Begoña atendiendo a una enferma siguiendo el ejemplo de su padre. |
La vida de mi padre fue intensamente apostólica, fruto directo de la intimidad que mantenía con el Señor en la oración. Estaba lleno del celo y deseo de llevar las almas al Señor. Amaba a todos los hombres con el mayor amor que se les puede tener: el deseo de su salvación. En el trabajo procuraba acercar a sus compañeros.
Pertenecía
a la Congregación de San Felipe Neri, teniendo como apostolado visitar personas
enfermas, apostolado que realizaba en el hospital Gregorio Marañón. Como
miembro de la Congregación seglar llevaba una bata o guardapolvos gris y un crucifijo colgado al
cuello cuando visitaba a los enfermos en el hospital. Era el distintivo de los
miembros de San Felipe Neri.
En
una ocasión me contó cómo, cuando se lo permitían, visitaba a los enfermos
de la sección de psiquiatría, los que se encontraban aislados. Algunos
estaban encerrados como en una especie de celdas a causa de su agresividad.
Algunos cuidadores les tenían miedo. A Víctor le abrían esas estancias, se
acercaba en el nombre de Jesucristo con cariño y amor al enfermo, les mostraba
el crucifijo y contaba como algunos lo besaban, no mostrando violencia alguna,
sino mansedumbre. Víctor no tenía miedo. Su fortaleza era el Señor.
Víctor siempre echaba en la hucha del Domund de Begoña mil pesetas. |
En
sus visitas a los enfermos no fueron pocas las ocasiones en las que pudo
consolar y aliviar a muchos moribundos, ayudándoles a acercarse a Dios antes de
su fallecimiento. Su apostolado visitando enfermos, también lo hacía en sus
domicilios, ya fuesen familiares, amistades o conocidos.
Cuando
pasaba parte de sus vacaciones con su familia en Sabarís, zona costera cercana
a Vigo, su vida diaria seguía dedicada a la oración, a cuidar y servir a su
familia. Cocinaba para nosotros, así, cuando llegábamos de la playa su
esposa e hijos, teníamos la comida ya preparada.
Visitaba
a algunas personas enfermas en este pueblo. Como tenía reliquias de algún
santo, las llevaba con él en esas visitas y oraba pidiendo la curación del
enfermo por la intercesión del santo. En alguna ocasión se produjo no sólo la
mejoría, sino hasta la sanación.
Recuerdo
que el día del Domund, en el colegio, nos daban huchas para ir pidiendo a las
personas en la calle. Éramos niños. Sería a finales de los años setenta. Mi
hucha tenía siempre una cantidad de dinero considerable. El mayor donativo era
el de papá que, pobres como éramos, introducía en la hucha mil pesetas.
Recuerdo
que en casa siempre se ayudaba a los pobres. El pobre que llamaba a la
puerta de casa pidiendo, nunca se iba con las manos vacías. Siempre que
había alguna persona pidiendo a la puerta de la Iglesia a la que fuese a oír
misa, papá les daba limosna. Veía a Cristo en los pobres. Su gran deseo era
sentar en su mesa a los pobres y que comiesen en su casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario