Víctor sonriente en su vejez. |
Yo me quedo con el ejemplo que siempre nos dio y sobre todo cuando en la residencia, en un momento de lucidez me reconoció y con los brazos abiertos vino hacia mí con su sonrisa. (Vida pág. 206).
Este testimonio de su hija Teresa sobre la sonrisa de su padre unos días antes de su muerte, cuando por el alzheimer ya no podía ni hablar, sería el último relacionado con su llamativa sonrisa. El primero que conocemos es el de D. Paco Teresa de León a quien tanto ayudó en la construcción de la parroquia San Clemente Romano y en el despacho parroquial, y lo que más le llamó la atención fue su constante sonrisa: “Siempre le tendré en mi mente como una persona sonriente, pasase lo que pasase. En cualquier situación cotidiana, él mantenía la sonrisa”. Hay otros muchos testimonios entre el primero y el último que coinciden en destacar que les encantaba disfrutar de su sonrisa que les llenaba de paz.
José Luis Martín Descalzo se pregunta cómo se consigue una sonrisa y dice: “¿Es un puro don del cielo? ¿O se construye como una casa? Yo supongo que una mezcla de las dos cosas, pero con un predominio de la segunda. Una persona hermosa, un rostro limpio y puro tiene ya andado un buen camino para lograr la sonrisa fulgidota. Pero todos conocemos viejitos y viejitas con sonrisas fuera de serie. Tal vez las sonrisas mejores que yo haya conocido jamás, las encontré precisamente en rostros de monjas ancianas: la madre Teresa de Calcuta y otras mucho menos conocidas.
José Luis Martín Descalzo, sacerdote, periodista y poeta. |
Por eso yo diría que una buena sonrisa es más un arte que una herencia. Que es algo que hay que construir, pacientemente, laboriosamente. ¿Con qué? Con equilibrio interior, con paz en el alma, con un amor sin fronteras. La gente que ama mucho sonríe fácilmente. Porque la sonrisa es, ante todo, una gran fidelidad interior a sí mismos. Un amargado jamás sabrá sonreír. Menos un orgulloso. Un arte que hay que practicar terca y constantemente. Aprender en la vida, dejando que la alegría interior vaya iluminando todo cuanto a diario nos ocurre e imponiendo a cada una de nuestras palabras la obligación de no llegar a la boca sin haberse chapuzado antes en la sonrisa, lo mismo que obligamos a los niños a ducharse antes de salir de casa por la mañana…En toda sonrisa hay algo de transparencia de Dios, de la gran paz” (Razones. Ediciones Sígueme. Salamanca 2001, pag. 318-319).
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