Monasterio de San José de Las Batuecas. |
Aunque
más duro fue, cuando me llegaron tentaciones contra la fe. Todo perdido lo
veía, nada del mundo apetecía, y lo que de verdad amaba, se me escondía. Era
este estado verdaderamente penoso. De una a otra parte me trasladaba, en todas,
triste y desolado me encontraba, para pronto terminar a los pies del Sagrario.
Allí llorando me consolaba.
San
Juan de la Cruz, en el Cántico Espiritual, habla de las diferencias que
hay entre un vino nuevo y un vino añejo para aplicar después las cualidades del
uno y del otro a los nuevos o a los viejos amadores. Del vino nuevo señala que
no ha fermentado bien y por eso no se puede saber si será de calidad, tiene
sabor áspero y puede dañar la salud. El vino añejo por el contrario, ha
concluido bien la fermentación, se ha asentado, tiene muy buen sabor y su
bebida es saludable.
"Triste y desolado allí me encontraba". |
“Los
nuevos amadores son comparados al vino nuevo. Estos son los que comienzan a
servir a Dios, porque traen los fervores del vino del amor muy por de fuera en
el sentido… porque a estos ordinariamente les da la fuerza para obrar
el sabor sensitivo y por él se mueven. Así, no hay que fiar de este amor hasta
que se acaben aquellos fervores y gustos…Estos nuevos amadores siempre
traen ansias y fatigas de amor sensitivas que conviene templar, porque corren
el riesgo de desaparecer cuando se acaben las ansias de ese amor” (C,
25, 11).
Cuántas
personas, llevadas de una emoción religiosa, comienzan una vida de piedad
ejemplar y la mantienen durante un tiempo por la satisfacción que reciben en
esas prácticas más que por amor a Dios, por lo que, cuando desaparecen esos
impulsos, terminan abandonando todo y hasta apartándose de las prácticas
religiosas. Se amaban a sí mismos más que a Dios. Lo hacían por la satisfacción
que sentían más que por Dios.
Algo
semejante le pudo pasar a Víctor. Desde su conversión, su mayor deseo era pasar
horas con el Señor. Por eso iba a Batuecas para gozar más de la presencia amorosa
del Señor en un ambiente de soledad. ¿Y con qué se encontró? Con la
desolación, la aridez, la sensación de que Dios le había abandonado, de que
nada merecía la pena, de que estaba perdiendo el tiempo, etc. “Todo perdido lo
veía”.
San Juan de la Cruz, el maestro que le orientó en estas pruebas. |
El
Señor estaba haciendo su obra a su modo, no al modo de Víctor. Sus tentaciones
sobre la fe concluyeron en una fe inquebrantable y un amor puro a Dios. Si Dios
le quitó los fervores del amor sensitivo, fue para convertirle en viejo
amador.
“Los
viejos amadores, que son ya los ejercitados y probados en el servicio
del Señor, son como el vino añejo, que tiene ya cocida la hez, y no tienen
aquellos hervores sensitivos por fuera, sino que gustan de la suavidad del vino
del amor ya bien cocido en la sustancia. El amor no está ya en el sabor
del sentido, como el amor de los nuevos, sino asentado allá dentro, en el alma,
en sustancia y sabor del espíritu, y en la verdad de las obras…estos
amigos viejos por maravilla faltan a Dios, porque están ya sobre lo que les
había de hacer faltar, la sensualidad y tienen el vino del amor no sólo ya
cocido y purgado de hez, más aún adobado con las especias de virtudes
perfectas, que no le dejan malear como al nuevo (C. 25, 11).
Así
pasó Víctor a convertirse de nuevo amador en viejo amador de Dios.
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