sábado, 3 de marzo de 2018

Testimonios Begoña (III)

El Viernes Santo sólo comía pan y agua



Recuerdo que cuando éramos pequeños y adolescentes, nos llevaba el Viernes Santo por la mañana a hacer la visita al Santísimo en siete iglesias diferentes. De regreso se acostaba a dormir. Levantándose de su descanso, ese día ayunaba. Sólo comía una barra de pan y bebía agua. No probaba nada más, hasta el Sábado Santo. Fueron muchos los años en los que Víctor estuvo comiendo con austeridad. Su vida era muy austera en el comer, vestir, gastar. Silenciosamente vivía una vida de pequeñas y continuas mortificaciones.

 Su comida diaria consistía en un desayuno ligero, la comida la hacía completa, y por la noche, durante muchos años, cenaba sólo una manzana, hasta que dejó de cenar alimento alguno. Sólo volvió a hacerlo en el período de su enfermedad. Nunca protestaba por la comida que se le daba. Tampoco elegía o exigía lo que quería comer. Su fuerza de voluntad y mortificación eran heroicas en todos los sentidos. Cuando le diagnosticaron la enfermedad coronaria, el cardiólogo le aconsejó comer con poca sal. Así lo hizo, hasta llegar a comer las comidas sin nada de sal.



Se comió un arroz incomestible sin decir palabra
En una ocasión me tuve que quedar con papá, teniendo yo doce años. Papá trabajaba y yo tenía que ocuparme de todas las cosas de la casa, no sabiendo cocinar. Mantenía el mismo tiempo de cocción para las legumbres que para el arroz. El arroz que hice un día lo tuve cociendo una hora y media. Cuando papá llegó de trabajar le puse el arroz, y él se lo comió sin decir palabra alguna, ni rechistar, ni protestar, ni hacer ningún comentario. Sabía horrible e incomestible. Yo que lo cociné, no fui capaz de comerlo.

Víctor vivía muy unido a Dios. Tenía una gran mortificación de la curiosidad y de todos los sentidos. Centrado en la presencia de la Santísima Trinidad en su alma cuando caminaba por la calle, te dabas cuenta que él estaba en otro lugar o en otra presencia interior. No prestaba atención a lo superfluo y superficial. Su presencia a lo que sucedía a su alrededor, era desde la presencia de Dios en él.


Víctor en el comedor de Velillas con su hijo Miguel

Cuando nos encontrábamos por la calle, era yo la que me dirigía a él a darle un beso, pues él iba muy recogido interiormente y no miraba a presencias exteriores. Varias veces sucedió, cuando iba acompañada de alguna amiga, yo le decía: Mira. ¿Ves ese señor que viene por ahí? Es mi padre. Ya verás que ni me ve ni me saluda. Y así sucedía. En cuanto me acercaba a él, al verme se le iluminaba el rostro de alegría y me daba dos besos con mucho cariño y bondad.

Para Víctor, el bienestar de sus familiares era muy importante. En casa teníamos lo justo y necesario, ningún lujo, nada superfluo. Las necesidades materiales estaban cubiertas y siempre había para compartir con los pobres y necesitados.



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