la gloria de
la Resurrección y el triunfo definitivo sobre la muerte. Desde ese momento, la
muerte ha dejado de ser nuestro mayor enemigo para convertirse en el medio que
tenemos para conseguir nuestra glorificación.
En
varias ocasiones les habló Jesús a sus apóstoles del sufrimiento y de la muerte
como camino para llegar a la resurrección. Nada entendieron y por eso fueron
tan miedosos en el momento de la pasión de Cristo y le abandonaron, convencidos
de que todo había concluido con su muerte. No fue fácil convencerles de su
resurrección y victoria sobre la muerte, pero desde que se convencieron, su
vida cambió por completo.
Al alma Cristo la lleva para presentarla al Padre |
Víctor,
buen creyente desde su infancia, jamás dudó de la resurrección y, al final de
sus días, hasta deseó la muerte para encontrarse cuanto antes con Cristo, pero
fue consciente de que ese paso siempre es doloroso, por mucha fe que se tenga.
En unas breves palabras nos resume su postura ante ese momento decisivo:
“¡Oh
muerte deseada que te haces esperar! Paso a paso te persigo hasta que te pueda
encontrar. Cuando a ti haya llegado, con dolor me abrazarás. Con mi cuerpo
prestado te quedarás, hasta que Cristo te rescate para resucitar. Al alma,
Cristo la lleva para presentarla al Padre, lavada en su sangre, limpia y
resplandeciente como el crisol que Él con su sangre la quedó”.
Manifiesta,
en primer lugar, un deseo de que la muerte le llegue cuanto antes y hasta sale
a su encuentro. Pero es consciente de que ese deseo no va a impedir el dolor de
la separación del cuerpo y alma y que esa separación va a durar hasta el
momento de la resurrección al final de los tiempos.
Pero
ese dolor y separación son insignificantes ante la alegría de saber que Cristo
un día rescatará ese cuerpo de la muerte y le devolverá la vida y una vida
gloriosa que ya no tendrá fin.
Hasta que Cristo te rescate para resucitar. |
Y
mientras llega el momento de la resurrección, sabe que su alma será llevada al
cielo y presentada por Cristo al Padre, pero, “lavada en su sangre,
limpia y resplandeciente como el crisol que Él con su sangre la quedó”.
A
esto se llama tener una fe inquebrantable en la resurrección. A esto se llama
confiar plenamente en Jesús, que con su sangre ha lavado su alma y la ha dejado
sin mancha alguna y resplandeciente como el crisol. No es Víctor quien logra su
limpieza, es Jesús quien hace la labor por él.
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