Fachada de la iglesia del monasterio de San José en Las Batuecas |
Otra
etapa se manifestó blasfemando en el interior del alma. Yo que tanto había
luchado contra este grave pecado, llamando la atención a muchos blasfemos,
manifestándoles la necedad de ese pecado. Por ello me veía envuelto en esa
situación lastimosa y dolorosa. Aunque había leído en San Juan de la Cruz sobre
este tema, no podía apartar de mí esta situación y me inquietaba y me hacía
sufrir.
Víctor
era consciente de que lo que le estaba pasando en Batuecas era porque el Señor
estaba concluyendo en su vida lo que San Juan de la Cruz denomina noche y
purgación del sentido en el alma y le estaba introduciendo en otra noche
más oscura y dolorosa, en la noche del espíritu, imprescindible para
llegar a la divina unión de amor, a la que son muy pocos los que pasan,
porque, “ordinariamente suele ir acompañada con graves trabajos y
tentaciones sensitivas que duran mucho tiempo, aunque en unos más que en otros”
(1N 14, 1). Pues entre esas graves tentaciones sensitivas por las que tienen
que pasar los espirituales para llegar a la divina unión de amor,
menciona expresamente la de proferir blasfemias con estas palabras:
“Otras
veces se les añade en esta noche el espíritu de blasfemia, el cual en todos sus
conceptos y pensamientos se anda atravesando con intolerables blasfemias, y a
veces con tanta fuerza sugeridas en la imaginación, que casi se las hace
pronunciar, que les es grave tormento” (1N 14, 2).
San Juan de la Cruz, singular maestro y orientador de la vida espiritual. |
Mejor
explicación y con menos palabras, imposible. Solamente un maestro espiritual tan
experimentado como San Juan de la Cruz podía hacerlo. Conocer como conocía Víctor
estas palabras de su Maestro, le dio bastante tranquilidad en medio de tanto sufrimiento.
No por eso dejó de preguntarse cómo le podía suceder esto a él, precisamente a
él, que tanto había luchado contra las blasfemias.
Cuando
Víctor era joven, en el pueblo escuchaba con frecuencia blasfemias a los
campesinos que las proferían con facilidad cuando tenían algún percance o contratiempo,
especialmente cuando se daban algún golpe doloroso o cuando trabajaban en el
campo con el ganado. En su hogar se le hizo ver desde niño la gravedad de las
blasfemias y por eso, no solamente no blasfemó, sino que, en la medida de sus
posibilidades, advertía con valentía de su gravedad a los que las proferían
para que cortaran con esa mala costumbre. No lo hacían por maldad, pero no
dejaba de ser una irreverencia a Dios.
Al
experimentar ahora en propia carne el espíritu de blasfemia, Víctor hubiera
preferido morir antes que pronunciarlas. De ahí su angustia y sufrimiento. Pero
se dio cuenta de que Dios obraba a su modo, lo aceptó y salió purificado y
preparado para la divina unión de amor.
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