miércoles, 28 de marzo de 2018

Habla Víctor, Huerto de los Olivos

Jesús orando en el huerto de los olivos

En estos días de Semana Santa, la Iglesia nos invita a reflexionar y participar en el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo en que se realiza el misterio de nuestra redención. Para ayudarles a vivir este misterio, les ofrecemos el ejemplo de gratitud de Víctor a Jesús, que dio la vida por nosotros, no porque lo mereciéramos, sino únicamente por amor.


A estas alturas, ya nos resulta familiar la importancia que Víctor daba a la Semana Santa y en concreto el fervor con que celebraba los días sagrados del Jueves y Viernes santo. Las dos palabras claves para estos días son: oración y ayuno. ¡Cuántas horas del día y de la noche en presencia de Jesús Sacramentado! No se cansaba de estar junto al Amado. Se portó mejor que los apóstoles que le dejaron solo en el momento que más necesitaba de su compañía. Y si Cristo no tomó ningún alimento desde la Última Cena hasta el momento de su muerte, ¿cómo no ayunar por Él?

Apóstoles dormidos en el huerto de los olivos.

Y junto al ejemplo de vida, una experiencia y unas palabras de Víctor que nos pueden ayudar a penetrar y comprender el valor de nuestro sufrimiento unido al de Cristo en su Pasión:

Triste y angustiada mi alma hasta la muerte está. Camino del Huerto de los Olivos va, para allí gustar la Sangre de Cristo sudada, por ésta fortalecido, allí la subida al Monte iniciar, aunque allí mis pecados descargué, penosa la subida fue, por senda estrecha caminaba, en el bastón de la fe me apoyaba, aunque nada gustaba ni veía. Aquel que me guiaba, el camino se sabía, por eso pronto a la cima llegué. Allí solo la gloria de Dios encontré y tanto me enamoré, que a la cruz me encaramé, para expirar abrazado a la cruz del Cordero Degollado.

Tanto me enamoré, que a la Cruz me encaramé para expirar abrazado a la Cruz.

¡Que hermosa reflexión, fruto de una profunda experiencia! Del mismo modo que Cristo sintió tristeza y angustia en el Huerto de los Olivos al enfrentarse ante la muerte inminente y atroz, Víctor también siente la angustia ante la muerte. Pero hay una diferencia con la de Cristo, pues mientras Cristo estuvo abandonado, Víctor se acerca al Huerto de los Olivos para gustar de la sangre que Jesús derramó, y fortalecido con esa sangre poder iniciar la subida del Monte.

No por eso dejó de ser dura la subida, pues ante la muerte, la oscuridad es absoluta. Pero esa subida en medio de las tinieblas, la estaba realizando con seguridad, porque contaba con Cristo como guía que conoce muy bien el camino.

Es lo que San Juan de la Cruz, su gran maestro, expresa con estas palabras: “Sin otra luz y guía, sino la que en el corazón ardía. Aquésta me guiaba más cierto que la luz del mediodía, adonde me esperaba quien yo bien me sabía”.

Por eso exclama lleno de alegría: “Pronto a la cima llegué. Allí solo la gloria de Dios encontré y tanto me enamoré, que a la cruz me encaramé, para expirar abrazado a la cruz del Cordero degollado. ¡Quién tuviera la dicha de expirar así!





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