Junto con el de Temor, el alma puesta en las manos de Dios,
deseando no separarse más de Él, está este Don para robustecer al alma,
haciéndola más animosa. Al avanzar en la vida espiritual se deja en el Espíritu
Santo; aunque precisa su actividad, se adhiere dócil y prontamente a las
mociones divinas, a despecho de nuestra voluntad que siempre es débil y
desfallece corrientemente, al menos cuando se la exige una vida espiritual más
perfecta. Se necesita este Don sobre todo para no asustarnos en las pruebas que
el Señor nos hace pasar para seguir fielmente los impulsos de Él, maestro dulce
y suave pero exigente para llevarnos a la santidad. Precisamente nos tiene que
pedir todo, ya que se hace este camino más doloroso si se percibe y no se
responde. Es este el gran tormento del alma de buena voluntad. No madura aun la
gracia actual y la virtud infusa de la fortaleza, viene en nuestra ayuda.
El Don de Fortaleza proporciona al alma una energía
inquebrantable en la práctica de la virtud. El alma no conoce desfallecimientos
ni flaquezas en el ejercicio de la virtud, siente naturalmente las dificultades
a las que tiene que hacer frente para ser fiel al Señor tanto en las pruebas
más difíciles, como puede ser el martirio, como en las más sencillas y
humildes, como aceptar la convivencia amorosa día a día con personas que nos
caen mal, pero con energía sobrehumana sigue firme a pesar de las dificultades.
Unas palabras de Santa Teresa nos explican lo que es seguir
con valentía los impulsos del Espíritu Santo: “No os espantéis de las muchas
cosas que es menester mirar para comenzar este viaje divino, que es camino real
para el cielo…a los que quieren ir por él y no parar hasta el fin, que es
llegar a beber de esta agua de vida. Digo que importa mucho, y del todo, una
grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga
lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure
quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no
tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo.
(C. 21, 2).
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