miércoles, 14 de marzo de 2018

Testimonios Begoña (VI)

Víctor apadrinando el bautismo de dos gitanos.
Fue padrino de bautismo de dos gitanos que fueron bautizados en la Parroquia de San Clemente Romano de Madrid a la que pertenecíamos. D. Paco, el párroco se lo pidió y él aceptó con gran alegría. Papá entendía muy bien la importancia y profundidad del bautismo. En un L`Osservatore Romano, con fecha 6-3-1992, hay una frase en uno de los márgenes escrita de su letra que dice: “Robar las almas por el bautismo”.

Un día, en el Metro, cuando caminaba por los pasillos, se dio cuenta cómo una mujer forcejeaba contra un hombre que intentaba abusar de ella. Víctor fue a socorrerla y el hombre, desistiendo, se dio a la fuga.

Papá compartió conmigo que habiendo tenido oportunidad de ir a Roma y a Tierra Santa, rechazó ir allí por considerar que no era necesario ir allí, pues tenía la presencia de Cristo vivo en la Eucaristía. Eso era suficiente para él y le tenía cada día en el Sagrario y en la comunión que recibía. No decía él que no era bueno ir, tanto a Roma como a Tierra Santa, sino que no era necesario ir a Tierra Santa, pues tenía la presencia de Cristo vivo en la Eucaristía. Me dijo que si fue a Roma, fue para asistir a mi profesión, que si no, no hubiera ido nunca. Con anterioridad había tenido oportunidades y no lo había hecho.
 
Víctor en Roma llevando las ofrendas en la profesión de Begoña.
Del barrio de Oroquieta donde vivíamos, la familia se trasladó a vivir a la calle Príncipe de Vergara. Papá no dudó en trasladarse allí para apoyar a uno de sus hijos al que le había salido el trabajo en una portería. Vivíamos en el piso bajo, en un reducido espacio que correspondía a la portería. Todas las ventanas daban al patio del edificio. Apenas entraba luz en la casa. Un sacrificio lleno de amor por el bien de su hijo.

Papá era muy humilde, callado y silencioso. Hablaba poco, muy poco, lo justo y lo necesario. Tenía un gran dominio de sí mismo. Vivía en el interior. Sus palabras fueron cada vez más escasas, Cuando la enfermedad de Alzheimer fue agravándose, fue perdiendo memoria y capacidad de expresarse. Su natural se revelaba ante el aniquilamiento total de su ser como persona, pero aceptó tan humillante enfermedad, no sólo con resignación, sino amorosamente, viendo que eso era lo que le pedía el Señor, que era para él el todo de su vida.
 
Víctor muy anciano con su esposa Asunción
Un día estaba mi papá sentado en un sillón, en el comedor de su casa en Medina del Campo. Tenía la cabeza reclinada hacia abajo. Me senté junto a él en el sillón de al lado y le dije: ¿Papá, como estás? Mal. ¿Por qué? Esto (señalando con su mano la cabeza) que no funciona. ¿Y estás deprimido, papá? “Ya se lo he entregado a Dios” (Se refería a su enfermedad).




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