Víctor apadrinando el bautismo de dos gitanos. |
Fue
padrino de bautismo de dos gitanos que fueron bautizados en la
Parroquia de San Clemente Romano de Madrid a la que pertenecíamos. D. Paco, el
párroco se lo pidió y él aceptó con gran alegría. Papá entendía muy bien la
importancia y profundidad del bautismo. En un L`Osservatore Romano, con fecha
6-3-1992, hay una frase en uno de los márgenes escrita de su letra que dice: “Robar
las almas por el bautismo”.
Un
día, en el Metro, cuando caminaba por los pasillos, se dio cuenta cómo una
mujer forcejeaba contra un hombre que intentaba abusar de ella. Víctor fue a
socorrerla y el hombre, desistiendo, se dio a la fuga.
Papá
compartió conmigo que habiendo tenido oportunidad de ir a Roma y a Tierra
Santa, rechazó ir allí por considerar que no era necesario ir allí, pues tenía
la presencia de Cristo vivo en la Eucaristía. Eso era suficiente para él y
le tenía cada día en el Sagrario y en la comunión que recibía. No decía él que
no era bueno ir, tanto a Roma como a Tierra Santa, sino que no era necesario ir
a Tierra Santa, pues tenía la presencia de Cristo vivo en la Eucaristía. Me
dijo que si fue a Roma, fue para asistir a mi profesión, que si no, no
hubiera ido nunca. Con anterioridad había tenido oportunidades y no lo
había hecho.
Del
barrio de Oroquieta donde vivíamos, la familia se trasladó a vivir a la calle
Príncipe de Vergara. Papá no dudó en trasladarse allí para apoyar a uno de sus
hijos al que le había salido el trabajo en una portería. Vivíamos en el piso
bajo, en un reducido espacio que correspondía a la portería. Todas las ventanas
daban al patio del edificio. Apenas entraba luz en la casa. Un sacrificio
lleno de amor por el bien de su hijo.
Papá
era muy humilde, callado y silencioso. Hablaba poco, muy poco, lo justo y lo
necesario. Tenía un gran dominio de sí mismo. Vivía en el interior. Sus
palabras fueron cada vez más escasas, Cuando la enfermedad de Alzheimer fue
agravándose, fue perdiendo memoria y capacidad de expresarse. Su natural se
revelaba ante el aniquilamiento total de su ser como persona, pero aceptó tan
humillante enfermedad, no sólo con resignación, sino amorosamente, viendo que
eso era lo que le pedía el Señor, que era para él el todo de su vida.
Un
día estaba mi papá sentado en un sillón, en el comedor de su casa en Medina del
Campo. Tenía la cabeza reclinada hacia abajo. Me senté junto a él en el sillón
de al lado y le dije: ¿Papá, como estás? Mal. ¿Por qué? Esto (señalando con su
mano la cabeza) que no funciona. ¿Y estás deprimido, papá? “Ya se lo
he entregado a Dios” (Se refería a su enfermedad).
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