Representación de los siete pecados capitales. |
Tanto
a mis enemigos busqué, que dentro de mí los encontré. Los apetitos allí
estaban. La soberbia, madre y raíz de todos. La ira su predilecta, sus obras
manifiesta. La avaricia límites no tenía. La gula, todos ellos alimentaba. La
lujuria, todo desordenaba. La pereza me sujetaba. La envidia todo me
transformaba.
Los
enemigos que Víctor no encontraba fuera, los encontró dentro sí mismo. Cayó en
la cuenta de que es dentro del propio corazón donde radican todos los males,
como dice el Señor en el Evangelio: “De dentro del corazón salen las
intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos
testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre” (Mt 15,
19-20).
Estragos que producen los siete pecados capitales |
A ese
listado de las cosas que salen del corazón y hacen impuro al hombre, hay que
añadir las que enumera San Pablo: “Las obras de la carne son conocidas:
fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia,
celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías
y cosas semejantes” (Gal 5, 19-21).
Todas
estas malas tendencias del corazón las encontró Víctor reflejadas en los “siete
pecados capitales” que conocía muy bien por el catecismo que estudió en la
escuela. Fue el papa San Gregorio Magno quien comenzó a hablar de pecados capitales
y Santo Tomás de Aquino quien los concretó en siete y fijó sus nombres tal como
hoy los conocemos. Se les llama capitales no tanto por la gravedad de
cada uno en sí mismo, cuanto porque de ellos emanan todos los demás. Son muy
difíciles de erradicar, porque a causa del pecado original, nuestra naturaleza
está dañada e inclinada al mal.
María Inmaculada, única criatura libre de sus efectos. |
Los siete
pecados capitales contra los que Víctor dice que tuvo que luchar durante
toda su vida, son los que él enumera: La soberbia que nos lleva a
tener una apreciación descontrolada de nuestro valor e importancia. La lujuria,
que nos induce a la búsqueda desordenada del placer sexual. La gula
o consumo desmedido de comidas o bebidas tomadas de forma irracional. La avaricia
o deseo excesivo de poseer bienes materiales y riquezas que lleva a
conseguirlas incluso por medios ilícitos. La ira producida por un
sentimiento descontrolado que genera rabia o enojo. La envidia o
deseo de lo que otras personas tienen. La pereza o incapacidad de
hacerse cargo de las obligaciones, incluidas las religiosas.
No
nos extrañe que Víctor tuviera que luchar toda su vida, como aquí
reconoce, para controlar y rechazar los
atractivos que ofrecen esos pecados, pues todos, incluidos los santos más
importantes han sufrido sus consecuencias. Solamente de María se puede afirmar
que fue inmune a estos pecados, porque fue concebida sin mancha de pecado
original, causa de todos los pecados. Por eso San Juan de la Cruz pudo
decir que María “es la única criatura que en todo momento obró movida por el
Espíritu Santo”; es decir, la única que siempre hizo lo más
perfecto. Todos los demás somos víctimas de esas tendencias y sólo a
través de una constante lucha y purificación podremos liberarnos de sus
consecuencias.
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