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La Embotelladora de Pepsi-Cola |
4- VÍCTOR
En ese marco es donde conocí a Víctor, un peón de plantilla
durante todo el año, que muy pronto me llamó la atención porque, a diferencia
de otros peones de plantilla, nunca se aprovechaba de los novatos eventuales
dejándoles los peores puestos o demorándose en las sustituciones.
Víctor era un hombre fuerte y tranquilo, de unos cuarenta
años, que, cuando te veía en un apuro porque las cajas se te amontonaban en la
cadena, aparecía de pronto y liberaba el atasco cogiendo con una sola mano las
cajas llenas de botellas de litro que yo apenas podía remontar en el palet con
las dos manos. Y luego se iba a su puesto, siempre sonriente y natural, sin
darlo importancia.
Los otros peones de plantilla, muy dados a la chanza y la
pillería, le tenían mucho respeto porque se expresaba con pocas palabras pero
mucho sentido y porque sacaba adelante su trabajo sin errores y echaba una
mano, sin reproches, cuando hacía falta.
En el descanso para el bocadillo, nos sentábamos en el suelo
de un pequeño patio de la fábrica y, con frecuencia, hacíamos por coincidir.
Era increíble en aquel ambiente, pero hablábamos de S. Juan de la Cruz y me
contaba de un monasterio perdido en Las Batuecas, cerca de las Hurdes, donde
iba en vacaciones, de un hospital donde colaboraba como voluntario durante el
curso y de grupos de oración en los que participaba. Aunque era evidente su
nivel cultural y su experiencia, nunca comentó nada de su pasado, ni de su
trayectoria laboral anterior. Alguna vez comentamos algo sobre la educación de
los hijos (creo que tenía 7) y de los
ideales de los jóvenes en un mundo desacralizado y sin espiritualidad.
Estas conversaciones eran extraordinarias en el ambiente
zafio de la fábrica, pero tenían un tono muy normal, sin beaterías santurronas
ni afán de proselitismo.