miércoles, 9 de enero de 2019

Habla Víctor ¡Señor mío y Dios mío!


San Pablo Apóstol


¡Señor mío y Dios mío! Tú me has iluminado para ver que yo mismo soy el aposento donde estás escondido. Alma mía, alégrate y considera que tu bien y esperanza está en ti, y no puedes estar sin Él. ¿Qué es lo que puedo buscar y desear fuera de mí si Tú te has dignado establecer tu morada dentro de mi alma? Aquí dentro del santuario de mi alma y corazón te quiero amar, desear, adorar y glorificar, y no saldré más a buscarte fuera de mí. 

Qué bien conocía Víctor y con que fidelidad vivió lo que dice San Pablo: “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en vosotros porque Dios os lo ha dado? No os pertenecéis a vosotros mismos pues habéis sido comprados pagando. Por tanto, glorificad a Dios con vuestro cuerpo” (1Cor 6, 19-20).
  
La Santísima Trininidad

San Pablo estaba plenamente convencido de que nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo. Y porque estaba tan convencido, lo vivió y experimentó hasta el punto de exclamar: Vivo yo, mas no yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Y mi vivir humano de ahora es un vivir de la fe en el Hijo de Dios, que me demostró su amor entregándose por mí” (Gal 2, 20).

Para San Pablo, la vida cristiana es “estar en Cristo” o mejor aún, “Cristo en nosotros”. La fórmula “en Cristo”, según recoge Stefano de Fiores al hablar de Jesucristo en el Nuevo Diccionario de Espiritualidad, la repite San Pablo ciento sesenta y cuatro veces, y con esa fórmula quiere expresar la comunión más íntima que se puede pensar con el Cristo glorioso. Estar en Cristo, es entrar en íntima comunión con él, participando en los misterios de su muerte y resurrección, es dejar que Cristo sea el protagonista en nuestra vida.

Orante experimentando la inhabitación de la Santísima Trinidad.

Víctor, como San Pablo, también experimentó la presencia de Cristo en él, que Cristo vivía en él. Y al sentir su presencia, entró en íntima comunión con Él y le permitió que fuera el protagonista de su vida. Ya no necesitó buscarle fuera de sí mismo.

De ahí su pregunta: ¿Qué es lo que puedo buscar y desear fuera de mí, si Tú te has dignado establecer tu morada dentro de mi alma? Convencido de esta presencia de Jesús en su alma, cuando su director espiritual le prohibió ir por las noches a orar a la Iglesia, obedeció humildemente, pero se pasaba muchas horas de la madrugada a solas con Jesús, por lo que pudo decir: “Aquí, dentro del santuario de mi alma y corazón te quiero amar, desear, adorar y glorificar y no saldré más a buscarte fuera de mí”.



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