sábado, 24 de octubre de 2020

Florecillas. Aquí yace un pecador.

Víctor muy enfermo con sus nietos Carlos y Rebeca.


Quería al ser enterrado que su lápida fuera pobre y llevara esta inscripción: Aquí yace un pecador/ que en su Iglesia/ Jesucristo perdonó”. Para él su nombre no contaba para nada. Lo que para él contaba era haber pertenecido a la Iglesia de Cristo y el haber recibido por medio de ella el perdón de Dios. (Vida 226).

Víctor siempre se sintió pecador, tanto antes como después de su conversión y siempre se sintió perdonado y agradecido al Señor que siempre le perdonaba. Al hablar en su juventud de las intervenciones milagrosas de María en su vida dice: “Más grave fue tantas veces como pequé. Siempre a Ella acudí. De la mano me tomaba y a su Hijo me llevaba. Él siempre me perdonaba”. 

Esa experiencia fue constante en su vida y hasta podríamos decir que iba en aumento a la vez que el Señor le iba manifestando sus imperfecciones para purificarle de ellas. Fue durante sus estancias en el desierto de Batuecas donde, a la luz del Espíritu Santo, experimentó con más profundidad sus imperfecciones, llegando a decir: “El Espíritu Santo de la mano me tomaba y todas mis miserias me mostraba. Tan miserable me vi, que sólo llanto de dolor tenía, que si esto no tuviera, peor lo pasara”.

La mayoría de los santos han tenido esta experiencia: cuánto más cercanos al Señor, pura luz, mejor descubrían sus suciedades. El pecador, al faltarle la luz, no percibe sus manchas, mientras que los que se acercan al Señor, cuanto más les ilumina su luz, más perciben sus manchas y son conscientes de su naturaleza pecadora transformada únicamente por Jesús, no por los méritos propios. 

El epitafio que dejó para su sepultura.

Así se comprende que Víctor, al final de sus días, pensando en su muerte y sepultura, pidiese que fuese pobre y sencilla colocando sobre ella sólo una cruz de palo con esta inscripción: “Aquí yace un pecador/ que en su Iglesia/ Jesucristo perdonó”.

Quien se acerque en el cementerio, al ver esa sepultura descubrirá que esa persona anónima fue un simple pecador -pues todos lo somos- que ya está en el cielo, porque Cristo le perdonó”.



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