miércoles, 27 de marzo de 2019

Habla Víctor. Pecados capitales.

 Representación de los siete pecados capitales.



Tanto a mis enemigos busqué, que dentro de mí los encontré. Los apetitos allí estaban. La soberbia, madre y raíz de todos. La ira su predilecta, sus obras manifiesta. La avaricia límites no tenía. La gula, todos ellos alimentaba. La lujuria, todo desordenaba. La pereza me sujetaba. La envidia todo me transformaba.

Los enemigos que Víctor no encontraba fuera, los encontró dentro sí mismo. Cayó en la cuenta de que es dentro del propio corazón donde radican todos los males, como dice el Señor en el Evangelio: “De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre” (Mt 15, 19-20).

Estragos que producen los siete pecados capitales

A ese listado de las cosas que salen del corazón y hacen impuro al hombre, hay que añadir las que enumera San Pablo: “Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes” (Gal 5, 19-21).

Todas estas malas tendencias del corazón las encontró Víctor reflejadas en los “siete pecados capitales” que conocía muy bien por el catecismo que estudió en la escuela. Fue el papa San Gregorio Magno quien comenzó a hablar de pecados capitales y Santo Tomás de Aquino quien los concretó en siete y fijó sus nombres tal como hoy los conocemos. Se les llama capitales no tanto por la gravedad de cada uno en sí mismo, cuanto porque de ellos emanan todos los demás. Son muy difíciles de erradicar, porque a causa del pecado original, nuestra naturaleza está dañada e inclinada al mal.

María Inmaculada, única criatura libre de sus efectos.

Los siete pecados capitales contra los que Víctor dice que tuvo que luchar durante toda su vida, son los que él enumera: La soberbia que nos lleva a tener una apreciación descontrolada de nuestro valor e importancia. La lujuria, que nos induce a la búsqueda desordenada del placer sexual. La gula o consumo desmedido de comidas o bebidas tomadas de forma irracional. La avaricia o deseo excesivo de poseer bienes materiales y riquezas que lleva a conseguirlas incluso por medios ilícitos. La ira producida por un sentimiento descontrolado que genera rabia o enojo. La envidia o deseo de lo que otras personas tienen. La pereza o incapacidad de hacerse cargo de las obligaciones, incluidas las religiosas.

No nos extrañe que Víctor tuviera que luchar toda su vida, como aquí reconoce,  para controlar y rechazar los atractivos que ofrecen esos pecados, pues todos, incluidos los santos más importantes han sufrido sus consecuencias. Solamente de María se puede afirmar que fue inmune a estos pecados, porque fue concebida sin mancha de pecado original, causa de todos los pecados. Por eso San Juan de la Cruz pudo decir que María “es la única criatura que en todo momento obró movida por el Espíritu Santo”; es decir, la única que siempre hizo lo más perfecto. Todos los demás somos víctimas de esas tendencias y sólo a través de una constante lucha y purificación podremos liberarnos de sus consecuencias.




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