sábado, 1 de octubre de 2022

Habla Víctor Don de Fortaleza (I)


Junto con el de Temor, el alma puesta en las manos de Dios, deseando no separarse más de Él, está este Don para robustecer al alma, haciéndola más animosa. Al avanzar en la vida espiritual se deja en el Espíritu Santo; aunque precisa su actividad, se adhiere dócil y prontamente a las mociones divinas, a despecho de nuestra voluntad que siempre es débil y desfallece corrientemente, al menos cuando se la exige una vida espiritual más perfecta. Se necesita este Don sobre todo para no asustarnos en las pruebas que el Señor nos hace pasar para seguir fielmente los impulsos de Él, maestro dulce y suave pero exigente para llevarnos a la santidad. Precisamente nos tiene que pedir todo, ya que se hace este camino más doloroso si se percibe y no se responde. Es este el gran tormento del alma de buena voluntad. No madura aun la gracia actual y la virtud infusa de la fortaleza, viene en nuestra ayuda.

 

El Don de Fortaleza proporciona al alma una energía inquebrantable en la práctica de la virtud. El alma no conoce desfallecimientos ni flaquezas en el ejercicio de la virtud, siente naturalmente las dificultades a las que tiene que hacer frente para ser fiel al Señor tanto en las pruebas más difíciles, como puede ser el martirio, como en las más sencillas y humildes, como aceptar la convivencia amorosa día a día con personas que nos caen mal, pero con energía sobrehumana sigue firme a pesar de las dificultades.

 

Unas palabras de Santa Teresa nos explican lo que es seguir con valentía los impulsos del Espíritu Santo: “No os espantéis de las muchas cosas que es menester mirar para comenzar este viaje divino, que es camino real para el cielo…a los que quieren ir por él y no parar hasta el fin, que es llegar a beber de esta agua de vida. Digo que importa mucho, y del todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo. (C. 21, 2).

 

 

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