miércoles, 6 de marzo de 2019

Habla Víctor. A mis enemigos buscaba.

Por todos oré y en Dios los amé.


 A mis enemigos buscaba y no los encontraba. Tanto a mis enemigos busqué que dentro de mí los encontré. Los apetitos allí estaban.

Qué extraño, que haciendo un examen de toda su vida, no pudiera encontrar ningún enemigo, cuando el mismo Jesús los tuvo, y tan irreconciliables, que hasta le condenaron a muerte y le crucificaron. Es sin duda un modo de expresar que nunca consideró como enemigo a ninguno de los que le despreciaron y humillaron, pues a todos les perdonó de corazón.

Fortalecido por la oración y por el ejemplo de Jesús que murió perdonando a los que le crucificaron, ya nada le quitaba la paz, nada le perturbaba, ni siquiera los insultos o las humillaciones. Y si ni los insultos ni las humillaciones que le dirigían le perturbaban, no podía considerarles enemigos.

San Doroteo Abad.

No creo que Víctor conociera unas palabras del Abad San Doroteo para explicar que toda perturbación ante las adversidades proviene de nuestra propensión a echar siempre la culpa a los demás y no acusarnos a nosotros mismos, pero sí las puso en práctica. Dice San Doroteo:

La causa de toda perturbación consiste en que nadie se acusa a sí mismo. De ahí deriva toda molestia y aflicción. De ahí deriva el que nunca hallemos descanso; y ello no debe extrañarnos, ya que los santos nos enseñan que esta acusación de sí mismo es el único camino que nos puede llevar a la paz…Por más virtudes que posea un hombre, aunque sean innumerables, si se aparta de este camino, nunca hallará el reposo, sino que estará siempre afligido o afligirá a los demás, perdiendo así el mérito de todas sus fatigas…El que se acusa a sí mismo acepta con alegría toda clase de molestias, daños, ultrajes, ignominias y otra aflicción cualquiera que haya de soportar, pues se considera merecedor de todo ello, y en modo alguno pierde la paz”.

Dándose un abrazo de perdón.

Y para dar a entender que si reaccionamos con violencia ante cualquier provocación inesperada e inmerecida, es porque en el interior guardamos alguna pasión que no vemos, añade: “Viene el hermano, le dice alguna palabra molesta y, al momento, aquel echa fuera todo el pus y suciedad escondidos en su interior. Por lo cual, si quiere alcanzar misericordia, mire de enmendarse, purifíquese, procure perfeccionarse, y verá que, más que atribuirle una injuria, lo que tenía que haber hecho era dar gracias a aquel hermano, ya que le ha sido motivo de tan gran provecho”. (San Doroteo. Instrucción 7 sobre la acusación de sí mismo).

¿No es lo que hizo Víctor? Recuerden sus palabras: “El que me humilló, buenos bienes me pasó. Por su causa, la humildad en mí creció”.


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