martes, 14 de noviembre de 2017

Ermitaño en Batuecas

Desierto de San José de los Carmelitas Descalzos en Las Batuecas (Salamanca)

A Víctor le gustaba llevar a su familia de vacaciones en verano. Cuando nadaba en la abundancia, solía ir con toda la familia a Cangas (Pontevedra). Allí alquilaba una buena casa cerca de la playa para que sus hijos disfrutaran del baño y jugaran en la arena. Al sufrir la crisis que le sumió en la pobreza, tuvo que prescindir durante varios años de las vacaciones. Pero como a su esposa le venía muy bien para la salud el baño y el aire del mar, cuando sus recursos se lo permitieron, comenzaron a alquilar en Sabarís (Pontevedra) una casa más barata en el mes de septiembre. Y allí iba con su familia año tras año.

Pero Víctor también pasaba parte de las vacaciones en el monasterio solitario que los Carmelitas Descalzos tienen en Las Batuecas (Salamanca). Los religiosos le permitían vivir con ellos por ser carmelita descalzo seglar y hasta vestir esos días el hábito religioso como los frailes y participar en todos sus actos, incluso levantarse para el rezo de Maitines a media noche. Pronto observó que el padre Valentín de San José, terminado el rezo nocturno, mientras los demás religiosos se retiraban a descansar, él se quedaba orando, y Víctor le imitó. De ahí surgió su costumbre de levantarse a media noche en su propio hogar y permanecer en oración hasta la hora de ir al trabajo.
Víctor ermitaño en la celda que ocupó el Rey Alfonso XIII en su visita a las Hurdes.
Para Víctor aquellos días eran días de gran intimidad con Dios, pero a la vez de angustias y tribulaciones interiores. En sus escritos autobiográficos dedica varios números a hablar de esta terrible experiencia: “Una losa sobre mí cayó”. “El orar pesado era”. "Bien sabía que a sufrir iba, etc”. Víctor experimentaba en esos días las “noches oscuras” que el Señor permite para purificar de sus imperfecciones a quienes verdaderamente le aman, según describe San Juan de la Cruz.


Pero de esas tremendas experiencias en el desierto, volvía totalmente transformado y al incorporarse a la vida ordinaria era cuando percibía y percibían los demás el fruto de su trato íntimo con Dios, hasta el punto de exclamar: “Cuando de allí salí y a la sociedad llegué, buena cuenta me di de lo que allí gané”.

P. Valentín de San José director espiritual de Víctor y de Santa Maravillas.


Pero en el desierto de Batuecas no todo era oración. En los libros de crónicas del monasterio han quedado reflejadas las ayudas que les prestaba, como hacer ponederos para gallinas, reparaciones en la instalación eléctrica, tareas en la huerta, etc. La frase más repetida a la hora de su despedida es: “Ayudándonos en todo lo que hiciera falta”. Uno de los ermitaños, el P. Matías del Niño Jesús le califica de “un santo de cuerpo entero, que se venía a pasar aquí en la soledad todos los años sus vacaciones en oración, que, cumpliendo los trabajos más humildes del campo, daba ejemplo a los religiosos”.






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