Molino, río y prados en Quintanadiez de la Vega. |
El vaquerillo tuvo una época en que le dio por andar
siempre descalzo por el campo, por lo que su madre optó por no comprarle más
calzado ya que lo perdía. Y como descalzo no iba a permitirle que fuera, lo que
le puso, fue unos chanclos, que son unos zapatos de madera, y ya no se le vio
más descalzo.
Conocemos este comportamiento del niño Víctor, que no deja
de ser una travesura muy propia de niños, por el testimonio de su hija Eva
María que se lo oyó contar. Este comportamiento no figura entre los que
conocemos por la carta a su nieto Ignacio, pero si se lo contó a su hija Eva,
seguro que sucedió.
¿Qué explicación puede tener este comportamiento?
La explicación más normal es que a la mayoría de los niños
les encanta caminar descalzos, especialmente cuando hace calor y parece que en
esto víctor no fue excepción. Si a eso añadimos lo agradable que resulta en
primavera y verano meter los pies en el agua y caminar descalzo sobre la fresca
hierba de los prados, tendríamos una buena explicación.
Alpargatas parecidas a las que usó Víctor. |
Lo que no encaja tanto, es que lo hiciera con frecuencia, a
pesar de las advertencias de sus padres, pues por lo que conocemos de su niñez,
no dejaba de ser un niño travieso, pero obediente. En este caso tendríamos que buscar
las causas, más que en las pérdidas deliberadas, en el olvido involuntario del
calzado.
Otra explicación podría ser que, al estar asentado el pueblo
en la vega del río Carrión y ser todo el término de regadío, antes de que con
la Concentración Parcelaria se construyeran acequias para evitar pérdidas de
agua y regular su uso, el riego se hacía mediante numerosos arroyos que tenían
frecuentes pérdidas de agua por lo que se formaban pequeños charcos que a veces
atravesaban los caminos.
Chanclos de madera para caminar sin mojarse. |
Víctor, para llevar a pastar las vacas al menos a dos prados
de la familia, uno en el pago de La Lera y otro en el de La Requejada, tenía
que pasar por algunos charcos y quitarse las alpargatas que eran de tela con
una suela muy delgada de goma. ¿Quitárselas una y otra vez para otras tantas
veces volver a ponérselas? Mejor dejarlas en el prado. De ahí que la madre
recurriera a ponerle unos chanclos de madera suficientemente altos para que
pudiera pasar los charcos sin mojarse los pies, o al menos, al ser de mayor
tamaño que las alpargatas, no los pudiera olvidar.
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