miércoles, 19 de octubre de 2022

Testimonios Ángel Arrabal (VI)

Vista parcial del interior de la Embotelladora de Pepsi-Cola de Madrid.


Para los jefes que vigilaban desde la oficina refrigerada todo iba bien mientras el traqueteo agudo de las botellas indicase que la cadena estaba en marcha. Cuando algún percance o alguna avería detenían la cadena, el jefe que era mecánico y el subjefe que era electricista, cambiaban el traje por el mono y se presentaban inmediatamente en el lugar que hiciese falta. Los peones de plantilla, al ver moverse a los jefes, ya sabían que era cosa de unos minutos o si el problema era más grave y les pondría a todos a barrer la nave que acumulaba toneladas de cristales rotos y de suciedad. La limpieza general sólo se hacía en caso de avería en la cadena de producción o cuando los jefes habían recibido el chivatazo de que se avecinaba una inspección oficial.

 

Es fácil hacerse la idea de lo que suponían doce horas diarias, siete días a la semana, con una hora para comer, quince minutos para el bocadillo y cinco minutos para ir al baño. Los eventuales cada hora cambiábamos de puesto en la cadena, pero era difícil acostumbrarse al tableteo de las máquinas, al rechinar de las botellas y al calor pegajoso y dulzón de la nave.

 

Había que acercarse mucho a gritar para entenderse con el compañero; imposible mantener una conversación. Mi sensación era la de un trabajo alienante que había que hacer mecánicamente y el domingo por la tarde caer rendido y dormir hasta el lunes.




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