San Juan de la Cruz, Doctor de la Iglesia. |
Mi
corazón fue robado, aunque dentro de mí ha quedado. Me robó mi querer sin saber
por qué, cómo ni cuándo. Aunque robado fue, él quedó bien pagado. Quien su amor
se llevó, éste más acrecentó, pues por se lo llevar, grandes penas, dolores y
sudores pasó.
Una vez más
es su maestro San Juan de la Cruz quien nos aclara y explica lo que Víctor ha
experimentado y quiere expresar en pocas palabras. Efectivamente en la Canción
9 del Cántico Espiritual y en su explicación encontramos la respuesta:
¿Por qué, pues has llagado
aqueste
corazón, no le sanaste?
Y pues
me le has robado,
¿por qué
así le dejaste
y no
tomas el robo que robaste?
Es de saber, dice
el Santo, “que el alma más vive donde ama, que en el cuerpo donde anima,
porque en el cuerpo ella no tiene su vida, antes ella la da al cuerpo, y
ella vive de amor en lo que ama. Dice pues:
¿Por qué, pues has llagado
aqueste
corazón, no le sanaste?
Como si
dijera: ¿Por qué, pues le has herido hasta llagarle, no le sanas, acabándole
de matar de amor? Pues eres tú la causa de la llaga en dolencia de amor, sé
tú la causa de la salud en muerte de amor; porque de esta manera el corazón que
está llagado con el dolor de tu ausencia, sanará con el deleite y gloria de tu
dulce presencia. Y añade:
Y pues
me le has robado,
¿por
qué así le dejaste?
Robar no es
otra cosa que desaposesionar lo suyo a su dueño y aposesionarse de ello el
robador. Esta querella, pues, propone aquí el alma al Amado diciendo que, pues Él
ha robado su corazón por amor y le ha sacado de su poder y posesión, por
qué le ha dejado así, sin ponerle de veras en la suya, tomándole para sí, como
hace el ladrón el robo que robó, que de hecho se le lleva consigo.
Por eso el
que está enamorado se dice tener el corazón robado de aquel a quien
ama, porque le tiene fuera de sí, puesto en la cosa amada; y así, no tiene
corazón para sí, sino para aquello que ama. De aquí podrá bien conocer el alma
si ama a Dios puramente o no; porque, si le ama, no tendrá corazón para
sí propia ni para mirar su gusto y provecho, sino para honra y gloria de Dios y
darle a Él gusto, porque cuanto más tiene corazón para sí, menos le tiene para
Dios” (C 9, 3-5).
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