San Bernardo Abad y Doctor de la Iglesia. |
Al iniciar la oración y en cualquier momento, es necesario implorar al Espíritu Santo. Él penetra e ilumina el alma, sobre todo cuando la imaginación y pensamiento discurren por otro camino; es la forma de volver a retraerse al inicio de la oración. “Nadie dice “Señor”, si no es movido por el Espíritu Santo” (1 Cor 12, 3). Son muy cuantiosas las personas que a través de los siglos se santificaron con oración vocal. Podíamos afirmar ser la oración de los pobres.
Es elemental iniciar cualquier oración invocando al Espíritu
Santo, que es el que nos asiste y nos proporciona las palabras, como muy bien
indica Víctor, citando las palabras de San Pablo que nos indican con claridad,
que sin su ayuda, nadie podría ni siquiera decir: “Jesús es el Señor”. Es
también el Espíritu Santo el que nos ayuda a evitar las frecuentes distracciones
que solemos tener y volver a centrarnos en lo que estamos pidiendo en nuestra
oración.
Santa Teresa de Jesús, Maestra de oración. |
A propósito de las distracciones, se cuenta de San Bernardo
que, hablando a unos fieles sobre lo difícil que es rezar sin distraerse,
incluso en el rezo de un solo Padrenuestro, les llegó a decir que estaba
dispuesto a regalar su caballo a quien fuera capaz de hacerlo. Uno de los oyentes
le respondió que él sí era capaz. El
Santo accedió y él comenzó a rezar despacio y en voz alta el Padrenuestro, pero
cuando ya llegaba al final, al ver al caballo con una hermosa y valiosa montura,
le preguntó si con el caballo iba incluida la montura.
No sé si, como dice Víctor, son cuantiosas las personas que se santificaron con la oración vocal, pero sí es cierto lo que dice Santa Teresa: “Conozco una persona que nunca pudo tener sino oración vocal, y asida a esta lo tenía todo; y si no rezaba se le iba el entendimiento tan perdido que no lo podía sufrir. Mas ¡tal tengamos todas la mental! En ciertos paternóster que rezaba a las veces que el Señor derramó sangre, se estaba –y en poco más rezado- algunas horas. Vino una vez a mí muy congojada, que no sabía tener oración mental, ni podía contemplar, sino rezar vocalmente. Preguntele que rezaba, y vi que, asida a el Paternóster, tenía pura contemplación y la levantaba el Señor a juntarla consigo en unión; y bien parece en sus obras recibir tan grandes mercedes, porque gastaba muy bien su vida. Así alabé al Señor y tuve en envidia su oración vocal” (C. 30, 9).
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