sábado, 2 de diciembre de 2017

Florecillas

San Francisco con el hermano lobo

Al hablar de florecillas, lo primero que nos viene a la mente son las “florecillas de San Francisco”. El encanto de sus narraciones, su espontánea comunicación con todos los elementos de la creación, incluido el hermano lobo, nos llevan sin sentirlo a pensar en la belleza de la creación tantas veces oscurecida por la actuación del hombre. San Francisco y sus primeros compañeros vivieron y transmitieron ese amor, armonía y comunión del hombre con la creación, conforme a los designios de Dios al poner a Adán y Eva al frente de la creación.    

San Juan de la Cruz, en el “Cántico Espiritual”, tiene una bella estrofa en que el alma, en su ansiosa búsqueda de Dios, se dirige a la creación en busca de noticias de su autor: “¡Oh bosques y espesuras, /plantadas por la mano del Amado! /¡Oh prado de verduras /de flores esmaltado!, /decid si por vosotros ha pasado”.

Y añade un comentario para resaltar que tanta belleza y tanta variedad de criaturas, “sola la mano del Amado Dios pudo hacerlas y criarlas, porque, aunque otras muchas cosas hace Dios por mano ajena, como de los ángeles y de los hombres, ésta, que es criar, nunca la hizo ni hace por otra que la suya propia”, para que el alma se mueva al amor de su Amado Dios.
 
Prado de verduras

Y al referirse al prado de verduras de flores esmaltado, recuerda que en la liturgia de difuntos se pide a Dios ponga sus almas “entre las verduras deleitables”, o prado de verduras del Reino del cielo, y compara a “las flores con los ángeles y almas santas con las cuales está ordenado aquel lugar y hermoseado como un gracioso y subido esmalte de un vaso de oro excelente”.

Hermosa la comparación que hace de las flores con los ángeles y las almas santas, porque embellecen el cielo. Pues esa misma misión podemos decir que cumplen las flores en la tierra. Gracias a ellas el mundo es más bello. La extensa gama de olores y colores que las flores poseen, estimulan nuestros sentidos y nos invitan a contemplarlas siempre con admiración y nos elevan a soñar con un mundo nuevo en que todo sea embellecido.

En la vida de cada uno de nosotros hay mucho esfuerzo, mucho sacrificio, momentos tensos, dificultades a cada paso, pero aún en la vida del más desgraciado, surgen cosas bellas y agradables que contribuyen a hacer más grata la vida propia y la de los demás. Se trata de pequeños detalles, como una palabra de aliento, un abrazo, una sonrisa, un acertado consejo, el encuentro con una persona cercana que nos alienta y da esperanza, etc. Son como pequeñas flores que embellecen nuestra vida.
 
Prado de flores esmaltado.

En la vida de Víctor, hubo “un prado de verduras”, es decir, una vida de entrega total e incondicional al Señor y a la práctica de las virtudes desde el momento de su conversión, auténticos frutos de santidad; pero de “flores esmaltado”, es decir, una vida llena también de pequeños detalles, anécdotas y hasta despistes, que contribuyen a hacer aún más bella y grata su figura.

De esos pequeños detalles, anécdotas y despistes, es de lo que trataremos en “las florecillas”.




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