Dimas, el "buen ladrón" crucificado a la derecha de Cristo |
Carta al P. José Francisco de 28 de abril de 2014.
El Viernes Santo pasado prediqué las “Siete Palabras” en la catedral de Santander. Y allí metí a tu hermano Víctor a propósito de la “segunda palabra” delante del Obispo y de la gente.
El evangelista Lucas nos dirá que hay varias personas presentes en el Calvario: Los mirones de siempre, los conocidos de Jesús, las mujeres que le habían seguido desde Galilea. También están allí los jefes triunfantes y los soldados que le dicen: “Si tú eres el Mesías, el rey de los judíos, sálvate”. Pero otros se dan golpes de pecho y un ladrón, compañero en el tormento, le dice: “Acuérdate de mí”.
Como en las películas de antes, hay uno bueno y uno malo (los dos ladrones). Hemos oído su diálogo. El crucificado malo pide liberarse del suplicio y de la muerte. Pero no ha conseguido nada. Ha tomado el camino equivocado. El bueno, sin embargo, reconoce su culpa y ve en Jesús a alguien diferente. Y sólo pide un recuerdo: “Acuérdate”. Se siente acompañado, solidario, en la muerte y luego en el inmediato destino feliz.
El ladrón bueno ya no se sintió condenado, se sintió premiado por su fe y su petición. Jesús ni se descuelga ni le descuelga. Siguen en el balcón del sufrimiento, pero el ladrón bueno cambia de vida.
Oración a Dimas convertido en Santo por su fe en Jesús |
Nosotros, los creyentes en un crucificado, ni somos ladrones ni queremos ser malos. Sólo queremos ser buenos. Algunos podemos estar más o menos crucificados en la vida junto a un Jesús muy crucificado. Y podemos dar un testimonio, humilde y diferente de un hecho: nuestra felicidad de creyentes, ante los crucificados o no crucificados de hoy, ante los despistados, ante los buscadores de la verdad.
Víctor Rodríguez Martínez, palentino, buen padre de familia de 10 hijos, murió a sus 79 años en 2012. Fue muy crucificado por la fortuna. Sus pequeños negocios fracasaron. Por fin, encontró trabajo en Pepsi-Cola de Madrid. Muchos de sus compañeros se reían de él. Le llamaban el “Padre Víctor”, “el cura”, “el curote”. Pero su comportamiento honrado, su ayuda escondida a los mismos que se mofaban de él, sus continuas e incondicionales suplencias, sus disimulos o encubrimientos de malas conductas de sus compañeros, hicieron que terminaran llamándole “el santo”. Y ya está en el camino de los altares con un milagro muy sonoro.
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