Víctor con su primo Gabino durante su visita a España. |
Me quedo con la última etapa de su vida, aunque ha
sido muy dolorosa, sobre todo para mi madre, pero él la vivió aceptando lo que
le venía y daba gusto verle cómo disfrutaba de la familia, de los hijos, de los
nietos, de los hermanos. Los nietos también le cambiaron la vida; su llegada
sacó a relucir la parte más tierna y más humana de él (Testimonio
de su hija Teresa).
Efectivamente, disfrutaba de la familia y de las amistades. De todos los hermanos, era el que más relación tenía con los tíos, los primos carnales y con todos los familiares en general. Incluso fue el único que mantuvo frecuente correspondencia con unos primos que partieron para Argentina cuando él era joven y no regresaron a España, excepto uno, llamado Gabino, que hizo un viaje muchos años después y fue Víctor quien le acogió y acompañó con todo cariño.
Esa faceta de disfrutar de la familia se puso muy de
manifiesto cuando regresó a vivir al pequeño pueblo de Velillas de Duque,
ubicado en el entorno donde vivían casi todos los amigos de su infancia y
juventud, a los que visitaba o le visitaban y con los que a veces coincidía en
Saldaña, especialmente los martes, que era el día dedicado al mercado. Los
que aún viven, le recuerdan con cariño y añoran su amistad.
Víctor con algunos nietos en una fiesta familiar. |
Pero donde se desbordó su bondad y cariño fue con los nietos. Con sus hijos se comportó durante algún tiempo como padre responsable, ejerciendo su autoridad para orientarles en su vida, incluso con cierta severidad, tanto antes de convertirse como en la primera etapa de su conversión, pues deseaba que sus hijos fueran tan fervorosos y creyentes como él.
Pero con los nietos todo cambió. Al ser los padres los
responsables de su educación, el pudo tratarles con la ternura que le hubiera
gustado mostrar a sus hijos. Todos los nietos le recuerdan por su bondad, su cariño
y su cercanía. Jugaba con ellos, les sacaba a pasear, les acercaba al río
Carrión para que se bañasen, le acompañaban al pueblo cercano cuando él tenía
que desplazarse para asistir a misa, haciendo de esa caminata una aventura,
etc. Pero no se convirtió en el abuelo consentidor, sino en el abuelo que
supo aprovechar esa cercanía y confianza para sembrar en sus corazones la
semilla del amor y confianza en Jesús como el amigo más fiel, y para enseñarles
a orar. Era la mejor herencia que les podía dejar.
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